“Es la Colombia actual, sometida por décadas en el encierro y enredo, desastre de la corrupción, violencia, muertos, robos perdiendo credibilidad y patria.”
Tan repetitivas son las palabras, como la misma historia.
Verdades que tanto duelen, pero que con el transcurrir del tiempo agonizan, partida el alma.
Ese gigante Goliat apático, sin tiempos, ni fronteras.
Con los pueblos sumidos en la deslealtad, miserias calculadamente repartidas, entre las aldeas ensanchadas del país.
Goliat en elevadas cimas de la corrupción, cuñada con la opresión y violencia por los cuatro puntos cardinales asomadas, derramadas.
Amasando indignidad, inmoralidad y desacuerdos en medio de placenteros vicios. Sumergen, esconden la verdadera realidad, los símbolos patrios y la historia, las verdades, la moral, la dignidad amarrada por la corrupción, injusticias y robustas mortajas, al silencio eterno sometidas.
Altas cortes, magistrados vendidos, fiscales y sus conciencias compradas sin ética ni juramentos que se cumplan.
Se escapa la dignidad, la moral arrasada, destruida, golpeada por la incertidumbre.
El alma colombiana por las mismas leyes y justicia gime, subyugando tantas vidas, en medio de inmunidades la libertad es dada y regalada a delincuentes, luego se lavan las manos con muy buenos discursos desvían y embolatan la verdad, la deforman en medio de chismes, difamaciones ocultan en profundos socavones y las entierran.
Ahí bailan bien alborotadas las mentiras, haciéndole la gran venia al engaño y al populacho, llenando las barrigas en circos pasajeros, a nombre del poder y patria.
¡Qué faenas, estocadas repetitivas, prolongadas en las corridas competitivas de trampas y engaños!
Estocadas de leyes, reformas y deformas que se perpetúan quedando en el mármol siniestro de la historia politiquera conveniente, siendo la metamorfosis, lápidas negociadas para los caseríos, aldeas, pueblos sumisos, temerosos y esclavos vulnerados.
Deplorables los acabados rústicos en los caminos de la vida que replican la injusticia. Labriegos, campesinos con sus pies descalzos, hambre, miseria, el alma desnuda, la esperanza muerta, los obligan a huir de sus ancestros, abandonadas sus tierras de su sudor y sus sueños al hombro o sepultados. Se mezclan sudor y lágrimas, amarga realidad dolorosa empotrada en los muros del alma, batallas perdidas en lo cotidiano con faenas de la vida en desgracia convertida.
Los grandes como quieren arrastran, arrasan, despellejan los sueños, la inocencia acabada, aprovechándose de la ignorancia, muertas las mañanas. También desviada la esperanza, arrastrada sin piel, ni figura sobre los futuros, funestos, inciertos sin voz ni caminos, mortajas colombianas.
Es la Colombia actual, sometida por décadas en el encierro y enredo, desastre de la corrupción, violencia, muertos, robos perdiendo credibilidad y patria.
Apoderada la guerrilla y paracos, violencia y el narcotráfico desbordado que se unen al gobierno. Perdidas los llanos, las praderas, ríos, los montes, las parcelas y viejas casas que guardan historias de terror, horror de madrugada con sus tardes de aflicción y llanto, lúgubres tiempos nostálgicos.
Hiel pura amarga, cruda realidad tangible, con lágrimas, dolor vivido ahogando la justicia, engrampados los derechos sofocando la esperanza, las conciencias populares en la patria que no se ve, donde claramente gana la delincuencia, la indignidad, desastre colombiano que, sin frenos al galope, en veloz carrera al despeñadero cae.
Tierras arrasadas sus flores y cultivos en ilícitos convertidos en cocaína, marihuana en abundancia ganan.
En vía de extinción, hortalizas, arroz, frijol, el campesino labrador ya no cierne su semilla ni recoge sus cultivos. Sólo los aires llevan opio, se respira la contaminación del ser, alma del futuro ahogada la esperanza.
El mañana dudoso, silencioso, el mañana de muerte que acampa en los misterios del silencio de madrugadas o en las penumbras de las noches y luego revienta el alba y con él la violencia.
Silencian voces, callan verdades engavetadas que se escurren en la inmunidad, investigaciones silenciadas, que callan y sepultan.
El miedo, los fusiles todo lo arrasan, condenados los pocos sobrevivientes al destierro de sus tierras prósperas, prometedoras en el exilio, llevados a la mendicidad cuando antes eran dueños capataces, hoy en harapos sus vidas se encuentran entre la nostalgia y los recuerdos de paz, libertad de sueños prósperos campesinos convertidos en mares de impotencia y lágrimas donde sucumbe hasta la razón perdida que divaga en el descaro cruel de lo no entendible.
Esta es la Colombia hoy, con las herencias turbias de ayeres mentirosos fracasados, oscuros, callados, desastres prematuros hoy presentes en los polvorientos caminos perdidos y ausentes. Por culpa del mal poder, del engaño, traición, embaucadores payasos de engranajes de mentiras, desproporcionado autoritarismo abusador y descarado. Patriotas del bolsillo, violencia, corrupción, falsos positivos sin vergüenza ni justicia sin razón.
