Colombia en su laberinto: el conflicto que no desaparece, solo muta

Jayson Taylor Davis

“Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.” – Desmond Tutu


Colombia siempre ha sido un país de conflictos. Lo ha sido desde la Independencia, lo fue en la Guerra de los Mil Días, lo fue en la violencia bipartidista y lo sigue siendo ahora, pero con un rostro distinto. Durante décadas, la lucha armada tuvo un tinte ideológico claro: guerrillas de izquierda, paramilitares de derecha, y un Estado que intentaba mantener el control en medio de un juego de fuerzas que tenía reglas más o menos definidas. Pero eso cambió.

Hoy, el conflicto no se rige por los mismos códigos. La violencia ya no está marcada únicamente por discursos políticos o por la lucha entre un Estado y grupos insurgentes con aspiraciones revolucionarias. Ahora se mueve en las sombras de estructuras fragmentadas, de disidencias sin liderazgo unificado, de clanes que operan como mafias y de grupos que se financian con todo lo que alguna vez fue combustible de la guerra: narcotráfico, minería ilegal, extorsión.

El gobierno de Gustavo Petro intentó asumir esta nueva realidad con su propuesta de Paz Total, un concepto ambicioso que prometía negociar con todos los grupos armados simultáneamente. Sobre el papel, la idea parecía lógica: si el conflicto dejó de ser una guerra convencional, no podía seguir tratándose como tal. Sin embargo, la ejecución ha estado lejos de ser exitosa.

Las disidencias de las FARC, lejos de acercarse a una desmovilización real, han aprovechado los diálogos para ganar tiempo y expandirse. El ELN, que nunca ha sido un grupo monolítico, juega una doble estrategia: habla de paz mientras mantiene operaciones en territorios estratégicos. El Clan del Golfo, con una estructura mucho más orientada al narcotráfico que a cualquier tipo de confrontación política, ha encontrado en la narrativa de la negociación un escudo para seguir operando. Y en medio de todo, el ciudadano común sigue sin ver los beneficios de una paz que solo existe en comunicados oficiales.

La gran pregunta es qué se debe hacer ahora. Porque si algo ha demostrado la historia de Colombia es que los errores en la política de seguridad y en las estrategias de negociación se pagan caro. No se puede insistir en fórmulas que ya fracasaron, pero tampoco se puede permitir que el país quede a merced de grupos armados que han encontrado en la violencia un negocio rentable.

Lo primero es entender que no estamos enfrentando el mismo problema de hace tres décadas. La solución no puede ser la misma. En los noventa, el conflicto tenía líderes claros, estructuras rígidas y una jerarquía definida. Hoy, la fragmentación es la norma. Eso implica que cualquier intento de negociación debe ser más preciso, más estratégico y menos ingenuo. No se puede negociar en bloque con estructuras que no funcionan como un solo cuerpo. Cada grupo tiene motivaciones distintas, y asumir que todos buscan lo mismo es un error de base.

La seguridad también debe replantearse. El viejo modelo de militarización absoluta ha demostrado sus límites, pero tampoco se puede caer en el extremo opuesto de dejar que el crimen organizado gane territorio sin respuesta. La tecnología, la inteligencia artificial, el rastreo financiero y el control efectivo del dinero ilegal deben ser el nuevo frente de batalla. No se trata solo de capturar cabecillas, sino de cortar las fuentes de financiamiento que hacen que estos grupos sean sostenibles en el tiempo.

Y luego está la dimensión política. Porque no es casualidad que, cada vez que se acercan elecciones, la violencia se recrudezca. Los grupos armados saben que influir en la política es una de las formas más efectivas de garantizar su permanencia. Ya no es solo una cuestión de poder militar, sino de acceso al poder institucional. Y eso es algo que el país debe enfrentar con urgencia.

Colombia está en un punto de inflexión. O se entienden las nuevas dinámicas del conflicto y se actúa en consecuencia, o se repiten los mismos errores de siempre, con las mismas consecuencias de siempre. La violencia no ha desaparecido. Solo ha cambiado de forma. Y quien no se adapta a los cambios está condenado a seguir perdiendo.

Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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