“Todavía hay sectores de nuestra sociedad que tienen fuertes arraigos puritanos: ven la desnudez como pecado y a la vez la convierten en misterio”.
Dos jóvenes de Toledo, un pequeño municipio del Norte de Antioquia de menos de 6 mil habitantes, se suicidaron esta semana porque al parecer, no aguantaron la presión ni las burlas de la gente. Hasta donde se ha podido saber, una de las jóvenes de 14 años, se tomó una foto desnuda y la mandó al celular de su novio. Este la compartió con alguien más y así la foto recorrió prácticamente todos los celulares del municipio incluido el de la mamá de la joven, que seguramente avergonzada, reprendió con dureza a su hija. Esto, sumado a estar en el boca a boca del pueblo y a las miradas inquisidoras o morbosas, terminaron influyendo en la decisión de la joven de quitarse la vida.
Aún no se sabe si la otra niña de 13 años que también se quitó la vida, tuvo relación con este caso: distribuir la foto de manera premeditada para generar impacto. Luego, al ver que la situación se salió de control, sintió remordimiento y también prefirió acabar con su vida. Mírese por donde se mire, el desenlace es lamentable.
Todavía hay sectores de nuestra sociedad que tienen fuertes arraigos puritanos: ven la desnudez como pecado y a la vez la convierten en misterio, desencadenando patrones morbosos en las personas. Una doble moral: condenamos al que se expone a estar desnudo públicamente pero cuando lo hace, no queremos perdernos la oportunidad de verlo, lincharlo y burlarnos por haber “dado papaya”. Como en los viejos tiempos, se condena en la palestra pública pero esta vez no con piedras ni con la ejecución del verdugo sino con burlas y discriminación, y al mismo tiempo disfrutamos de su show, como en un circo romano.
Ponerle misterio a la desnudez genera este tipo de situaciones: ver lo normal como exótico, cuando por lo general, todos los hombres y todas las mujeres tenemos el cuerpo de la misma manera. El misterio viene desde el lenguaje con el que nos comunicamos: no decirle pene al pene sino “pajarito”, o cambiar vagina por “cucaracha”, o decirle al hijo que su venida al mundo fue producto de una cigüeña y no de una relación sexual entre sus padres. No llamar las cosas por su nombre genera un morbo innecesario. Se genera misterio y el niño que pregunta, que no es bobo, cree que le ocultan algo que luego trata de averiguar a las escondidas y por su cuenta.
En eso, hay sociedades que nos llevan ventaja y existen movimientos o prácticas que normalizan la desnudez, como las playas nudistas o la misma industria pornográfica. No hay un juzgamiento al cuerpo humano, ni debería porqué haberlo.
El triste caso de las niñas de Toledo nos debe llamar a la reflexión sobre cómo estamos abordando la sexualidad y la desnudez, que, por lo visto es este municipio, aún se siente vergüenza por hablar de estos temas. Es otra discusión si la niña debió haber compartido su cuerpo desnudo con su novio por Whatsapp. Aquí la reflexión es, que no debemos condenar algo tan natural como un cuerpo desnudo y sí la falta de apertura para hablar con naturalidad sobre la sexualidad y la desnudez humana.
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