Cartas a Adela – Sexta carta (6/20)

Navegaba por la ciudad mientras los árboles susurraban una canción del polaco y dos ángeles copulaban en la calle a plena luz del día. Yo sonreía y me inflaba a carcajadas al tiempo que Maga invisible bailaba un tango con el viento y les decía “Je t’aime” a los transeúntes que fijaban inmediatamente la mirada en el sol, y bueno, quedaban ciegos, no sé si por destello o de amor por Maga.

Entretanto, pues nada, yo comía pastafrola con café y fingía no buscar a Maga en el aire mientras Galatea se dibujaba levemente en mi pecho al tiempo que la barcaza resistía golpes de colillas, y en la avenida había una manifestación de expresidentes que reclamaban los anaqueles perdidos de sus derrotas.

Era una de esas tardes en que simplemente no sientes pertenecer al piso por el que te deslizas, las cosas y las personas se distorsionan en el cruce de las autopistas, las lenguas van por ahí soltando palabras de amor y poemas de Neruda mientras los amantes se destripan a besos o se clavan tratados de desnudos y algolagnia activa en sus espaldas antes de la coyunda… sencillamente una tarde de sol aplacado mientras mis muchos ojos trataban de distinguir los nuevos colores que me obsequiaban los libros de las estanterías; son colores que nunca había visto en el humo de la ciudad, son como una mezcla de cáscara de plátano, mermelada de frutilla y azul celeste o de avellana, amanecer en Venezia y aura de azucenas.

Estos y muchos más colores se perdían con las palabras de amor que le profesaba Maga a los acólitos de la democracia y el buen gusto, cuando me asaltó una idea o más bien una imagen y me desnudó de cualquier destello de lógica filosófica ¿Qué otro montón de cosas circulan frente a nuestros ojos y sencillamente no las distinguimos? Es decir, siempre nos han enseñado a usar los dos ojos para ver que el perro es perro y no un árbol con rabo ¿Qué colores, qué esencias, qué mundos se crean y se destruyen en un beso? y simplemente no lo vemos, nunca nadie nos ha enseñado a ver como el fuego crea mares de aflicción… nunca aprendí yo a ver el dédalo de tus caricias en las mañanas cuando hacíamos en amor en los cabellos del mar.

¿Cuántas cosas nos hemos perdido amor? ¿Cuánto más hemos de jugar a ser clave de sol en esta sinfonía díscola y coja que se llama vida? ¿Cuántas veces más vas a ser girasol y yo Van Gogh? A lo que quiero llegar es que me da temor no ganarle esta partida al tiempo y ver como te alejas cada día, cada segundo de mi lado. Entonces quiero mandarlo todo a la mierda, irme y dejar de pintar tantas tristezas en las farolas, abrazarte y contaminarme con tu aliento ¿Qué libertad más amarga que esta sin ti? Y lo cierto es que no sabemos querernos de otra forma, siempre apostando el corazón, siempre apostándote, siempre apostándome.

Mira como es que es esta vida perra, intento dejar que la melancolía se disipe entre la piel de los edificios, borrarla con un pincelazo y es ella la que a su vez me muestra lienzos con colores multiformes que me estremecen las corneas y la espina dorsal ¿Cuántos ojos más me ha de traer esta tristeza venturosa?

Y bueno, en medio de los besos de agua que me daba Maga a escondidas, vi a Sasha. La vi tan gris, tan llena de sombras y con el pecho abierto dando pasos pesados en los sombreros de los arrabaleros de las villas; tentando a la muerte con cínica indiferencia. Entonces, en medio de esta imagen cercenada, me regaló una sonrisa de extranjero y se fue nadando a casa. Sasha nadando a casa o a la nada, Sasha con el pecho abierto, con sus senos ensangrentados y sin una vista hacia atrás.

Al llegar a casa, la vi en el porche comiendo cartas con cal, entonces me acerqué a ella con inmensa ternura, casi pidiéndole permiso a su mirada para entrar en su campo de visión. Acerqué mi mano a su pecho y le introduje mi mano en su rozadura agarrándole el corazón, solo para asegurarme que aún latía.

La levanté delicadamente y de un suspiro me la llevé al techo, la desnudé con pavura, la besé en el cabello, en los ojos, en las piernas y en su sexo. Me volví oblicuo en su vientre, mis manos se distorsionaron en su boca entreabierta. Fui nebuloso en su cuerpo turbio, entonces me abrazó su orgasmo y las fuerzas nos abandonaron; cerré los ojos, todos mis ojos… y todo fue un mar de plata y notas mudas, y soñé.

En el sueño, de una flor de arena nacían mariposas dibujadas por el pincel Magritte y un Leviatán renegaba la ira de Poseidón mientras vos tan sonriente inventabas palabras, las escurrías al sol, y las bañabas con azúcar y licor de naranja. Luego alzabas el vuelo en forma de mil alondras y te acercabas a mí.

Me envolvías, me sofocabas y me susurrabas un “te quiero” envuelto en tinta china. Yo estaba extasiado, no podía parar de sonreír mientras buscaba con urgencia tus labios, pero de pronto todo cambió, un silencio gris se apoderó de la brisa y lo que antes era playa fue un cuarto frío, muy frío y ya no estabas. No había alondras, ni flores de arena, estaba ahí con Sissi que me miraba lúgubre, enseñándome los dientes y las garras, Sissi asechándome en un cuarto sin ventanas.

Intenté gritar, pero mis labios estaban cosidos con cáñamo y flores de amapola, así, Sissi empezó a correr hacia mi y desperté con el sabor de la sangre en la boca. Ahí estaba Sasha, desnuda acurrucada en mi regazo mientras Sissi y el gato fumaban a la distancia. Tuve miedo, no miedo de ella, sino miedo de no estar contigo.

Querida, estas letras sueñan que te encuentran y te hacen en el amor ¿Dónde estás? ¿Dónde estás mi amor? Tengo angustia de ti… vuelvo a soñar, estoy soñando… ¿Estarás en mis sueños? Ahí te busco, no tardes tanto.


Todas las columnas del autor en este enlace: César Augusto Betancourt Restrepo


 

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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