En los prostíbulos de la injusticia pariendo robo, muerte, desgracia. Convirtiendo sin bases ni prejuicios los derechos en rameras desbordadas en los borrascosos tiempos de la historia, con tentáculos fríos, despiadados, desvirtuando la humanización, la credibilidad, la moral despilfarro profundo de la dignidad perdida, arrasada, destruida por personajes sin conciencia en la vanidad austera del poder y del desfalco en regalías de caprichos convertidas las arcas colombianas con las que no merecen compartirlas…… ¿dónde está la clara justicia de leyes duras que frenen los gobiernos de turno, de elevada violencia y corrupción?
Agudizada la mirada de la fé, la paz que se abrazan temerosas en los rincones de la casa de Nariño, entre murmullos pasiticos, los grandes planean y ejecutan. La fé, la paz aterrorizada observa tanta maldad y crueldad.
Duro resuenan los cánticos fúnebres al territorio colombiano. Buscando la fé en la paz, presurosas las fórmulas para pintar de blanco el carbón, apagando hogueras de maldad encubada por décadas, donde aparecen santos en la cruel santería de vender el alma, la conciencia a los dioses del poder enfermizo y capitales austeros.
Vulnerando la intelectualidad, saberes, diplomados, justicia, derechos destruidos y opacados, sudor, dolor de patria, agoniza agobiada la paz escarnecida.
¿Dónde están las bases, los juramentos de la real pura justicia, que serían las murallas, los límites claros cristalinos de un mal poder, ya que, en compromiso dudoso, no se negocia la paz?
La paz no son firmas, en declive, en caída, la paz es clara, se fortalece en la verdad, en los profundos cimientos convertidos en murallas de principios, nobleza y calidad de justicia donde se mesa la fé, moral y la dignidad, respiros profundos de una nueva historia.
La paz se vive, se atrae con la calidad en la conciencia, en la bondad seria, clara de los derechos, la justicia engalanada con vestimentas blancas, con pilares de dignidad, cetros diáfanos de derechos que impacten en consejos del futuro. Cetros de calidad hacia el respeto, abrir senderos y caminos perdidos.
La paz se lleva en la conciencia, se arrulla, descansa en el alma, donde diáfanos cánticos abracen la esperanza del futuro y se despierten placidas mañanas que con amor se reparta mucha calidad, limpieza e inocencia. Se ofrende para que lleguen noches tranquilas, despejadas, apacibles en Colombia y sin tantos mentirosos hablando de paz mientras aplauden la guerra.
Los mentirosos hablan de paz, la golpean y la acarician. Manosean la guerra convirtiéndola en negocios capitales, negros, oscuros, que fachada envuelta en palabrerías, discursos convertidos en tiempos fúnebres, en cánticos de muerte, dañando tricolores, atrincherado males en historias, dañadas, sofocadas de maldad profunda, sin rostro ni figura, todo lo acaba, lo destruye, convirtiendo tantas vidas en desérticos caminos entre lágrimas sobrevivientes mutilados revelan la catástrofe de demonios que salen, tumban, apabullan desintegrando tantas vidas.
Utilizando la casa de Nariño en tantos diálogos a puertas cerradas, puertas convertidas en panteones de diálogos, convenios donde se mecen las corrupciones, apropiaciones, violencias, masacres en secretos infames, dolor, desprestigio y la apropiación del heraldo colombiano. De la casa de Nariño sale el cáncer, toda clase de plagas que se comen y se alimentan del país, llevando al desprestigio mundial derribando el alma colombiana.
Miremos la historia colombiana, como han marcado en desconfianza, desprestigio al sudor y la dignidad de todo el país.
¿Colombia, dónde estás que no te veo?
Despiértate de ese profundo letargo de indiferencia, hay muchos medios de comunicación, gente honesta, intelectuales que abrazan con lealtad el ámbito de las virtudes y moral colombiana que miran la justicia y los derechos no aplicados, entonces surge la gran pregunta ¿Dónde está la honorabilidad de la justicia?
Colombia, déjate abrazar por la fé y la bondad, dignidad que son los trajes limpios de la esperanza de patriotas buenos con calidad del alma, gente buena maravillosa que sueña, le abre las cerradas puertas a tan anhelada paz, la cual no llega.
Perdida en los ayeres, los presentes y futuros. Niños en la desnutrición, hambre, miseria en medio de las balas. Niños humillados por la misma justicia, leyes y corrupción hasta los comedores engordados por discursos y fogones apagados.
A este horror, se unen los leales, virtuosas damas, gallardos caballeros, patriotas que les duelen los niños, familias y el futuro colombiano, levantando la bandera emblemática de las ruinas, aplastada, destruida, la justicia y los derechos son la razón de la vida.
Banderas puras, de historia y tradición, sus colores vivos relucientes que permeen las penumbras, la oscuridad y los silencios.
La justicia con fuerza y limpieza, derroten corrupción, engaños y violencia, donde por generaciones politiqueras han escondido tanta maldad, poder y destrucción.
La ley deforme, la injusticia descaradamente encuella a los pueblos, los arrastra y despelleja. En cambio, al estado desaforado, alborotado, violento y corrupto, la real justicia no se aplica, no los miran ni olfatean.
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