“Esa política ha tenido éxito en el pasado, imponiéndose como solución ante una ciudadanía nacional amedrentada y temerosa frente a los actores criminales y la guerra misma, pero ello obedeció a un relato que Uribe supo hacer en su momento sobre toda la nación y no a partir de su propia comarca con mentalidad mayoritariamente conservadora que no duda en votar a quien promete mano dura, aunque para ello se alíe con la propia criminalidad.”
Se trata de un político simple, o mejor, de un simple político en aura de frases básicas y efectistas al estilo “esto no puede seguir pasando” o “se les acabó la guachafita”. Su ambición declarada es llegar a la presidencia para lo que, según dicen los analistas, utiliza el ejercicio actual en la alcaldía de Medellín para acceder algún día a esa instancia.
Su estrategia, enlazada con el gobernador de Antioquia, es servirse del regionalismo paisa cabalgando entre el legado uribista de autoritarismos y llamados a ganarle la guerra a los malos, por lo que adopta como caballo de batalla la promesa de la seguridad negativa, aquella que muestra números e indica cuántos crímenes no se cometieron, a punta de una ristra de acciones de patrullaje, vigilancia, incautación, amedrentamiento y narrativas acerca de la maldad del malo. No se trata de crear las condiciones para que la convivencia y la seguridad mejoren, sino en castigar a diestra y siniestra a quienes cometan crímenes reales o inventados.
Esa política ha tenido éxito en el pasado, imponiéndose como solución ante una ciudadanía nacional amedrentada y temerosa frente a los actores criminales y la guerra misma, pero ello obedeció a un relato que Uribe supo hacer en su momento sobre toda la nación y no a partir de su propia comarca con mentalidad mayoritariamente conservadora que no duda en votar a quien promete mano dura, aunque para ello se alíe con la propia criminalidad.
Lo de Fico es otra cosa, no solo porque es otro momento histórico sino porque su talla política es infinitamente más pequeña a la del dueño del Ubérrimo, y apelar al regionalismo, a esa suerte de cruzada para adquirir más autonomía regional cuyo contorno se toca con la ridiculez de los llamados a la Antioquia federal y en reforzar el mensaje de esa Medellín de “la más”, parece conducir a una especie de autoaislamiento porque no se entendería cómo esa fórmula podría darle reconocimiento y sobre todo votos en otras partes del país. ¿Bajo ese prurito le votarían en La Guajira, en los Llanos, Bogotá o las costas Pacífica y Atlántica? Parece improbable.
Tal vez lo que se está jugando no tiene que ver con la suerte de Fico, sino con lo que se ha denominado el “modelo Medellín” el cual pudo verse vulnerable a los ojos de unas élites económicas y políticas asustadas ante manejos no tradicionales en empresas estratégicas y en especial en lo que se viene con la posible expansión de mercados desde la infraestructura en construcción como Hidroituango, las vías 4G, los puertos, túneles, trenes y demás.
Políticos como Rendón y Fico simultáneamente en ejercicio del gobierno local y departamental, envían el mensaje de que estos territorios no pueden ser manejados por dirigentes advenedizos o ideas de cambio que puedan intentar democratizar o revisar las condiciones en las que el juego económico responde y coincide significativamente con los intereses de la vieja clase política y económica de la región.
Las tensiones y enfrentamientos desde Antioquia con el gobierno del cambio responden a esos hechos porque en Colombia, el país de regiones, se ha sedimentado y empotrado unas élites locales que son hasta identificables por sus apellidos según el departamento o la región a la que pertenezcan, las cuales han logrado instrumentalizar el entorno político y económico en favor de sus propios intereses. Por ello no es casual que Colombia sea uno de los países más inequitativos del mundo y al mismo tiempo que cueste tanto esfuerzo el menor avance en favor de las mayorías.
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