Hay una frase que se repite ante cualquier noticia negativa que aparece en los medios de comunicación. Una frase con la cual se pretende embolsar la causa de todos los males, bien sea un robo, un crimen, un caso de corrupción o el maltrato animal. La culpa es siempre de “la falta de educación”, y enseguida surge la receta mágica para solucionar el problema: “Más educación”.
Pero los datos nos indican que nunca antes en la historia hubo tanto acceso al conocimiento y a la instrucción como hoy en día. Personas que terminan las escuelas primaria y secundaria, van a la universidad, obtienen maestrías y doctorados, y hacen cursos de todo tipo (presenciales y online). Estamos a un clic de casi cualquier información que deseamos obtener.
Todos los Gobiernos de todos los países compiten por ofrecer “más educación”. A saber, la UNESCO pone la educación de Cuba como un ejemplo para el mundo (Fuente AQUÍ) y premia a Venezuela con la Vicepresidencia de su Asamblea General (Fuente AQUÍ). Sin embargo, esa “cantidad de educación” no se ve reflejada en una buena calidad de vida para sus habitantes, ni en el progreso económico de dichos países. Todos conocemos las penurias que viven los cubanos y los venezolanos.
No estoy diciendo que la educación sea irrelevante. De hecho, estoy convencida de que es un factor determinante para una nación y sus habitantes. Pero es necesario diagnosticar bien cuál es el problema, que no ha sido ni es la falta de educación, sino la oferta monopólica de mala educación.
Educar significa ofrecer instrucción intelectual, moral y social. Lleva la raíz de la palabra latina ducere que significa “guiar o conducir”. Pero esto no indica nada acerca del tipo de instrucción o del rumbo hacia el cual la estamos orientando.
En este sentido, tenemos dos alternativas fundamentales:
- Educar “en serie”, en forma uniforme a miembros leales al grupo, apegados a las tradiciones y obedientes a las normas y a la autoridad.
- Educar individuos emprendedores, racionales e independientes, dispuestos a llevar a cabo las acciones necesarias para alcanzar sus objetivos y sueños.
El tipo de instrucción que demanda una alternativa y la otra es diferente, porque los principios filosóficos y los rasgos de carácter que se espera desarrollar en uno y otro caso son opuestos.
Por ejemplo, en Argentina y en Colombia existe un Ministerio de Educación que define los contenidos que todas las instituciones educativas –tanto públicas como privadas– están obligadas a impartir a sus alumnos, definiendo así la “dieta intelectual” que deben consumir en su edad de formación.
Esto no es casual. Es parte de la filosofía imperante que pone a la sociedad y al colectivo por encima del individuo, y que ofrecerá una educación homogénea, donde se impartan a todos por igual los conocimientos y valores que el gobierno de turno desea transmitir.
Una dieta intelectual colectivista no buscará desarrollar pensamiento crítico, ni curiosidad, ni ambición, ni individualidad. Buscará obediencia e incorporación/repetición de los contenidos establecidos.
A los valores impuestos por el Estado, se le suma una fuerte educación religiosa que se imparte en muchos hogares y colegios. Sin menospreciar los valores positivos que algunas religiones refuerzan, como el respeto, la generosidad o la benevolencia, es también cierto que desfavorecen otros valores fundamentales para vivir en libertad. El mismo Papa Francisco I, con sus discursos en contra del dinero y a favor de la pobreza (Enlaces de interés AQUÍ y AQUÍ, respectivamente), refuerza rasgos como la abnegación y la falta de ambición, presentando una falsa dicotomía: ser pobre-bueno o ser rico-malvado.
Como si fuera poco, los padres y maestros agregamos muchas veces una buena cuota de autoritarismo y de sobreprotección. Damos respuestas como “haz lo que digo, del modo que digo y porque yo lo digo”, que solo logran que un joven deje de cuestionar y de buscar sus propias respuestas. También tendemos a protegerlos por miedo a que sufran, sin darles espacio para que exploren, arriesguen y tomen sus propias decisiones.
Si educamos jóvenes que no cuestionan, obedientes, con poca confianza en sus habilidades para enfrentar la realidad, y con poca ambición e individualidad, ¿a qué líder político votarán en el futuro? ¿A quién les ofrezca libertad o a quien les ofrezca protección? No es difícil deducirlo.
¿Cómo hacemos, entonces, para educar jóvenes independientes, críticos y emprendedores en todos los aspectos de su vida? ¿Cómo los educamos para alcanzar sus metas y para vivir en libertad?
Empecemos por estos tres caminos:
- Competencia y libertad en la educación: Todos los seres humanos somos diferentes, por eso es fundamental que cada uno pueda elegir el tipo de educación que desea. Quitarle el monopolio al Estado es un paso fundamental y una lucha política que debemos enfrentar. Educación está antes que libertad solamente en el diccionario. Sin libertad, la educación está condenada a volverse adoctrinamiento y las consecuencias de este camino las terminamos pagando todos.
- Educar en rasgos emprendedores: Estos serían la perseverancia, la innovación, el coraje, la iniciativa y la responsabilidad a la hora de enfrentar desafíos. Para esto es fundamental crear el clima adecuado para el desarrollo de una sana autoestima.
Carol Dweck, profesora de la cátedra Lewis and Virginia Eaton de Psicología social de la Universidad de Stanford, en una oportunidad escribió:
“El modo en que respondes a un desafío, revela tu mentalidad y la visión que tienes de ti mismo.”
Si un joven se siente lo suficientemente importante para prestar atención a sus propios deseos e intereses, si confía en su habilidad para tomar riesgos y decisiones inteligentes, y si está convencido de que merece una buena vida, posiblemente llevará a cabo las acciones necesarias para lograr sus objetivos. Al mismo tiempo, esos logros le darán una sensación de orgullo que alimentará y validará su autoestima creando un círculo virtuoso.
- Buenos principios filosóficos: Podemos exponer a los jóvenes a todas las ideas filosóficas existentes, pero como educadores nunca deberíamos exigirles contradicciones. No esperemos que sean creativos si les enseñamos que la realidad no existe. No les pidamos que usen la lógica, si les decimos que la razón es impotente. No pretendamos que sean íntegros y honestos, si les enseñamos que los valores son relativos y que cada quien tiene su verdad. No los incentivemos a buscar un buen trabajo mientras les decimos que el dinero es sucio.
Si queremos jóvenes que vean su vida como una aventura y listos para hacerse cargo de ella, entonces la libertad, la autoestima y una buena filosofía para vivir en la Tierra son la clave para lograrlo.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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