Cómo sobrevivir a esta pandemia y no morir en el intento

Hay que empezar por lo obvio. Sí usted puede leer esto es porque está vivo y ha podido, como yo, sobrevivir a este año de … (autocomplete con el adjetivo que más se sienta a gusto). También a usted le ha tocado acoplar su existencia a la virtualidad y le ha tocado, en algún punto, reconocer el vacío que deja esa virtualidad. Seguro hizo llamadas con amigos (virtualmente), se fue a conferencias (virtuales) y quizás intento ver alguna obra de teatro transmitida en Facebook o YouTube. Se abrieron las puertas de las infinitas posibilidades que permite la omnipresencia, por un momento jugamos a creer ser dios o algo que se le parezca. Pero, para ser honesto, no tengo hasta ahora una sola frase significativa que haya podido tener con mis amigos por Meets o Teams, o ese sin fin de plataformas nuevas que se crearon para suplir la necesidad de comunicación. Engañé a la mejor clase que tuve este año porque sí, porque no tenía ganas, porque el sinsentido me absorbía. Entonces minimizaba la ventana o silenciaba al profesor, o iba a hacerme el desayuno mientras la clase seguía perfectamente sin mí. Y la única que vez que me animé a ver teatro virtual no pude soportarlo más de diez minutos. Supongo que el teatro necesita la complicidad de su público presente, es decir, que no puede representarse y no lo reemplaza un contador expuesto en la parte superior de la pantalla.

Todo gran principio causa conmoción. Desde noviembre comenzó a crecer el virus en Wuhan. Aquí comienza el paseo: los grandes filósofos comenzaron a jugar al tarot, a develar cartas, a anunciarnos el nuevo futuro tras esta pandemia. Tras una sesuda investigación, descubrí que Slavoj Žižek es de Aries mientras que Judith Butler es de Piscis. Allá a quién le pueda servir esa información y el porqué de sus teorías. Los conspiracioncitas no vacilaron entre chips y las 5G para dominar el cerebro humano y las dicotomías de guerra fría resurgieron. Que gran año les digo, el mundo es sin duda un gran espectáculo horrible y fascinante.

Por cierto ¿sabemos algo de la muchacha que se curó del covid al encontrar un pelo de rana calva en la mitad de la biblia? ¿O a uno de esos tantos especuladores de las energías que piensan que curarse es una cuestión de actitud? O mejor aún ¿dónde estarán esos cómodos culebreros que siempre surgen en tiempos de crisis dispuestos a embaucar a las personas? Sí, tapabocas que no filtran, carnets que alejan el virus o pastillas placebos. A lo sumo, no ha de faltar, alguien sacó uno de esos tés verdes de sabor indescriptible asegurando aumentar las defensas y (qué sé yo) el complejo B. La app “Me cuida” nunca me cuidó, pero fue lindo el intento. Tecnología de punta aplicada a los problemas del futuro en este, nuestro valle del software.

Con el devenir de los días y el malestar generalizado las personas empezamos a usar narcóticos lingüísticos. Porque sí, no vale la pena ocultarlo, yo también llegué a padecerlo: Me “reinventé”, me llené de “resiliencia”, aumente mis “energías”, me sentí intelectual al decirle COVID y no CORONAVIRUS, retomé viejos hobbies, y, por supuesto, se compró una nueva Air Fryer que es usada no tanto por sus beneficios a la salud como sí por el elogio a la pereza y permitir que una máquina haga todo el trabajo de fritar el chicharrón. O todo eso era lo que pensaba, porque ahora que el año se ha acabado veo con claridad suficiente que no me reinventé, que no logro superar muchas de mis adversidades, que a lo sumo me corté el pelo y aprendí en la guitarra una de esas canciones genéricas que ya nadie quiere oír. Pero, eso sí, ya aprendí a hacer las yuquitas y los palitos de queso en mi olla de aire.

Lo mejor para prevenir el coronavirus es usar tapabocas, lavarse constantemente las manos, ducharse, no ver a nadie, no tocar a nadie. Toda anulación de los sentidos es positiva a excepción de la pérdida del gusto y el olfato. En tal caso es mejor llamar a su EPS.  Se nos pidió encarecidamente no hacer intercambio de fluidos. El beso salió de toda recomendación, los “Orales” fueron suspendidos. El coito se mantuvo vigente siempre y cuando se cumpliera con todos los protocolos de bioseguridad, esto es: Manos limpias, pies bañados en alcohol y, por supuesto, manteniendo dos metros de distancia. Con tales exigencias resulta comprensible mi abstinencia este año y no (como muchos piensan) por una falta de posibilidades o un incrementado desprecio por la especie humana y sus vínculos de correlación, afecto y empatía.

Para ser honesto no es mucho lo que pueda recomendar que muchos de ustedes ya no sepan (y estén hartos de saberlo). Siendo franco no creo que mi modo de relacionarme con esta pandemia haya sido la más óptima. Seguramente muchos otros se han cuidado de mejor manera pero no contaron con la posibilidad descarada que el azar nos cuida. Muchos hemos perdido familiares o amigos o sabido de familiares y amigos que han perdido a los suyos. Como La Peste en Camus, estas muertes no obedecen a un castigo divino, como afirmaba el padre Paneloux, sino que logra acercarse mucho más al sin sentido de esta muerte sin precedentes que no pregunta por quien llega sino que simplemente lo toma en sus brazos y se los lleva.

Porque solo una pandemia global puede mostrarnos el hecho de que todos somos vulnerables, que sin cuidado somos un potencial peligro para el otro, porque solo cuidándome es que puedo cuidarlo. Porque mientras haya posibilidad de preservar la vida vale la pena esforzarse por ella. Y si ninguna de estas razones los convence les explico mi motivo. Quizás un pequeño amor se encuentre ahí afuera. Puede ser para usted o para mí. Puede ser una mascota o un bípedo sin plumas. Estoy convencido que el segundo nos puede partir el corazón, y por eso nos necesito vivos, porque un corazón roto es la experiencia póstuma de un ser que ha amado profundamente. Por eso, por el amor, porque no hay amor si no hay vida. O lo que es mejor, solo hay vida si podemos amar.

 

Andrés Felipe Pérez Tamayo

Politólogo UPB. A veces escribo sobre lo que me da la gana y otras sobre lo que necesito. Ex cuerpo de paz. Me gusta narrar.

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