Colombia vive una pesadilla que la ha sumido en un estado cleptocrático. A diario, los medios de comunicación denuncian prácticas repugnantes. Pareciera que la ciudadanía cansada ha caído en la pasividad y la tolerancia ante la corrupción. Es necesario el compromiso de todos los colombianos con acompañamiento internacional para derrotar actos que deliberadamente transgreden la ley y arruinan nuestro futuro.
Despiadados, no existe otra denominación para describir el actuar de los funcionarios públicos y todos aquellos que participan en el entramado maligno destinado a apoderarse del dinero de los colombianos. Colombia ha sido tristemente reconocida como uno de los países más corruptos del mundo. Esto no es sorprendente, dado que la desviación de fondos públicos para fines personales es una práctica común. Cada día se descubre un nuevo escándalo, y es asfixiante saber que los recursos que podrían mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos terminan en manos de individuos que manipulan contratos para apoderarse de lo que pertenece al pueblo.
En términos coloquiales, la cleptocracia es simplemente robar. La palabra «cleptocracia» proviene del griego «klepto», que significa ‘hurtar’, y «cracia», que significa ‘gobierno’ o ‘poder’. Literalmente, se traduce como ‘dominio de los ladrones’. Este acto socava los valores democráticos al tomar recursos de los ciudadanos para beneficio personal. La cleptocracia y la corrupción van de la mano, causando estragos incalculables a un país.
La tolerancia a la corrupción es una situación que ha persistido en todo el país durante años. Una parte de la población se ha resignado a que ciertos individuos malversen los bienes del Estado. El cóctel de corrupción y funcionarios no preparados para asumir cargos de gran responsabilidad es una garantía de ineficiencia e ineficacia, lo cual conduce al derroche del gasto público. La meritocracia que se proclama a gritos es una ilusión
Una de las consecuencias de la corrupción es la pérdida de legitimidad del estado, donde cualquiera puede violar las leyes. Una justicia frágil que permite a los corruptos actuar impunemente. Los corruptos conocen el sistema, saben cómo evadirlo y son conscientes de su poca efectividad para castigar a quienes violan las leyes.
El cleptócrata colombiano, al igual que sus homólogos en todo el mundo, se caracteriza por una insaciable codicia. Son individuos que han optado por un camino fácil y deshonesto, alejados del trabajo duro y la honradez que dignifica al hombre común. Que nos les interesa respetar las leyes y normas sencillamente para satisfacer tu apetito voraz en una vida de materialismo, lujuria, y hambre de poder.
¿Qué soluciones son visibles? Creo que primero debemos realizar un diagnóstico estructural del problema. Sabemos que existe, pero es clave caracterizarlo en las distintas regiones del país. Además, es fundamental establecer cátedras de ética en escuelas, colegios, instituciones educativas y universidades. Esto ayudará a mostrar que lo que está mal, es inaceptable. Colombia cuenta con normatividad para combatir la corrupción, pero su aplicación efectiva es determinante. Considero también que es relevante contar con el acompañamiento internacional, aprovechando el apoyo de organismos y expertos globales que puedan aportar experiencia, recursos y una perspectiva imparcial en la lucha contra este flagelo. La lucha contra la corrupción requiere del compromiso de todos, y las denuncias son armas cruciales para eliminar esta desgracia que cada día se nos crece más. Los ciudadanos debemos tener la certeza de que, cuando se denuncie un acto de corrupción, se tomarán medidas implacables.
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