En medio de la inexplicable tendencia cambiaria que vive Colombia, con un dólar a la baja pese al déficit fiscal, la caída de la inversión extranjera y la lenta recuperación económica, surge una pregunta incómoda: ¿qué está sosteniendo realmente la fortaleza del peso colombiano?
Detrás de esta “bonanza” cambiaria podría esconderse una realidad mucho más compleja. Entre 2010 y 2023, la producción de coca en el país creció de 50.000 a 250.000 hectáreas, un aumento del 400 %, según cifras oficiales. Un estudio del economista Daniel Mejía, profesor de la Universidad de los Andes, estima que en 2023 ingresaron al país más de US$15.300 millones derivados del narcotráfico una cifra equivalente a casi el 4 % del PIB de ese año.
El cálculo es contundente: si el narcotráfico genera semejante flujo de divisas, su impacto sobre el tipo de cambio no puede ser ignorado. De hecho, esas entradas ilegales superan lo que el país recibe por concepto de remesas, que en 2024 alcanzaron US$11.800 millones. En otras palabras, los llamados “cocadólares” ya representan una fuente de ingresos mayor a las remesas.
El problema de fondo es la dependencia de la economía de fuentes de ingresos inestables o informales. Tanto las remesas como el dinero del narcotráfico comparten una característica, son recursos que no dependen del desempeño productivo del país. Mientras las exportaciones industriales y agrícolas no aumentan significativamente, y la inversión extranjera directa se estanca, el peso se mantiene firme gracias a flujos financieros que poco o nada tienen que ver con la competitividad real de Colombia.
Esta situación genera un espejismo económico. Un dólar barato puede interpretarse como señal de confianza o estabilidad, pero en realidad puede estar reflejando una revaluación artificial, alimentada por capitales ilícitos que entran al país y se transforman en pesos para financiar actividades informales, lavado de activos o importaciones subvaloradas. En paralelo, las remesas también evidencian la fragilidad estructural del modelo económico: millones de familias sobreviven gracias a recursos enviados desde el exterior, no por el dinamismo del empleo interno.
El riesgo es enorme. Si países como Estados Unidos, principal origen de las remesas, llegaran a imponer restricciones financieras sobre Colombia por ejemplo, ante la percepción de un país que tolera economías ilícitas y un presidente incluido en la Lista Clinton, los flujos de remesas podrían reducirse drásticamente, afectando el consumo interno, la liquidez del sistema financiero y la estabilidad cambiaria. La dependencia de ingresos que no controlamos ni producimos localmente deja a Colombia vulnerable ante cualquier cambio político o sanción internacional.
Así, el país celebra una moneda “fuerte” mientras sus fundamentos se debilitan. El narcotráfico no solo distorsiona los indicadores económicos, sino que compite con sectores productivos legales, desplaza inversión, encarece la formalidad y perpetúa la desigualdad. Es una paradoja moral y financiera, los mismos dólares que financian la violencia y la ilegalidad terminan conteniendo el tipo de cambio.
En tiempos donde se habla de reindustrialización, sostenibilidad y economía del conocimiento, Colombia necesita sincerarse. No puede construir estabilidad sobre una base tan volátil como los “cocadólares” o las remesas. La verdadera fortaleza económica no proviene de lo que entra por las trochas o las remesadoras, sino de lo que el país produce, exporta y transforma con valor agregado, tecnología y legalidad.














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