Cartas a Adela – Quinta carta (5/20)

Hoy decidí que me iba a tomar el café sin azúcar, ya ves, conversaba con mi sombra acerca de lo perjudicial de la sacarosa en el organismo, y entonces vi un liquido negro de sabor amargo, muy amargo, entonces pensé que era mejor así, desde temprano despertarse con la amargura en los labios para entender que así es la vida, y mucho más cuando no estás conmigo.

Llevo días buscando a Maga, pero vive escondida entre las esculturas, se plasma en los cuadros de la casa, se refugia bajo los pisapapeles y se esfuma detrás de las páginas de los libros que leo.

Cuando creo verla, es una canción que se agazapa en la cornisa y se pierde en un zaguán oscuro, y a pesar de tantos ojos en mi rostro, no consigo ver los rastros de su esencia bicolor, pero va a aparecer, lo sé, siempre aparece y explota. Siempre se muestra con margaritas en las manos y se ríe en una bomba de cristal, y aunque extraño su cuerpo tibio en las noches lluviosas, no la buscaré más, no por orgullo sino porque no quiere ser encontrada, estará dormida en un cascarón de nuez o trepada en las enredaderas de algún cuento de Yourcenar.

A veces creo oír cómo llama a las golondrinas y les dice con el viento “Je veux voler, voler”… y sé que está estirando alas, preparándose para recorrer los infiernos hasta Paris, pero solo está amagando, Maga amagando el vuelo hasta que un día se decida. En conclusión, no la buscaré ni la detendré.

Te habrás preguntado qué he estado haciendo todos estos días, bueno, me he ido a navegar por la ciudad en un barco de papel y cuando no sopla más el viento, enciendo un jazz hasta que remonto en oleadas de notas y círculos armónicos; y la gente… la gente va por ahí con sus caras arrugadas mientras cargan a cuestas a ministros y comen facturas de manteca. A veces van tras la luz, pero nada, se queman con el sol y se devuelven a sus peceras.

Cuando se rasga la barcaza, le entra cemento y me toca ir dando brincos hasta encontrar un poco de almíbar y papel maché. No me gustaría quedarme a la deriva en las avenidas, es decir ¿A quién le agradaría recibir mordiscos de la cana o quedar mutilado por culpa de los secretarios de salud? ¡A nadie! supongo, pero ve uno cada cosa que es mejor callarse o pescar poetas en las canaletas para abrirles las viseras y comerles la pulpa, rica en léxico y metáforas ¡Algo se tiene que comer! No solo de cigarrillos y manifestaciones vive el hombre.

Hay días en los que me sorprenden aluviones arredrantes de percheros con sombrero y corbata, entonces llamo en silencio a Sasha para que, colgada de un lazo, me rescate y me lleve té de jengibre con canela al lado de la chimenea mientras me curo el frío en la punta de los dedos de los pies y hago infusiones de frutilla con tabaco para fumar en la pipa de espuma de mar turca.

Mientras formo aritos de humo miro a Sasha, que desde que se apartó de Sissi, tiene la mirada fría, y cada noche la veo con un poco de sangre en el pecho y las manos ¿Qué te parece? Maga perdida y Sasha herida ¿Qué voy a hacer?

Lo que se me ocurre es llevarme a mi querida Sasha sobre un arlequín hasta una hamaca en la que nos envolvemos, nos abrazamos, nos besamos, nos quitamos el aire y le lamo las heridas hasta que le crecen tulipanes, entonces la veo sonreír, pero no es suficiente. Luego de un par de horas cae en ese mutismo detestable que huele a vinagre de manzana y dulce de batata.

El amor con Sasha siempre ha sido muy diferente al de Maga o al de Sissi, parece que no estuviera cuando me contraigo sobre su cuerpo y aunque tiene la habilidad de una cortesana, suelo meterla en un alambique hasta que destile góticas de pasión y feromonas, así su cuerpo me quema las pestañas del montón de ojos que adornan mi curtido rostro.

Aunque su actitud me deja apocado, no puedo negar que la amo, que la busco y dejo que me busque para corroernos la piel con el sexo lascivo que nos caracteriza ¿Qué puedo decir? ¿Algo enfermizo? Tal vez, pero pienso que así es todo en esta vida ¿No? Algo enfermo, algo amargo, como el café sin azúcar, como esta distancia eterna entre nosotros, como este millar de millas que apartan tu boca de la mía, tus suspiros de mis sueños.

Así han sido estos días, días que han ido en una espiral de insania entre los corredores y los cuartos, mientras mi espera nocturna a que el gato aparezca me lleva a fumarme las flores del jardín mientras mis bocas discuten lo que es, fue y será, algo así, si así lo quieres interpretar, como un destello de luces y luciérnagas, o de peces con sombrillas, cualquier lectura es válida, querida mía.

Mi viaje a Montevideo sigue retrasándose, no hay razón, podría tomar un buque o irme en mi navío de papel o simplemente meterme en un jarrón cocido y llegar a mi destino, pero simplemente lo sigo posponiendo, incluso para mi resulta extraño, es como si un mar de manos de mandarinas me detuviera el paso ¿Qué estoy esperando? ¿Y qué espero para ir a buscarte? ¡Joder! ¿Por qué no me entiendo? Es como si me hiciera adicto a la espera, al doloroso anhelo, anhelo de tu cuerpo y tu boca hecha de palabras.

¡Ay amor mío! Aunque esta luna se caiga siento que me estampo en misivas sin destinatario y me rompo de a pedacitos o me fundo como monedas en la Fontana di Trevi. Querida mía ¿Me esperas? Yo sé que sí, pero ¿Me esperas? ¿Y mientras me esperas me mandas besos y alfileres por correo express?

Hay buen viento esta noche… me echaré a la mar de la ciudad. Besos, de aquellos besos, esos en los que lentamente te muerdo los labios y me bebo la sangre de tu boca, esos en los que el universo se detiene, esos en los que me encuentro tan perdido y tu tan loca. Hasta pronto mi corazón cobarde.


Todas las columnas del autor en este enlace: César Augusto Betancourt Restrepo

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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