Este es el segundo de dos artículos de ¿Cómo tumbar nuestros muros? Para ver el primer artículo, haga clic aquí.
Hace 25 años cayó el muro de Berlín y con él se desmanteló el comunismo. Si después de eso el populismo socialista floreció en América Latina es porque las condiciones estaban dadas para que eso sucediera. Nuestra región está llena de muros de Berlín, así no sean visibles. Tenemos una gran muralla mental que precede a la ola populista socialista y que sirvió como tierra fértil para que este se enquistara en nuestra sociedad. ¿Pero cómo podemos actuar para tumbar nuestros muros?
En mi opinión como un simple observador de la actualidad, lo que tenemos que hacer es eliminar las condiciones que nos predispusieron a la situación actual y generar factores protectores que no teníamos antes y que sí existían en otras regiones del mundo que hoy son más democráticas y libres. Enumero algunas de las acciones indispensables que creo que debemos tomar, no necesariamente en orden de importancia:
1) Educación de calidad y orientada a cambiar nuestra realidad: al contrario de lo que sostienen algunos ministros venezolanos, tenemos que llevar a nuestras clases bajas a un nivel socio-económico superior. Un país sólo puede construirse con clases medias amplias, y para que estas aparezcan necesitamos un sistema educativo más moderno. No basta con aumentar la cobertura ni el número de horas de clase si no se individualiza la educación para darle a cada niño y adolescente el apoyo necesario para superar sus dificultades y potenciar sus habilidades según sus intereses personales y su contexto social. La educación superior tiene que estar orientada, sí o sí, a privilegiar la oferta de unas carreras sobre otras según las necesidades de la sociedad (como hicieron los asiáticos). Además, el estudiante universitario tiene que ser introducido paso a paso en la realidad de su profesión a través de alianzas entre las empresas públicas y particulares con la universidad, sin importar si esta última es estatal o privada.
2) Educación financiera: Nuestra cultura no nos ha inculcado las virtudes del ahorro, la planificación y la responsabilidad con nuestro dinero y nuestros bienes materiales. Nuestras tierras tienen más recursos naturales que los que podemos imaginar, pero no podemos confiarnos en que esa abundancia sea permanente. Tenemos que convertirnos en una sociedad cuidadosa, respetuosa del planeta, eficiente, sana y responsable. Familias responsables invertirán en el desarrollo de su descendencia y gastaran menos en tonterías impuestas por el consumismo. La educación financiera, junto con la enseñanza de principios básicos de la economía debería ser incluida en los programas académicos de educación básica y media: no podemos seguir considerando al pensamiento económico como algo de los millonarios; si queremos erradicar el populismo derrochón sin desmantelar la democracia, la gente del común debe comprender por lo menos cómo se manejan las financias personales y familiares.
3) Valorar el trabajo y el emprendimiento, y devaluar el dinero fácil: El progreso viene de cada ciudadano más que de las iniciativas estatales: si queremos países justos, seguros y estables tenemos que dejar en manos del Estado los temas esenciales, pero permitir a las personas desarrollar todo su potencial para el beneficio de sus comunidades. Tenemos una crisis de valores que incluye el deseo de dinero fácil y el desprecio por el trabajo y el emprendimiento. Hay que recuperar esos valores señalando la trascendencia de nuestras empresas modelo, que las tenemos y de todos los tamaños. Los trabajadores que invierten su tiempo en aportar a la sociedad y a los que se les reconoce ese aporte con dinero deben ser resaltados, sin importar su origen o clase social. Los buenos empresarios también deben ser ejemplo para toda la sociedad. ¿Por qué jamás en nuestras escuelas se enseña la historia de las grandes empresas de nuestros países? ¿Por qué nadie se detiene en comprender de dónde viene la riqueza de nuestros empresarios, en vez de lanzar juicios despectivos a priori sobre sus fortunas?
4) Fomentar la sociedad civil: El ciudadano latinoamericano es desinteresado, apartado de su realidad. Mientras en las sociedades desarrolladas existen grupos de ciudadanos de todo tipo que se preocupan por su propio bienestar, acá se ignora todo y los temas políticos quedan sin abanderados, por lo que cualquier causa termina en manos de algún grupo radical con el propósito, tácito o expreso, de impedir el desarrollo social. América Latina necesita una sociedad civil activa que reemplace la lucha ideológica por el interés del ciudadano en temas como la salud, el trabajo, la educación, el transporte y el bienestar.
5) Dar vocería a los integrantes de grupos minoritarios (especialmente indígenas): Mucho se ha hecho por las comunidades indígenas, pero se nos olvidó que el indígena es valioso también en su condición individual. El resultado es que todo lo que se hace privilegia a las minorías que dirigen a las comunidades, impide el cambio y el progreso en ellas y mantiene vivos los estereotipos que tenemos de ellos. Lo mismo ocurre con otras comunidades étnicas y religiosas en condiciones minoritarias, a quienes tratamos como grupos homogéneos, cuando entre sus propios integrantes existen fuerzas centrífugas poderosas que podrían aportar no sólo a sus grupos sino a toda la sociedad. Con la llegada de representantes de estos grupos a los parlamentos nacionales se consiguió dar vocería a los líderes comunitarios tradicionales, pero no se potenció la democratización interna de las comunidades.
6) Aprender que somos «un mismo pueblo»: Un elemento clave del populismo socialista latinoamericano ha sido la construcción de organismos como el ALBA y el Foro de São Paulo que proporcionan todo tipo de apoyo a sus aliados en cualquier país de la región. Tenemos que desarrollar redes democráticas de apoyo que hagan contrapeso a las telarañas de complicidad de la izquierda populista. Cualquier esfuerzo en este sentido se debe aplicar ya no sólo a Latinoamérica, sino en el plano Iberoamericano, pues hemos visto como lentamente el populismo ha penetrado en las sociedades española y portuguesa en los últimos años.
