Colombia en una encrucijada de cara al 2026

Se habla de soberanía, pero, ¿realmente controlamos nuestro territorio?


Colombia está al borde de una crisis irreversible y no parece que nadie en el poder tenga la capacidad ni el interés de revertirla. La pregunta no es si el país está mal, sino cuán profundo caerá antes de que despertemos. El Estado ha sido, desde su fundación, una maquinaria ineficiente, una estructura que en lugar de facilitar el progreso lo obstaculiza. Los políticos, sin importar su ideología, son simples marionetas de un sistema que premia la corrupción y castiga la excelencia.

La historia de Colombia está marcada por una constante lucha entre el centralismo y el federalismo, entre el poder de unas pocas élites y la falta de oportunidades para el ciudadano común. Desde el siglo XIX, el país ha vivido guerras civiles, golpes de Estado y reformas cosméticas que solo maquillan el problema sin solucionarlo. La Constitución de 1991 prometió modernizarnos, pero solo generó un entramado legal que, lejos de fomentar el desarrollo, ha convertido a Colombia en una nación ahogada en trámites y restricciones absurdas.

El presidente Gustavo Petro ha evidenciado la fragilidad del Estado colombiano al solicitar la renuncia de todo su gabinete en medio de una crisis política. La improvisación y la falta de liderazgo son la norma, y mientras tanto, el país se hunde en una maraña de regulaciones, impuestos y promesas huecas que asfixian cualquier intento de progreso real. Pero no es solo Petro; sus predecesores también han contribuido a esta debacle. Desde el Frente Nacional, que consolidó un bipartidismo excluyente, hasta la administración de Juan Manuel Santos, que vendió la paz como un negocio político en lugar de garantizar justicia, la historia reciente es un desfile de fracasos disfrazados de avances.

Se habla de soberanía, pero, ¿realmente controlamos nuestro territorio? Vastas regiones de Colombia están dominadas por el narcotráfico, las guerrillas y bandas criminales. No tenemos soberanía, tenemos un territorio fragmentado donde el Estado es un actor más, muchas veces irrelevante. Y lo peor: se nos hace creer que la solución es más burocracia, más regulaciones, más intervención. Desde hace décadas, las mismas zonas del país han sido abandonadas por el Estado, permitiendo que grupos ilegales se fortalezcan y gobiernen con total impunidad.

A nivel económico, el panorama no es menos desolador. El crecimiento del PIB se estanca y la inflación sigue golpeando a las familias. Pero el problema de fondo es que seguimos atrapados en una mentalidad que demoniza la libre empresa y ensalza al Estado como el salvador, cuando es precisamente el Estado el principal responsable del estancamiento. Se habla de «justicia social», pero no hay nada justo en un sistema que impide prosperar a quien se atreve a innovar y trabajar duro. Colombia ha mantenido durante décadas un modelo de proteccionismo económico disfrazado de seguridad social, donde se priorizan subsidios insostenibles en lugar de incentivar la generación de empleo productivo.

El nombramiento del general Pedro Sánchez como ministro de Defensa, rompiendo con la tradición de civiles en el cargo, también deja en evidencia la desesperación del gobierno por encontrar soluciones dentro de un aparato que hace tiempo dejó de ser funcional. Se necesita autoridad, pero también una reforma radical que libere a la economía y reduzca la dependencia del Estado. Pero no nos engañemos: este no es un problema de un solo gobierno, sino de una política que ha preferido el clientelismo y la regulación excesiva en lugar de la verdadera apertura económica.

Colombia necesita un golpe de realidad. No basta con cambiar de presidente o de partido político; el problema es mucho más profundo. Si seguimos esperando soluciones desde el mismo sistema que nos ha traído hasta aquí, entonces merecemos cada crisis que nos golpee. La clave no es más control estatal, sino menos. No es más regulación, sino más libertad. La pregunta es si estamos dispuestos a aceptar esta verdad o si seguiremos creyendo en los mismos cuentos de siempre mientras el país se desmorona ante nuestros ojos.

Carlos Serrano Sierra

Estudiante de Administración de Empresas en Universidad de Cartagena, Analista político y defensor de la Libertad.

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