Nuestro país hace honor con creces a aquel aforismo de Gabriel García Márquez según el cual “en Colombia la ficción supera a la realidad”. Vamos a algunos hechos:
- Hemos alcanzado los seis años de un gobierno inverosímil, por el insalvable obstáculo entre sus promesas y sus realizaciones, entre lo que dice y lo que hace.
- Unas “cartillas” perversas que -al igual que un paro que en boca del Presidente jamás existió- no sólo sí acabaron existiendo y siendo lo que se denunció que eran por iniciativa de la Ministra que decía que jamás fueron, sino movilizando en masa en todo el país a los padres de familia, a los rectores de las instituciones educativas y a los representantes de las instituciones sociales que aún se preocupan por la salvaguarda del bien común.
- El resultado de un plebiscito -que por definición es una expresión soberana del pueblo-, le es arrebatado al pueblo en nombre del mismo pueblo para implementar lo contrario a la decisión de ese pueblo. Y todos tan desconcertados viendo hacer, como si de ello pudiera esperarse algo bueno por el hecho de que haya un dudoso y cuestionado Nobel de por medio.
- Un final de noviembre y un inicio de diciembre no sólo trágicos sino espantosos: desde los escándalos de la campaña para la reelección Presidencial que dejaron a un honorable candidato denostado, los de corrupción que involucran a un Senador del propio riñón de Santos, la muerte de una pequeña con un extraño artilugio terrorista al que han denominado “balón-bomba”, el asesinato selectivo de policías y soldados así como el de una niña de tres años acallados en nombre de la paz, hasta el accidente aéreo que cobró la vida de 71 personas y el vil abuso y asesinato de la niña Yuliana Samboní.
- Por si fuera poco, el asesinato del testigo estrella del escándalo de corrupción de los recursos de la educación en el Departamento de Córdoba y la extraña muerte -con nota póstuma aneja- del vigilante del edificio en donde fue hallado el cuerpo de la niña abusada.
Estos son algunos de los hechos que conforman la materia prima de una sociedad enferma, y que ameritan una aproximación socio-patológica por parte de los expertos.
[divider][/divider]De la Filosofía Clásica aprendimos una distinción fundamental: “La Verdad es la adecuación entre el entendimiento y la realidad”; entre la inteligencia y la cosa en sí, cognoscible; entre el intelecto (“Intus ledgere”) y la esencia de las cosas. No es una creación, ni una versión. Es una aproximación del ser que piensa hacia el ser que existe, y que distingue claramente las cosas de los fenómenos.
En la Sociedad Moderna surgieron extremos como el subjetivismo y el racionalismo. No obstante, ésta privilegió la visión de una realidad plena de sentido, que cada uno descubría y al que podía acceder mediante un esfuerzo significativo; este empeño proveía la voluntad para la búsqueda de sentido, y contribuía a afianzar una identidad propia para aprender a afrontar la existencia personal y la vida en general.
No obstante, el abandono gradual de la metafísica ha resultado en una pérdida casi absoluta del sentido. El subjetivismo es hoy la pauta vital de conocimiento, y el relativismo la actitud valorativa básica y cardinal, como bien lo expresó poéticamente Campoamor:
«En este mundo traidor
nada hay verdad ni mentira,
pues todo es según el color
del cristal con que se mira».
La era Posmoderna prometía el abandono de los excesos anteriores y una vuelta a lo esencial. Pero como acertadamente indicó el cardenal Giacomo Biffi, hoy asistimos a una crisis de la razón:
«Tal como he dicho en repetidas ocasiones, el problema más radical a consecuencia de la descristianización no es, en mi opinión, la pérdida de la fe, sino la pérdida de la razón…».
Y apostilla:
«La alternativa de la fe no es, en consecuencia, la razón y la libertad de pensamiento […], sino […] el suicidio de la razón y la resignación a lo absurdo»[1] (Subrayados nuestros).
