GRANADA, DIGNIDAD Y PERDÓN DE VÍCTIMAS DE LOS “FALSOS POSITIVOS”
“Ese perdón se ha convertido, en el marco de los procesos de la JEP, la mayor sanción para los comparecientes, pues además de dar la cara a todo un país, reconocer sus atrocidades y contar la verdad de lo sucedido, también tienen que ver a los ojos a quienes quedaron tras sus actos, pero sobre todo, tienen que ver, sentir, escuchar el inmenso daño colateral que causaron.”
Entre el 2002 y el 2010, se desató una guerra mediática que fortaleció la figura del enemigo interno en la sociedad colombiana y llevó a que se estigmatizara a pueblos enteros. Mientras tanto, en las urbes la sociedad entera celebraba como suya cada “golpe” dado a la insurgencia presentada como noticia con despliegue nacional y en hora prime, mientras los militares protagonistas eran presentados como “héroes”. Pero mientras esto sucedía en tv, en los campos del oriente antioqueño y gran parte de Antioquia, cientos de familias abandonaban sus hogares tras el asesinato sistemáticos de sus seres queridos a manos del ejército y presentados como “bajas en combate”, a lo que el silencio y la impotencia se sumaba al dolor.
Se creó una espantosa política de “conteo de cuerpos” que se expandió como germen en las distintas unidades militares y se enquisto en los programas de formación y adoctrinamiento, que convirtieron a jóvenes soldados, la mayoría también campesinos como sus víctimas, así promisorios oficiales y suboficiales, en máquinas de la muerte, en asesinos despiadados y enajenados que, traicionando su juramento y aprovechando su “legalidad”, ejecutaban a sus víctimas en trochas y veredas, sin ley, mientras los campesinos inocentes, incluso en ocasiones tenían que aguantar el dolor y hasta desconocer a sus seres queridos asesinados, para no correr con la misma suerte pues el estigma aumentaba todas las posibilidades de ser una cifras, una medalla o un permiso más.
El corregimiento de Santana, municipio de Granada, , en menos de dos años pasó de tener en su jurisdicción más de 8000 habitantes a solo cinco que desafiaban la sed de sangre de la fuerza pública, que sólo era saciada con los “litros o carrotancados de sangre”, que se reiteraba en los programas radiales dirigidos a los comandantes de batallones, desde sus superiores en Divisiones y Brigadas, y cuyas ordenes de facto se irradiaban con efecto pirámide hacía todos los miembros del ejército.
Soldados, oficiales y suboficiales que comenzaban sus carreras, tenían que asesinar para obtener permisos; casos reiterados de militares que querían salir a conocer a sus hijos recién nacidos y tenían que presentar bajas parta lograrlo. Ese macabro círculo vicioso se cerraba con esos militares cegando la vida de padres que no conocieron a sus hijos o hijos que nunca pudieron conocer a sus padres y madres por efecto del macartismo que diría las la actividad de inteligencia militar que ordenaba las operaciones tácticas de aquella “guerra”.
En la teórica necesidad histórica del progreso hegeliana, “las víctimas son pretendidas como daños colaterales inevitables, como florecitas pisoteadas a la orilla del camino”, sin embargo, en el caso colombiano, pareciera que sí se provocaron miles de víctimas de aquella forma, en aquel espectro geoespacial y perfecto estado de excepción que es generalmente el campo colombiano, pero contrario a cualquier imaginario progreso, dicha victimización de los “Falsos Positivos” llevaron fue a un retroceso cavernario de nuestra sociedad. Padres y madres que enfermaron de tristeza, de rabia, que nunca sanaron; hermanos, hermanas, hijos e hijas que han llevado la pesada carga del dolor, algunos con la aún más pesada carga de la desaparición forzada de sus seres queridos.
Hoy todas esas víctimas de los mal llamados “Falsos Positivos”, con la frente en alto y la dignidad indemne, miran a los ojos a los asesinos de sus seres queridos, y en la mayoría de los casos, para ofrecerles el perdón y el abrazo de madres cuyas canas y difícil caminar, exponen rezagos del impacto del daño cometido en sus almas. Ese perdón se ha convertido, en el marco de los procesos de la JEP, la mayor sanción para los comparecientes, pues además de dar la cara a todo un país, reconocer sus atrocidades y contar la verdad de lo sucedido, también tienen que ver a los ojos a quienes quedaron tras sus actos, pero sobre todo, tienen que ver, sentir, escuchar el inmenso daño colateral que causaron. Es un cambio de perspectiva con relación a esa justicia punitiva que ofrecía en alguna medida, impunidad al corazón de los responsables.
Actualmente la JEP, como parte de su actividad judicial restaurativa, pero también como garantía de no repetición, les expone a los responsables que sus víctimas tenían nombres, identidades, pero sobre todo, seres queridos que los esperan aún, que los lloran, que los han sufrido por años y cuyo dolor les ha marcado el espíritu y el cuerpo. La Jurisdicción Especial para La Paz, asegura el mayor esfuerzo de justicia a partir de la verdad, cambiando la perspectiva punitiva de una justicia que, en el marco del conflicto, no solo ha mantenido amplios márgenes de impunidad, sino también, un desconocimiento de las víctimas, su dolor y el impacto del daño causado a ellos, a las comunidades y a los territorios, hiriendo permanentemente a una sociedad que apenas comienza a entender el significado del perdón y la reconciliación como mecanismo supremo de sanación del cuerpo y del alma.













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