Credo Colombiano

Diego Patiño M. - @klsnicv

Creímos en la flora de la patria: orquídeas, tulipanes, rosas rojas, amarillas y anaranjadas, cartuchos, floripondios, girasoles y hasta anturios, sin embargo no alcanzaron las flores para nuestras cárcavas y terminamos por hacer de nuestros campos un cementerio más conveniente.

Creímos en el folklore de la patria: la cumbia, el porro, la salsa, el joropo, el Bambuco y el Mapalé, sin embargo no alcanzan las canciones para olvidar el sonido de las armas y mucho menos los bailes para esquivar sus proyectiles.

Creímos en la autoridad de la patria: policía civil, ejército nacional «patria, honor, lealtad», sin embargo se disfrazan de parcas uniformadas en tanquetas infernales, su patria es la que alcance con un salario básico, su honor reside en la comisión por protestante humillado y su lealtad arraigada al lúgubre bolillo de dotación.

Creímos, creímos y creímos.

Desde hace quinientos años cuando cambiábamos oro por espejos, desde que le dimos más valor a nuestra imagen que al regalo de la tierra, desde que conocimos la vanidad.

Creímos en Colón, creímos en Santos, creímos en Bush, creímos en Pastrana, creímos en Pinilla, creímos en Nixon, creímos en Betancourt, creímos en Uribe, creímos en Samper, creímos en Gaviria, creímos en el vecino, creímos en la selección, creímos en los escritores, creímos en las fuerzas armadas (de aquí, de allá, de más abajo, en fin, las que fueran pero siempre armadas), creímos en todo y en todos a través de nuestra inocencia, pero nunca creímos en nosotros: todos culpables por inocentes.

Creímos en el trabajo y trabajamos,

Creímos en la gente y le trabajamos a otra gente.

Algunos no pudieron creer, cegados por la muerte o atraídos por la venganza, peones de Colombia y abono para sus montañas, todos de verde camuflado y de rojo sangre, todos al monte.

Creímos que al madrugar tendríamos una ayuda divina y que el que peca y reza empata. Sin embargo asesinamos al medio día, en el conformismo de la noche, y a veces sólo a veces en el resguardo de la madrugada, asesinamos tanto que el tiempo que nos resta no nos alcanza para empatar entre rezos.

Creímos en «la paz» si antes haberla hecho con nosotros mismos: ¡Resentidos! ¡Orgullosos! ¡Vanidosos! ¡Incrédulos!

Encontramos la mejor excusa: el arrepentimiento de haber creído. ¿Entonces? que sigan atropellando gente, que sigan asesinando gente, que sigan cobrando vacunas, que sigan amenazando personas, que sigan traficando niños, que sigan armando jóvenes, que sigan vendiendo(me) droga, que sigan arrancando las flores, que sigan picando las menas, que sigan bailando entre disparos, que sigan robando, y ¿saben por qué? Porqué en eso ya no nos podemos arrepentir de creer.

Diego Velásquez Mejía

Diego Velásquez Mejía, soy estudiante de noveno semestre en la facultad de Derecho de la universidad Autónoma Latinoamericana, me gusta bailar diferentes ritmos tropicales y me apasiona la pedagogía, leer literatura y escribir poesía son dos de los pasatiempos que tengo. La poesía cada vez se me hace más inevitable y por eso busco espacios donde poder hacerla crecer.