La sociedad ha dado un traspié: ha renunciado al sentido, a la voluntad, al vigor, a la lucha. Ha llegado a la exaltación del absurdo y ha cedido al “carpe diem”, a la gratificación momentánea. Al creer en cualquier cosa que sustituya el esfuerzo de pensar, de asumir y de afrontar la realidad con todas sus demandas y exigencias, ahoga la responsabilidad por las propias decisiones.
Hoy las personas se despersonalizan renunciando a la propia identidad, y sustituyéndola con identificaciones transitorias, migratorias y sucesivas. Hoy “somos” una cosa: “Je suis Charlie…”, y mañana otra: Chapecoense o Yuliana. Somos espectadores de dramas ajenos, al arbitrio de las emociones, que son lo más efímero.
Necesitamos aprender a pensar nuevamente, a tener sentido común y a rescatar los principios de una recta razón. ¿Qué tan cerca o lejos estamos de la realidad? Como ejercicio, comparemos algunas actitudes, reacciones y palabras ante los más recientes acontecimientos.
Cerca de la realidad:
- Los sentimientos y manifestaciones de indignación ante las mentiras, los abusos de toda índole, la corrupción y los crímenes.
- Los sentimientos y manifestaciones de dolor y de solidaridad ante las tragedias que colectiva o individualmente nos tocan: un equipo de fútbol, un grupo de periodistas, la tripulación de un avión, un grupo de soldados o de policías en servicio, y los niños inocentes.
- La idea altruista surgida en el seno de un equipo profesional de ceder el título del torneo de manera póstuma al equipo cuyos miembros fallecieron en el accidente.
- Rendir un acto solidario de homenaje a las víctimas de la tragedia y a sus familiares.
- Renunciar a la gratificación inmediata del bullicio con motivo del inicio de diciembre, y ceder paso a un silencio reflexivo y respetuoso en consideración del dolor ajeno.
- Registrar los hechos y dar cuenta de la manera como una afición y una ciudad entera los asumieron como propios hermanando a otra ciudad y a otra afición en el consuelo del dolor.
Lejos de la realidad:
- Resentir y señalar como “demagogia” la espontánea propuesta surgida del corazón y del propio seno de los integrantes de un equipo.
- Referirse con grandilocuencia e imprecisión a las víctimas del accidente, llamándoles “Campeones del Cielo” o diciendo que se está despidiendo a “los héroes”.
- Aprovecharse de la circunstancia de un crimen atroz para hacer apología ideológica.
- Decir que no se promueven ideologías, y entregarles a sus promotores la administración de la educación en contraposición con el derecho prioritario de los padres a ejercerla y tutelarla.
- Pretender que la tranquilidad de una agrupación terrorista equivale a la paz de todo un pueblo.
- Cálculo y sagacidad para desconocer la voluntad popular expresada en las urnas, imponiendo un embeleco que trastorna y modifica la institucionalidad y la estabilidad democrática de una nación.
- Condenar el crimen atroz de un particular en nombre de la justicia, y disculpar cientos de crímenes idénticos en nombre de la paz.
- Viajar a Noruega con una comisión de aplausos pagada, y dejar a todo un pueblo defraudado y ofendido dispuesto a silbar gratis.
- Decirse “Servidor” del país, de la unidad nacional y de la paz, mientras se insinúa que a quienes piensan de manera contraria “se les debe fusilar”.
- Decir que se está al servicio del pueblo, mientras en realidad se sirve del pueblo y se incurre en corrupción.
- Dolerse por el asesinato de una niña mientras se calla el de otra perpetrado por la contraparte durante “las conversaciones”.
- Gastarse infinidad de recursos buscando apoyo a las iniciativas personales, y no para resolver la crisis de desnutrición y de agua potable en regiones como La Guajira.
- Presentarse como candidato con un exitoso programa ajeno, y gobernar con la agenda de los derrotados.
- Hablar de paz y hacer tan poco ante el incremento de la inseguridad y de la corrupción.
- Prometer y no cumplir.
¿Qué tan cerca o lejos estamos de la realidad? Continúe usted la lista.
[1] En el Prólogo a LAS LEYENDAS NEGRAS DE LA IGLESIA, de Vittorio Messori.