Desde la Grecia antigua hasta el siglo XXI, extensos pensadores y académicos desde Aristóteles y Platón hasta Bentham, Robert Dahl y sus contemporáneos, se han ocupado de definir la democracia bien sea en detrimento o a favor de este modelo político que al parecer, suena como la única alternativa en un mundo globalizado. Lo cierto es que las democracias del mundo actual, funcionan como trampolín para las grandes corporaciones efectuar políticas públicas a favor de su sector, a saber: el privado.
En Colombia estamos en aires de una nueva presidencia y sin ánimo de hacer proselitismo político, quisiera mencionar algunos aspectos que pueden ser preponderantes a la hora de pensar el futuro de un país en el que los grandes apellidos se han perpetuado en los grandes cargos especialmente después del frente nacional a cargo de Carlos Lleras Camargo (1959-1962).
La corporatocracia brevemente definida es el medio por el cual el poder de las corporaciones rigen la sociedad a favor de sus intereses. Afirmar que Apple tiene más dinero que el PIB de Argentina, Bélgica, Suecia, Polonia, Taiwán y Arabia Saudita es ridículo. Que Goldman Sachs posee más poder de decisión que Grecia y otros Estados es simplemente desembocar en la fácil tesis que las corporaciones son los verdaderos amos del mundo. ¿Cómo es el caso de Colombia?
Existen tres esferas dominantes de poder en toda sociedad y gobierno, estos son: la opinión pública, los medios, el Estado y sus élites. El modelo es bastante simple para establecer agenda política. La opinión pública tiene unas demandas que desea satisfacer, los medios son los encargados de difundirlas al igual que las plataformas de difusión como Twitter, Instagram y Facebook. Los medios al estar “politizados” manipulan la información a favor de sus patrocinadores y finalmente llega la demanda “politizada” a el gobierno o mejor: las corporaciones. Dichas corporaciones responden con políticas públicas que , en teoría buscan el bienestar común pero no es así.
Este modelo lo que nos dice es que las corporaciones han suplantado el deber del Estado pues con la globalización y el auge del capitalismo salvaje, el Estado pasó a ser meramente una banda de transmisión, esta maní atado a lo que el sector privado le dicte. Es imperante que la opinión pública se movilice con acciones populares como las protestas, la participación política en las elecciones y la presión constante para que las políticas públicas obtengan un carácter más vinculante y menos corporativista.
Si observamos, Colombia ha estado en manos de las mismas familias tradicionales de siempre por el poderoso lobby que ejercen. Los Lleras, los Santos, Los Santodomingo, los Nule, los Char, entre otros pocos que se comparten el poder y nos mantienen a nosotros como sus peones en el ajedrez de interés políticos individuales.
¿Volveremos a caer en manos de las élites tradicionales, las corporaciones y su grupo excepcionalmente formado por manipuladores “exitosos”?. NO! La solución no está en votar por los mismos de siempre, como colombianos debemos identificar la opción distinta, la de abajo, la del pueblo que se representa para retornar a la democracia y tumbar de una vez la corporatocracia que, aunque parezca imposible, hay oportunidad pues tenemos en nuestra mano la herramienta de poder más fuerte: la tecnología. Las demandas y las inconformidades que exponemos en las plataformas de difusión generan presión que tarde o temprano los de arriba no podrán evitar, tal como se visualiza en el paro de Buenaventura, el de maestros, el de camioneros, el de campesinos y ahora, el paro político contra los carruseles de corrupción.
Los invito a que seamos los meta programadores de la agenda política sin ser activistas de la crítica sino de la solución. Es impensable construir desde la critica sin pensar en soluciones. Anímese a votar primero, luego a votar por el distinto y finalmente a expresar su descontento libremente pero participando en movilizaciones grupales y sociales. Es así que se logra el cambio para una Colombia que nos vende atracos en los medios pero no la problemática real: la falta de activismo popular.