Colombia se envejece y afectará nuestro futuro

La reciente Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) de 2025 nos arroja una cifra que es más que un dato estadístico; es un presagio helador solo una de cada seis mujeres en Colombia contempla la maternidad. Si bien celebramos, como sociedad madura, la libertad conquistada por las mujeres para decidir sobre sus cuerpos y proyectos de vida, no podemos ignorar el abismo demográfico hacia el cual nos asomamos. Esta tendencia, que comienza a mostrar sus dientes con el menor número de nacimientos en una década (según datos de 2024), no es un murmullo lejano; es el preludio de una transformación estructural irreversible cuyas ondas de choque apenas comenzamos a dimensionar.

Analíticamente, la consecuencia más inmediata y visual es la defunción de nuestra pirámide poblacional. Ya no somos una base ancha de jóvenes sosteniendo a generaciones mayores; nos convertimos rápidamente en una estructura invertida, un hongo demográfico pesado en la cima. Este envejecimiento acelerado no es una simple curiosidad estadística; es la crónica de un colapso anunciado para nuestro sistema de seguridad social. La ecuación es brutalmente simple y catastrófica, cada vez menos personas en edad productiva cotizando para sostener a una masa creciente de pensionados y dependientes que demandarán, inevitablemente, más servicios de salud y asistencia.

La bomba de tiempo fiscal se combina con una inminente crisis en el mercado laboral. En aproximadamente 15 años, la cohorte reducida que hoy nace ingresará a la fuerza laboral, generando una descompensación crítica entre oferta y demanda de mano de obra. La solución fácil de compensar con tecnología o migración se revela como un espejismo peligroso para Colombia. No somos un imán migratorio; al contrario, a menudo expulsamos talento joven. Depender de la tecnología requiere inversión y adaptación masiva que no estamos planificando a la escala necesaria. Nos enfrentamos a un futuro con menos brazos para producir y menos mentes para innovar, afectando directamente las perspectivas de todos los menores de 50 años hoy.

El panorama se torna aún más sombrío al analizar el frente sanitario. Una población envejecida es, por naturaleza, más propensa a enfermedades, especialmente las crónicas de alto costo que ya tensionan nuestro sistema. Pero la catástrofe colombiana tiene un agravante perverso: la morbilidad crónica está apareciendo a edades alarmantemente tempranas, incluso antes de los 50 años. No solo seremos más viejos, sino que llegaremos a esa vejez en peores condiciones de salud, multiplicando la carga sobre un sistema de salud que ya lucha por ser sostenible y equitativo.

Frente a este escenario cuasi apocalíptico, la inacción actual es quizás el elemento más catastrófico de todos. Vivimos en una negación colectiva, aferrados a la ilusión de una juventud eterna o a la anticuada y poco fiable expectativa de que los hijos cuidarán de los padres ancianos. No existen hoy programas robustos ni una visión estratégica desde el estado, las empresas o la sociedad civil para preparar a Colombia para esta realidad ineludible de una sociedad envejecida, enferma y con focos de baja productividad, especialmente en zonas rurales. Seguimos sin un plan para envejecer dignamente en masa.

Ante la evidencia de que las políticas pro-natalidad en otros países como Corea del Sur o los nórdicos tienen un impacto limitado y no revierten tendencias tan profundas, la primera solución urgente no puede ser forzar nacimientos, sino gestionar las consecuencias inevitables. Es imperativo lanzar ahora mismo campañas masivas y sostenidas de promoción de un envejecimiento saludable, dirigidas específicamente a las poblaciones jóvenes y adultas actuales. Fomentar hábitos de vida sana, nutrición, ejercicio y prevención debe convertirse en política de estado prioritaria para retrasar la aparición de enfermedades crónicas y reducir la carga futura sobre el sistema de salud.

Paralelamente, debemos iniciar, con urgencia inaplazable, la adaptación estructural de nuestra sociedad. Esto implica repensar el sistema pensional con realismo, diseñar modelos de atención domiciliaria y comunitaria para la tercera edad, adaptar las infraestructuras urbanas y rurales, incentivar la economía plateada y promover la flexibilidad laboral para quienes deseen seguir activos más allá de la edad tradicional de retiro. El Estado, las empresas y cada ciudadano debemos empezar a construir hoy las bases para convivir y sostener una Colombia inevitablemente más vieja, entendiendo que la prevención y la adaptación son nuestras únicas herramientas realistas frente al espejo del futuro demográfico.

 

César Augusto Bedoya Muñoz

Comunicador Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Especialista en Gerencia de Mercadeo de la UPB. Mis pasiones para escribir y dialogar la política, la sociedad, la cultura y el servicio al cliente. Cuenta X: @cesar_bedoya.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.