Confieso, hermano Bergoglio, que me asusta caminar sin sentirte a mi lado.
Confieso que he llorado tu partida.
Confieso que lloro ahora.
Confieso que me alegra saber que moriste profético: desnudaste la codicia y le recordaste a los poderosos que no son más dignos de Dios que las cuchas de la comuna 13 de Medellin que demostraron que sus crías fueron asesinadas por el Estado y arrojadas a una escombrera, aunque los poderes fácticos lo nieguen.
Confieso que cuando escuché que habías sido elegido papa me asaltó la duda.
Me confieso politeísta en comunión con tu acción profética ecuménica.
Confieso que eres representante de Dios en la tierra como lo son representantes del Creador todos los seres de la naturaleza, anunciación expresa de tu Laudtao Sí, heredera del Cántico de las Creaturas proclamado por Francisco y Clara de Asís hace 800 años.
Confieso que como cristiano me levanté en armas a nombre de un pueblo expoliado por oligarquías brutales que condenaron a los habitantes de Macondo a cien años de soledad. Confieso que no me arrepiento de ello. Fui fue joven hijo de mi tiempo y de mi época.
Confieso que mis compañeros y compañeras del M-19 firmamos la paz con el gobierno, guiados por el comandante Carlos Pizarro, hermoso hombre cristiano que sabía que su desición sería motivo para el INRI que esculpió a tiros sobre su cabeza el poder político de Colombia, un día como hoy el 26 de abril de 1990. Le cobraron la osadía de ser valiente y rebelde. Como a Jesús de Nazareht lo mataron por revolucionario.
Confieso que la esperanza nos renace al escuchar de tus labios las palabras que expresaste ante el G7, el grupo de países más poderosos del planeta: … la política sí sirve: es la forma más elevada del amor, la forma más alta de la caridad.
Confieso, hermano Francisco, como tú, creo que la política es la máxima expresión de la espiritualidad.
Confieso que para nosotras, hoy, la paz es la revolución.
Confieso, que nosotras como tu, creemos que Dios sonríe y baila. Proclamamos que la revolución es una fiesta.
Confieso que de ti aprendimos que Isaac significa el que sonríe y que no es blasfemia reírnos de Dios.
Confieso, que en la celebración del cumpleaños de tu amigo Gustavo Petro, el mismo domingo de Pascua en que partiste, hablábamos de tu autobiografía; le pregunté para el que significa la resurrección y me contestó sonriendo: resurrección es insurrección.
Confesión última: éstas son las palabras de tu liturgia que marcan nuestro camino en tu ausencia: La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de ustedes: las famosas tres T: tierra techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados.
Comentar