“Pensemos por un momento en matarnos”
Cualquier momento es el adecuado para hablar del suicidio, para que el idealista se acerque y con sinceridad nos diga “hoy quiero matarme” o “quiero dormir y no despertar jamás”. Son palabras que resultan de sensaciones encontradas y a veces de un cansancio infinito.
El idealista lucha consigo mismo, no se termina de convencer del todo; del cómo o del cuando, pero sabe bien que su vida concluirá en un inevitable suicidio. El idealista sigue luchando, se cuestiona, no está seguro si cometerlo será un acto de cobardía por huir de la realidad con la que nos azota la vida, una fuga rápida al no soportar el tormento, la angustia que significa respirar a cada instante, o un acto de valentía al enfrentarse a la muerte, al saberse un estorbo para la realidad y poder acabarse en un momento, mirar a los ojos a la muerte sin temor, buscar entre pasajes serenos el punto final. La cuestión es en realidad interminable pero me atrevo a afirmar que el ideal se trata de inteligencia: el hecho de no matarse no es un acto de valentía ni de cobardía sino de inteligencia. Inteligente es el que contempla el suicidio en la distancia, sí, porque el que contempla el fin por su propia mano comienza a reflexionar y al dejarlo en un constante aplazamiento, esa constante reflexión en un momento aún no determinado lo ayudará a entender su propia existencia, “un poco de pensamiento aleja de la vida, pero mucho devuelve a ella”. El idealista que no se suicida reta la virtud que la cobardía y valentía llevan en sus actos, pasa a ser inteligente, innovador en su propia crisis existencial y reflexiona todavía a un nivel mucho más profundo al de la idea que le sugirió querer matarse.
Entre reflexiones profundas dos filósofos nos hablan del suicidio, Emil Cioran a favor del suicidio y Albert Camus que nos habla desde la filosofía del absurdo.
Emil Cioran
“Sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado”.
Cioran entendía que el suicidio es una opción viable, más allá de ser un acto que respetaba y apoyaba veía al suicidio como aquel acto que le da privilegio al ser humano en la naturaleza, para él el hombre está destinado al suicidio. Pero él nunca se suicidó, por irónico que parezca, aquella idea hizo que se aferrara a la vida. El idealista lucha consigo mismo, para el filosofo en cuestión tomar la decisión de suicidarse era ya una fuerza que puede sacarnos de nuestra crisis, por más cruel que sea la vida el hecho de tener en las manos el poder de darle un fin, acabar con todo de un solo golpe es una forma de controlarla y al final una opción sanadora. No es suicidarse es saber que podemos hacerlo. “vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado”.
Albert Camus
“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.
La búsqueda constante del hombre sobre el sentido de su vida, para Camus, es un absurdo y se debe precisamente porque la vida carece de éste.
Albert nos trae el mito de Sísifo como analogía del hombre moderno. Sísifo es condenado a subir una roca a una enorme montaña, cuando la cima está próxima la roca cae irremediablemente y Sísifo debe bajar por ella y subirla de nuevo, así por toda la eternidad. Sísifo y su roca carecen de sentido, su trabajo es completamente inútil y absurdo. La vida del hombre moderno no tiene sentido y al igual que Sísifo está condenado a la repetición sin propósito, a la monotonía. Si la vida es absurda también lo es el hecho de vivirla, esa es la duda que nos deja la primera reflexión. Para Camus el suicidio no es una respuesta, Camus nos dice: “Se puede creer que el suicidio sigue a la rebelión, pero es un error, pues no simboliza su resultado lógico. Es exactamente su contrario, por el consentimiento que supone. El suicidio, como el salto, es la aceptación en su límite. Todo está consumado y el hombre vuelve a entrar en su historia esencial. Discierne su porvenir, su único y terrible porvenir, y se precipita en él. A su manera, el suicidio resuelve lo absurdo. Lo arrastra a la misma muerte. Pero yo sé que para mantenerse, lo absurdo no puede resolverse. Escapa al suicidio en la medida en que es al mismo tiempo conciencia y rechazo de la muerte. Es, en la punta extrema del último pensamiento del condenado a muerte, ese cordón de zapato que a pesar de todo divisa a algunos metros, al borde mismo de su caída vertiginosa. Lo contrario del suicida, precisamente, es el condenado a muerte”.
Camus ve al suicidio como un acto que no debe de cometerse. Cioran creyó que contemplar el suicidio era una acción verdaderamente sanadora, Camus nos intenta salvar yendo más allá de contemplar el suicidio: Sísifo debe bajar por la roca pero es justo en ese momento en el cual Sísifo es libre, dueño y señor de su propio destino, debe intentar subir su roca de nuevo, pero sabe que la montaña y su roca son su mundo. “El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.