A contados días de celebrarse la COP16 en la ciudad de Santiago de Cali en Colombia, se mantiene barias incógnitas que pudieran ser el punto de inflexión en los debates globales sobre la biodiversidad, pero también un escenario donde los intereses de las grandes corporaciones se asumen en el centro de las soluciones. Yo me pregunto: ¿Qué solución tienen las grandes Corporaciones ante la crisis de la naturaleza? ¡Convengamos todos! en este cuento llevamos rato.
La Perdida de la biodiversidad, la Financiación para los países en desarrollo, así como, la Seguridad de la biotecnología (OGM), el Acceso de los recursos genéticos y participación equitativa de los beneficios (Protocolo de Nagoya), la Participación social (Zona Verde) en los debates internacionales y Planes de acción de las Partes de la implementación del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal serán objeto de cabildeos y lobby en el Green Business.
Entre estos temas, el más controversial, es el denominado «mercado verde» y, específicamente, los mecanismos de una figura difícilmente de digerir de parte de las comunidades, los Pago por Servicios Ambientales (PSA). Desde entonces, han sido promovidos como una solución para la conservación de los recursos naturales. Sin embargo, estos mecanismos esconden una agenda más profunda: el control corporativo de los recursos naturales, especialmente en regiones del sur global.
El mercado verde ha sido promocionado como una iniciativa innovadora que permitiría a las empresas compensar sus emisiones de carbono adquiriendo créditos para la reforestación de cuencas o proyectos de energía limpia. Sin embargo, el modelo plantea varias contradicciones. Como se señaló anteriormente, el mercado de carbono permite a las grandes empresas, con especial énfasis en las transnacionales energéticas, continuar con prácticas contaminantes y justificarlas con una supuesta compensación con dinero verde. Shell, Chevron y BP, tres de los cinco mayores emisores de CO₂ del mundo, son ejemplos claros del uso de los mecanismos que atienden a la reducción, y que está al servicio del lavado de su imagen más que la transformación de su práctica industrial.
Frente a lo anterior, solo basta con apreciar el artículo escrito por Jaime Quijano en le monde diplomatique Colombia, cuando señala que: “los países del capitalismo del norte global son los que mayormente realizan aprovechamiento de la biodiversidad (CBD), obtienen los beneficios de su valor agregado (transformación) mediante el desarrollo de la biotecnología en la farmacéutica, cosmetología, industria alimenticia, semillas genéticamente transformadas (OGM), a través de compañías transnacionales como Unilever (aceite de palma), Bunge (monocultivos forestales) Bayer-Monsanto (OGM), Cargill (alimentos), Shell (petróleo), MacDonalds, Nestlé (alimentos), Smurfit Kappa (monocultivos forestales)2 y otras tantas, las cuales hacen aprovechamiento y patentan la riqueza biodiversa de los países del sur global, en consecuencia responsables de la acelerada pérdida de biodiversidad planetaria”.
Otro de los ejemplos, más reveladores de esta agenda oculta es la proliferación de PSA relacionados con el agua, donde las corporaciones pagan a comunidades locales para conservar fuentes hídricas y evitar su degradación. Si bien esta idea suena atractiva, en la práctica ha derivado en la privatización de estos recursos. En países como Colombia y otros de la región no son ajenos a esta práctica, estas transnacionales financian proyectos que garantizan su acceso prioritario al agua, en detrimento de las comunidades rurales que dependen de ella para su subsistencia.
Lo anterior, es confirmado de igual manera, por las cifras arrojadas por un estudio llevado a cabo por la organización Global Witness, este texto aclara que más de 2 mil millones de personas no tienen un acceso recurrente al agua potable y, aunque la brecha sea enorme, las empresas transnacionales que extraen agua a un ritmo insostenible con el fin de producir bebidas envasadas o minería a gran escala, obtienen beneficios multimillonarios. Empresas como Nestlé, Vivendi, Eaux, Suez o Coca-Cola, que se rigen por los parámetros de “sustentabilidad”, acaparan cantidades absolutamente desproporcionadas del agua en los lugares más secos posibles, logrando adquirir los derechos de extracción a cambio de cantidades ridículas al tiempo que dejan a las comunidades sin ningún tipo de acceso al recurso.
En este contexto, la crisis hídrica global no puede ser ignorada. Según datos de la ONU, para el 2025, una gran parte de la población mundial vivirá en áreas con escasez de agua. Esta realidad es especialmente alarmante en África subsahariana, India y América Latina, donde la presión sobre los recursos hídricos se ha intensificado debido al cambio climático y la sobreexplotación por parte de las industrias extractivas. Es innegable que las grandes corporaciones han encontrado en los mercados verdes una forma de continuar expandiendo su control sobre los recursos naturales bajo el disfraz de la «sostenibilidad». Más allá de los mecanismos de PSA, las inversiones extranjeras directas en proyectos energéticos –como represas hidroeléctricas, parques eólicos y plantaciones forestales para la producción de biocombustibles– han crecido exponencialmente.
En resumen, la COP16 consolidó una visión de los mercados verdes que favorece a las transnacionales y coloca la carga de la solución climática en los países en desarrollo y las comunidades indígenas. Las verdaderas soluciones, que implicarían un cambio profundo en los modelos de producción y consumo, siguen siendo marginadas en los debates internacionales. La crisis hídrica global, a menudo ignorada en estos foros, es una advertencia urgente: las soluciones basadas en el mercado solo profundizan las desigualdades y aceleran la degradación de los ecosistemas.
Es hora de replantear el paradigma: la naturaleza no puede ser un activo más en los balances de las transnacionales. La biodiversidad y los ecosistemas propios de la naturaleza y el agua no son mercancías, sino la base misma de la vida en el planeta. Sin un cambio estructural real, el camino trazado por los mercados verdes será, paradójicamente, un callejón sin salida.
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