El general George Patton, comandante del III ejército americano en la Segunda Guerra Mundial, tenía una frase con la que expresaba un particular desencanto: “Cómo odio al siglo XX”. Y no era porque fuese un misántropo ni mucho menos, lo decía porque extrañaba sus épocas, las épocas de crianza, de formación, de ese elemental y complejo aprendizaje. Lo mismo me pasa a mí: “Cómo odio al siglo XXI” y lo odio por su particular oleada de inutilidad, por su forma de castrar el intelecto y por el recurrente estribillo de oda a la pendejada y estupidez.
El siglo XXI trajo aparejado el irrespeto al hombre, a su esencia, a su valor. El hombre terminó siendo presa de pasiones arribistas, aventuras políticas y guerras a escalas superiores; el hombre ya no es hombre y, por el contrario, es una argamasa de carne y vacío que camina por imitación y que aprende porque (y por lo general) plagia. Al hombre se le ha despellejado como se hace con un animal y se le ha dejado a la suerte de la nada, ya que la suya es sospechosa.
Los hombres se entregaron al pasional político, al pasional guerrerista, al pasional acumulativo, como entrega la más casquivana de todas sus virtudes. Que, sino ver como la sociedad se debate en sendas diatribas, en grandes cuestiones y el hombre negándose atenderlas para entregarse con velocidad prístina a los edictos de las redes sociales, reality shows, banalidades espurias y comederos políticos que en poco o nada le atienden. ¡Ciegos selectivos! Eso se volvieron… solo ven lo que quieren ver y cierran los ojos (cuando les ordenan) para no ver lo que deberían ver.
Si. El Siglo XXI trajo la debacle de las utopías y de las gestas. Era bello cuando había algo por descubrir o por inventar, cuando la necesidad hacia de los seres humanos grandes titanes que cavilando y cavilando le daban respuesta al efugio. Pero ya en este siglo eso no ocurre, todo se le pregunta a Google cuando menos; y cómo no ocurrir lo de preguntarle a ese motor de búsqueda, si este siglo ha negado a los maestros, ha negado a quienes enseñan y a puesto de moda la autodidáctica pues ya todo esta al alcance de los dedos o de la voz. Cada día, con el paso de las horas y los minutos este siglo promueve la ignorancia supina: fácil es entender por que dos más dos es cuatro pero difícil y hasta imposible, sino se tiene un maestro al lado, es entender por qué el dos es dos y por qué dos veces dos es cuatro. Este siglo sumió la existencia a una operación matemática y olvidó la lógica que conlleva esta.
La centuria del XXI podrá tener su tecnología y sus comodidades… y qué. Cada siglo que el hombre ha vivido lo ha llevado a ser perezoso, menos avante y menos reflexivo; pareciese que es natural. Pero este, en el que vivimos, ciertamente es la culminación negativa de todo: Nadie lee, nadie escribe, nadie piensa, nadie hace nada y por el contrario se arrodillan ante otros hombres e imaginarios, quieren acabar con quien piensa y peor, quieren instaurar lo que creen que es correcto. Me temo que ahora más que nunca amamos los amos, las cadenas, las seguridades, porque nos evitan la angustia de la razón (Frase parafraseada por Estanislao Zuleta de León Tolstoi).
En definitiva, este siglo no vale un ápice, en dieciocho años le han dado como pago muchas vidas de muchos seres y todo por un “maní” como dice la canción.