Cartas a Adela – Decimosexta carta (16/20)

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

Hoy me desperté y de repente un recuerdo de vos me atropelló. Estabas en la ventana llorando bolitas púrpuras para sembrarlas junto a la planta de conejos rosa, y tu mirada se perdió en un minuto encorvado, entonces de la planta nació Maga. Ella, mi Maga tan recién nacida como un libro de metáforas con tu nombre. Entonces corriste a mí y no lo soporté, tuve que apuñalarte y vos me pegaste nueve balazos.

Luego, te levantaste y comenzaste a volar por toda la casa mientras un clochard moribundo dejó un globo amatista por debajo de la puerta. Te abrazaste tan fuerte a esa bomba que estalló, y dentro venía Sasha envuelta en cascaras de huevo.

Gritabas como loca, les dabas mate y chocolate de almendras a Maga y a Sasha, mientras se trepaban a las paredes a bailar como dos tulipanes.

Te vi, las mirabas y sonreías, las mirabas y las odiabas… las mirabas y me las regalaste. Sentí entonces como si me atravesaras con sables y cartas escritas a mano. Me las dabas para liberarte de su existencia vasta e incomprensible, para poder refugiarte en tus margaritas hechas con agüita del río de la Plata, para convertirte en vela y desgastarte como una Alicia de papel frente al espejo ¡Sé que no lo soportabas! Entonces ibas y venías vomitando conejitos y piolines, mientras yo jugaba a ser piedra rota por la cascada de tus llantos.

Así pasaron los días, las horas, los minutos… a veces los minutos tardaban un poco más de lo usual, viste, y entonces te comenzabas a derretir; tus manos es escurrían entre las mías hasta que me quedaba con una maraña de tu pelo mientras estabas toda regada por el piso. Cuando te ponías así, Maga te recogía mientras Sasha regañaba al reloj por extender los minutos durante tantos minutos. Debo confesar que hasta en tu invertebrado estado me parecías tan preciosa como un girasol en el más desolado de los inviernos.

No niego que se me hinchaba la cabeza de solo verte como una sopa de espárragos por toda la casa, y sin embargo me tomaba un frasquito de infinita paciencia y me ponía a cantar con Maga hasta que estallaras de risa nuevamente. Eran días felices, tristes pero felices. No sé si me hago entender, mirá, yo te amaba y con eso bastaba para ser feliz.

Recordé de golpe esa tarde de lluvia… leías una historia que yo había escrito en las paredes y entonces un dibujo de tu cuerpo que hice con palabras te hizo llorar hasta los tuétanos. Tanto lloraste que la madera del piso se convirtió en tierra, y la tierra en cal, y la cal en sal, y de la sal nació Sissi.

Mirá que era hermosa… las tres eran hermosas, y bueno, se iban flotando por ahí como si fueran azulejos de helio, se comían las ropas y andaban desnudas en el jardín, saltando de flor en flor mientras buscaban a dios. Entonces, cuando por fin estábamos solos, yo te abrazaba tan fuerte que te metías en mi piel, y desde dentro jugueteabas con mi sexo hasta que estallaba como un pochoclo y te enredabas en mis piernas hasta que se me perdiera el aliento, o los zapatos.

Recuerdo todas esas noches en que te desplomabas de deseo sobre mis carnes, como si todas hubiesen sido una… sé que odiás que vaya de lo general a lo particular, y tampoco te gusta que camine sobre el barro seco, pero bueno, el hecho es que idealizo el amor con vos, entonces hago una imagen, un icono en mi cabeza que no dura más que un suspiro de Platón… y ahí estás vos, desnuda en mis recuerdos mientras tu sonrisa era de arlequín.

Pero no era siempre así, sé que no era así… volvías a ser vela o agua andaluz, te desdoblabas como una carta a Chepita. Brillabas, te extendías por mis cabellos y luego tus besos sabían a fernet amargo. Entonces te escupía y quedabas ahí deshilada leyendo un cuadro de Dalí.

Una noche, de esas en las que comías de mis carnes entró Maga a nuestro cuarto, y vos le ofreciste un trago de mi sangre; me la entregaste. Esa noche ella y yo hicimos el amor como dos desesperados. Yo colmaba mi sed en su boca y me comprimía en su vientre a la vez que recorrías la habitación sobre un cascarón de nuez, y comías vinagre y rosas. Desde entonces fue tu favorita, ella era como vos. Tristeza pura.

Sin embargo tus suspiros eran más amargos que la hiel, entonces lo supe, te ibas a marchar con el alba, irías sin timón ni timonel a recorrer las aguas de tu tristeza.

Empacaste con lentitud, te embargaba el sosiego. Yo quería decirte que te quedaras pero vos enfriaste mis palabras con una mirada bicolor. En ese pequeño baúl metiste tres libros, dos mechones de mi barba, y un jirón de mi piel con una mándala tatuada ¡Qué despedida tan amarga!

Maga, Sasha y Sissi te envolvieron el corazón en cinta para que no lo perdieras en el viaje y yo te di un triste beso en los labios. Así fue, ese fue el último día que te vi. Ese fue el momento en que todo se resquebrajó en mí, te fuiste y no te detuve… Tal vez una palabra mía habría evitado ese agrio momento, pero ya ves, de nada sirve la culpa querida.

Ibas ya lejos, y no sé si lo soñé o no recuerdo bien, pero tal vez tenías tres bocas y la cara llena de ojos.

Este recuerdo de vos me ha partido los huesos y me ha taladrado el corazón ¿Estarás leyendo mis cartas siempre como un Ofelia esperando las palabras de su amado?

Hoy me dueles en todo el cuerpo.


Todas las columnas del autor en este enlace: César Augusto Betancourt Restrepo


César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.