“Se equivocan quienes en busca de aplausos, likes y llamados de atención dicen y vociferan que nuestra constitución se debe cambiar.”
La palabra de esta semana es cordura. Y lo es porque es a eso a lo que tenemos que aspirar como sociedad. Lo es porque la palabra de la semana pasada fue locura, y lo es porque aun creo que podemos pasar de la locura a la cordura. Y espero también que esto no se quede en el juego de las palabras bonitas que riman, sino que se pueda llegar a la práctica.
Durante años hemos caído en la trampa de negar, normalizar e invisibilizar la violencia permanente en las páginas de la historia de Colombia. El uribismo, por ejemplo, durante los años que estuvo en el poder, la primera década de este siglo, se empeñó en negar ante el mundo que en Colombia existe un conflicto armado interno. Hoy es claro por qué durante años se empeñaron en negarlo: porque la aceptación implica el reconocimiento de que el Estado también aportó cuotas a esa violencia, y por ende tendría que reparar a las víctimas.
Creo que para pasar de la locura a la cordura, debe seguirse un proceso, varios procesos en realidad. Eso implica que dentro de esa palabra, <<cordura>>, caben otras palabras, y que son necesarias, para que esa palabra sea el resultado final.
Como hemos pasado por momentos tan difíciles, tan duros de asimilar, tan traumáticos, increíbles y atroces, quienes hemos leído, escuchado o visto de estas violencias, de estas guerras, y más aún quienes han sido víctimas directas de esta guerra perpetua, se hace necesario el perdón. No, no es fácil perdonar. Nadie lo ha dicho, ni intenta decirlo. Todo lo contrario, es difícil, muy difícil. Pero es necesario como lo dice el evangelio, perdonar a quienes nos ofenden. Al no perdonar, nos llenamos de odios, rencores, malicias, y eso tan solo lleva a la venganza, y ya es bien sabido, que en parte la perpetuación de la guerra en Colombia, se ha dado por venganzas heredadas y por falta de perdón. También hay que aclarar que no es lo mismo perdonar que olvidar. No se debe ni se puede olvidar la atrocidad de la guerra, todo lo contrario: se debe retratar y recordar, para generar la reflexión profunda en esta y las venideras generaciones, para así garantizar la no repetición de estos hechos espeluznantes en todo el sentido de la palabra.
La siguiente palabra es hablar. Y veo como sinónimo de hablar, la palabra verdad. Lo dice nuevamente el evangelio: “La verdad os hará libres”. No, el hecho de que los actores armados del conflicto digan la verdad ante los tribunales y la sociedad, no devolverá a las víctimas a la vida, ni borrará de la memoria de las víctimas y sus familias los traumas y perjuicios causados. Pero permitirá la paz interior de las víctimas que buscan saber dónde están sus familias, qué les hicieron, cómo murieron. Permitirá librarse a las familias de las víctimas, librarse de esa incertidumbre, esa duda, ese sin sabor que les dejó la desaparición de sus familiares, esa espera constante que no se mueve, que no se aleja ni se acerca. Esa verdad, permitirá el descanso de las víctimas y sus familias. Y dentro de esta misma línea, el habla, la comunicación, el dialogo permanente, permitirá por fin a la sociedad colombiana comprenderse, aceptarse, escucharse. Durante siglos nos hemos negado al dialogo; siempre hemos pretendido solucionar nuestros conflictos con garrote, machete o fusil. El que más grite gana, el que más mate gana, el que más fuerte pegue gana. Esa incapacidad para dialogar como una sociedad civilizada, nos ha condenado a este desangre y esta barbarie perpetua. La comisión de la verdad, que surge de los acuerdo de paz entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Farc, ha sido uno de los pilares fundamentales para darle una salida dialogada al conflicto armado colombiano. Resulta paradójico que el gobierno actual, uribista, y el mismo Uribe Vélez cuestionen constantemente el presupuesto de esta entidad, mas sin embargo guarden silencio por ejemplo, ante los 70 mil millones de pesos que se desaparecieron en manos de Karen Abudinen, ministra del Ministerio de Tecnologías de la información y las Comunicaciones.
La siguiente palabra es justicia. Y alguien acá dirá que lo justo es que todos los actores del conflicto paguen por el resto de sus vidas en cárceles o centros de reclusión por sus crímenes. Mas sin embargo la realidad es obvia. Resulta imposible encerrar a todos y cada uno de los actores violentos en cárceles. Y resulta aún más difícil matarlos a todos como una salida maquiavélica. El urbismo entró al poder en el 2002 con la condición y la promesa de acabar con todas las guerrillas que azotaban al país, y en diez años, con la mayor parte del presupuesto nacional, y ayudas internacionales billonarias destinadas a la guerra, no logró hacerlo. Mas sin embargo, la justicia transicional alude a las formas en que países que dejan atrás periodos de conflicto y represión utilizan para enfrentarse a violaciones de derechos humanos masivas o sistemáticas, de tal magnitud y gravedad que el sistema judicial convencional no puede darles una respuesta adecuada. La verdad también es sinónimo de justicia. El hecho de que las víctimas y los colombianos sepamos la verdad del conflicto armado, ya constituye que la sociedad obtenga aunque sea algo de justicia.
La siguiente palabra es reparación. Y es que es esta el resultado de las dos palabras anteriores, la verdad y la justicia. Los actores armados del conflicto están en la obligación de reparar a sus víctimas, y eso implica también la no repetición de los hechos. La verdad trae una reparación moral y psicológica. Y las indemnizaciones económicas, que jamás serán suficientes, deben estar presentes. Tanto el Estado, como los grupos armados irregulares, se deben meter la mano al bolsillo, aunque sea de una forma simbólica, para que muestren su voluntad de reparación hipócrita, pero reparación al fin y al cabo.
La siguiente y última palabra es paz. Para llegar a esta palabra se necesita pasar por todas las anteriores. Pero no es suficiente la firma entre dos partes. Es necesario que se involucre toda la sociedad sin exclusión alguna. Y es que acá no hablo de una paz que se firme en un papel, hablo de la paz grande, que incluya a las minorías olvidadas y excluidas de la sociedad. Hablo de la construcción de una sociedad que deje atrás los fanatismos y las guerras políticas y económicas. Una sociedad con equidad y justicia social. Una sociedad que brinde garantías de vida, y que cumpla las reglas de su constitución.
La constitución política de Colombia, de 1991, es la carta magna que reúne todo lo anterior. El cumplimiento de lo estipulado y lo acordado allí es la que nos puede llevar a esa cordura. Un acuerdo sobre lo fundamental, fue el propósito de nuestra constitución y lo cumplió. Se equivocan quienes en busca de aplausos, likes y llamados de atención dicen y vociferan que nuestra constitución se debe cambiar. Solo basta cumplirla para alcanzar un país cuerdo, donde nadie mate a nadie, donde quepamos todos y podamos decir lo que pensamos sin sumirnos en guerras interminables. La palabra de esta semana es cordura porque durante años eso es lo que nos ha faltado para avanzar, para progresar, para salir de este limbo de la guerra perpetua, para culminar este capítulo eterno de la violencia, o las violencias, para por fin pasar la página. Cordura es la palabra contraria a la locura.
Nota
Nuevamente utilizo para esta columna una imagen tomada por Jesús Abad Colorado, que es uno de los periodistas que mejor ha retratado en Colombia el dolor de la guerra.
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