En su obra Espacios Afectivos (2023), Laura Quintana explora de manera profunda la dicotomía entre conflicto y violencia, abriendo nuevas vías de interpretación cruciales para nuestro tema de interés: la relación entre lucha política y lucha armada. ¿Es relevante reintroducir este binomio en la discusión actual? Reflexionar sobre este tema, tan ligado a nuestra realidad política pasada, presente y futura, genera inevitablemente cierta incomodidad. La violencia, como tema central, toca fibras sensibles, en parte debido a las injusticias históricas y en parte debido a las tensiones inherentes a nuestro sistema democrático.
En esta columna, quiero destacar la perspectiva de Quintana (2023), quien plantea que la relación entre conflicto y violencia se manifiesta como una crisis en los ensamblajes institucionales, culturales, históricos y políticos de nuestra sociedad colombiana. Para Quintana (2023), un ensamblaje no es más que las fronteras y bordes sociales que otorgan sentido a una sociedad. Sin embargo, estos límites son dinámicos, contingentes y están en constante transformación. En sus palabras: “cada quien es un ensamblaje de procedencias, deseos, razones e historias que surcan formas de percepción y comprensión (…) y en estas capas se configuran pliegues, articulaciones; pero también espacios, fracturas, contradicciones y fricciones” (Quintana, 2023, p.134).
Si partimos de la tesis de que la nación colombiana ha estado históricamente en crisis debido a la rigidez o flexibilidad de sus ensamblajes de identificación, podríamos argumentar que la violencia es una consecuencia de estas interacciones irregulares, tal como sugiere la autora.
Al retomar la cuestión sobre la legitimidad de las diferentes formas de lucha y partiendo de la noción de crisis en los ensamblajes de la vida social, evitamos caer en el argumento común que defiende la legitimidad de la lucha armada en un momento histórico, solo para deslegitimarla posteriormente por su vinculación con el narcotráfico. Este enfoque limitado no nos permitiría reflexionar de manera adecuada sobre nuestras realidades municipales, departamentales y nacionales. En su lugar, podríamos afirmar que la posibilidad de la lucha armada, tanto en el pasado como en el presente, se ha sostenido sobre una constante condición de crisis en los diversos límites y ensamblajes de nuestra sociedad.
De hecho, la persistencia de la lucha armada, deslegitimada hoy por la estructura democrática occidental, es también una manifestación de la contingencia y las dificultades que han atravesado nuestro país desde sus orígenes. Por ello, es crucial evitar una postura rígida al abordar el conflicto y la violencia, ya que esto nos llevaría a considerar el conflicto como un desorden, una anomia que desestabiliza el orden establecido y genera alteraciones en lo que debería permanecer inmutable, tal como advierte Quintana (2023, p.138).
Uno de los puntos más relevantes que se desprende de este análisis es la noción de que la violencia no es simplemente un fenómeno externo o un resultado inevitable del conflicto, sino que está intrínsecamente ligada a las crisis de los ensamblajes institucionales, culturales e históricos de la sociedad. La lucha armada, en este sentido, puede ser vista como una respuesta a las fallas en los mecanismos de inclusión y representación política, y no únicamente como una desviación del orden democrático. Así, la violencia y el conflicto no pueden ser comprendidos únicamente como anomalías dentro de un sistema en funcionamiento, sino como manifestaciones de las fracturas y contradicciones internas de ese sistema. En la actualidad, por ejemplo, este tipo de discusión sigue estando latente debido a la incompatibilidad de muchas formas de organización: política, cultura o económicas. Existe aún una diversidad de condiciones que hace difícil una organización de la sociedad sin que exista una violencia latente.
Este enfoque nos permite trascender la simplificación de considerar la lucha armada como legítima en un momento y luego ilegítima en otro. Cosa particularmente común dentro del escenario de discusión. En lugar de ello, debemos analizar cómo la crisis permanente en los ensamblajes sociales ha mantenido abiertas las posibilidades de recurrir a la violencia como forma de resistencia o de lucha. La legitimidad de estas luchas, entonces, no puede ser juzgada de manera aislada o estática, sino en relación con las condiciones históricas, sociales y políticas en las que emergen.
Por otro lado, al abordar la lucha política, también es crucial reconocer que esta, aunque se inscribe dentro de los marcos institucionales y democráticos, no está exenta de las mismas crisis de ensamblaje que afectan a la lucha armada. La lucha política en Colombia, frecuentemente deslegitimada por la influencia de intereses económicos y la corrupción, refleja también la contingencia y la precariedad de los ensamblajes que intentan sostener la democracia. En este sentido, la desconfianza en las instituciones políticas y la falta de representación efectiva pueden ser vistas como síntomas de las mismas crisis que han alimentado la violencia en el país y que se han visto encrudecidos por la falta de condiciones de vida mínimas para toda la población colombiana.
La postura “rígida” que Quintana (2023) critica, y que entiende el conflicto como un desorden que debe ser reprimido para mantener el orden, resulta limitada para comprender la complejidad de la realidad colombiana. Esta visión ignora que el conflicto es, en muchos casos, una expresión de las tensiones y fricciones que atraviesan el tejido social. Al asumir el conflicto únicamente como una amenaza al orden, se corre el riesgo de invisibilizar las demandas y reivindicaciones legítimas que surgen en contextos de exclusión y marginalización. Muy importantes, además, para la comprensión de nuestra historia como país.
En conclusión, el análisis de Quintana (2023) nos invita a repensar la relación entre conflicto, violencia y lucha política en Colombia desde una perspectiva que no se quede en las dicotomías simplificadoras. La crisis de los ensamblajes en la sociedad colombiana nos obliga a mirar más allá de las categorías rígidas y a reconocer la complejidad de los procesos históricos y sociales que configuran tanto la violencia como la lucha política. Solo así podremos avanzar hacia una comprensión más profunda y, eventualmente, hacia soluciones más integrales a los problemas que han marcado nuestra historia. Bibliografía
Quintana, L. (2023). Espacios afectivos, instituciones, conflicto, emancipación. Barcelona: HERDER.
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