“Se trata de esos sujetos que se la pasan pidiendo guerra, en ocasiones por ignorancia, pero casi siempre por oportunismo y bajo el prurito cobarde de saber que ellos no marcharán al frente de combate”.
Hay quienes, respecto a los problemas sociales, se quedan embebidos en las aristas y materialidades de los males. Son grandes analistas y cronistas de la malignidad del mal. Tal asunto no sería problema si no trascendiera al ámbito público, pero muchos políticos se empecinan en adoptar esa facilista y riesgosa lectura pues les reporta por lo menos tres ventajas y compensaciones. En primer lugar, les garantiza una copiosa cantidad de votos de electores que miran la política como algo que alguien más hace, algo ajeno y sucio, por lo que toca apoyar a ese que expone soluciones contundentes -algunas veces llamadas “soluciones finales”- sin importar incómodos daños colaterales, que en todo caso justificarían el objetivo.
Se trata de esos sujetos que se la pasan pidiendo guerra, en ocasiones por ignorancia, pero casi siempre por oportunismo y bajo el prurito cobarde de saber que ellos no marcharán al frente de combate. También existen otras conductas menos letales, pero igual de torpes y malintencionadas, como hacer una colecta pública para financiar la construcción de vías públicas, entre otras.
Una segunda razón es que permite a esos políticos apoyarse y sacar lustre a sus propias creencias o ideas morales, mismas que suelen usar como ariete frente a los problemas sin importar que muchas veces se conviertan en un verdadero elefante dentro de una cristalería. La llamada “guerra contra las drogas” es un claro ejemplo de ese hecho, pues por más que se la evidencie en su inutilidad y se señale sus perversos efectos, sigue tan incólume como en tiempos de Nixon.
La tercera tiene que ver con que ese modo de pensar y actuar, permite adoptar una tranquilizadora, aunque equivocada concepción de la realidad, procediendo a partir del pedestre método de aplanar los problemas y presentar las presuntas soluciones como algo simple, directo y preciso. Es justo a lo que asistimos el día de hoy con Israel y su guerra genocida contra Palestina. Los sionistas al mando de ese país se atreven a afirmar, por ejemplo, que el masivo asesinato de niñas y niños no constituye el monstruoso crimen que todos vemos casi en vivo y en directo, sino que se trata de un supuesto derecho a defenderse. Resulta bastante irónico que sea justo ese pueblo quien padeció las políticas de solución final del nazismo, quien emplee exactamente el mismo método contra un pueblo acorralado, menguado, hambriento… y en su propio territorio.
A diferencia de lo que suele imponerse desde cierta racionalidad asociada con el legado occidental, no se trata sólo de tener o practicar el sentido común, pues las dinámicas del poder pueden hacer ver tal entidad como algo común o normal, aunque entrañe monstruosidades como las citadas arriba. Desconfiar de la bondad de lo obvio y de sus sacerdotes doctorados en obviedades, será un buen aporte a la democracia y a las complejidades de la convivencia humana en este atribulado planeta.
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