7) Dejar lo «hispano» en un segundo plano: Aunque suene contradictorio, a pesar del enfoque iberoamericano de nuestras redes de apoyo, tenemos que darle relevo a la identidad hispana y construir nuevas identidades nacionales. Nuestra herencia hispana nos ha proporcionado más atraso que progreso en los últimos 200 años: a ella debemos todo tipo de desprecio por la riqueza y el ahorro, la apatía política de nuestra gente que nos hace más similares a súbditos del rey que a ciudadanos con el poder de decidir. Esa estructura social y política que heredamos ha sido desmantelada por partes en la propia España, y ya es hora de que lo hagamos aquí también. No se trata este punto de negar a nuestros ancestros, sino de madurar como sociedad.
8) Abandonar el presidencialismo: Venimos de una tradición presidencialista muy fuerte. El Jefe de Estado es tan poderoso en nuestros países que los demás poderes del estado se arrodillan fácilmente ante el ejecutivo. El inmenso poder presidencial es un riesgo para la democracia porque se deja en manos de una sóla voluntad gran parte de las responsabilidades del Estado y el destino de las naciones. Y como el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, el presidencialismo es la puerta a la dictadura y al totalitarismo. Un modelo parlamentario, aunque no nos blindaría totalmente frente a estos males, podría disminuir la altísima prevalencia que estos tienen en nuestra región.
9) Descentralizar: El poder político tiene que ser distribuido entre distintos grupos de la sociedad. Además de abandonar el presidencialismo, se debe llegar a un alto grado de representatividad regional que ya tenemos en algunos países pero es muy deficiente en otros. Además, frente a un populismo que concentra el poder en el gobierno central, la alternativa es devolver funciones a las regiones y ciudades, y hacerlas más autónomas y democráticas.
10) Abrir nuestros mercados: Aunque de todo se culpe al «neoliberalismo» y al «capitalismo salvaje», lo que ha hecho falta en América Latina es eso. Ni siquiera antes de los gobiernos populistas socialistas se llegó a un nivel aceptable en ese aspecto, excepto en países como Chile que hoy gozan de las economías más pujantes de la región. La mayoría de nuestros países, incluso bajo los gobiernos de «derecha», implantaron durante el siglo XX modelos de sustitución de importaciones que entorpecieron nuestro desarrollo económico, y en consecuencia, el progreso de los menos favorecidos.
11) Firmeza en la oposición al populismo socialista: Para convencer a la población de la inconveniencia del modelo impulsado por los partidarios irresponsables de la «revolución» no sirve plantear modelos intermedios ni cambios leves, pues si lo que atacamos es malo, entonces la alternativa será apenas medio mala, o levemente menos peor. Hay que hablar claramente con la gente, plantear acciones drásticamente distintas a las del populismo socialista y tener unos principios claros. Si la población carece de esta perspectiva distinta, buscarán de sus futuros gobiernos lo mismo que los populistas prometieron y no pudieron cumplir.
12) Ni seguir igual, ni rendirnos en la guerra contra las drogas: La lucha contra el narcotráfico no ha sido un éxito rotundo, pero tampoco un fracaso como nos lo quieren hacer ver. Por principios democráticos no podemos renunciar a la defensa de la salud pública, pero tampoco a las libertades individuales. El enfoque en la lucha contra las drogas tiene que pasar de lo exclusivamente militar a incluir la promoción de la salud y la investigación científica. Si es posible mediante cualquier intervención preventiva evitar los efectos de las drogas y la dependencia a estas en un individuo, no hay excusa válida para no intentar desarrollarlas. América Latina tiene que pasar de ser la región problema a la región solución, y de paso eliminar una de las fuentes de financiamiento más lucrativas del populismo socialista.
13) Cambiar el modelo del estado de bienestar por uno que sea sostenible: El principal argumento del populismo socialista para mantenerse en el poder es que los pobres necesitan de gobernantes que estén dispuestos a satisfacer sus necesidades, no sólo las básicas sino también las creadas, de forma gratuita y continua. Si bien ese modelo no es sostenible, es imposible alcanzar un cambio proponiendo otro sistema que no contribuya con el bienestar de la población, además de lo inhumano que esto resultaría en pleno siglo XXI. Tampoco podemos darnos el lujo de imitar todo el esquema europeo del estado de bienestar, que incluso en una sociedad más próspera y con una demografía menos dificil demostró su insostenibilidad.
Se necesita buscar un sistema de bienestar que garantice los derechos de la población pero que esté orientado a alcanzar la autonomía del ciudadano para conseguir sus bienes y servicios por su propia cuenta, que no penalice la movilidad social con aumentos de impuestos y reducción de beneficios sino que fomente el ascenso social, el trabajo y la educación.
Estas son simples observaciones que me parecen esenciales para derrotar al populismo, no pretendo dejar unos lineamientos inflexibles y estrictos sino hacer una simple reflexión sobre aquello que no hemos intentado.
Este es el segundo de dos artículos de ¿Cómo tumbar nuestros muros? Para ver el primer artículo, haga clic aquí.
Foto: tomado de Wikimedia Commons, autor: Thierry Noir.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-h-a.akamaihd.net/hphotos-ak-prn1/t1.0-9/10297751_10203708030200608_5253995294678260460_n.jpg[/author_image] [author_info]José Miguel Arias Mejía Medellinense. Estudiante de Medicina de la Universidad de Antioquia. Leer sus columnas.[/author_info] [/author]
Comentar