Cartas a Adela – Decimoquinta carta (15/20)

CARTAS A ADELA
CARTAS A ADELA

Creo que es lunes, no sé, se siente como lunes ¿Qué amargura me roza el alma? Es como si la lluvia no saciara este hambre de sombras, como si las piedras golpearan nubes de icopor, o como si me enredaran piolines en los cabellos.

Me veo en los charcos, en los espejos rotos de una ruta destruida por el progreso, y soy una especie de crisálida, un carbón respirando humo, piedra caliza en un fresco renacentista. Soy lo que soy, un hombre bestia, un hombre con un montón de ojos, un hombre con tres bocas, un hombre con una terrible herida en el pecho, eso soy.

Tengo garras, colmillos, pelo en todo el cuerpo, tengo una ira asesina contra toda estupidez humana, pero pienso en vos, entonces camino, no asechando presas sino siendo presa de tu imagen, y siento esa horrible amargura en el alma, ese vacío de ti en mi vida, siento como si fueras de cristal, así, inerte ante mis aullidos. Vos tan mujer de cristal y yo tan crisálida de engrudo ¿Ves? Te siento tan lejana y me tengo tanto miedo.

A veces siento que no encajamos, yo soy pelota y vos un cuadro de Monet, y entonces querida, ¿Para qué esta espera desesperante? ¿Para verte, y como en el tango, cantar que parecemos dos extraños?

¡Ay querida mía! Siento una resaca multicolor, ritmos de soledad en mi atropellada mente, y ya ves, quiero saciar esta soledad en un Waltz de arena y cal, casi quiero creer que tu mirada almendrada jamás posará sus ojos sobre este labriego de palabras, casi quiero ser miserable entre los desgraciados, para así reconfortarme plácidamente en el sueño de la luz de tu memoria.

He caminado por días enteros; cuando la gente me ve, huye despavorida como si fuera una nazareno resucitado, y ya ves, voy caminando por ahí, comiendo pompas de jabón, cazando recuerdos de tu voz, o de la voz de Maga cantando a todo pulmón, “non, rien de rien, non, je ne regrette rien ni  le bien qu’on m’a fait, ni le mal”, o simplemente de Sasha y Sissi haciendo el amor sobre una coliflor.

Como quisiera suspirar nuevamente el aroma de sus cuerpos, pensar que muero en ti mientras desgarro sus pieles llenas de historias, llenas de alfabetos y de lenguas paganas, de encogerme en sus senos y crecer en sus besos de cerezas y sangre… sangre mía, sangre del dios de los caídos en tentación, sangre de marineros.

¿Acaso no ves que estoy acá llamándote a gritos para que salves a este hombre de la náusea salvaje, de este extranjero extraño, del lobo estepario? ¿No ves acaso que este réquiem de epístolas amenaza con morir en silencios fúnebres?

Y vos, allá tan lejos de esta tierra polvorienta. Este desierto a las puertas de Montevideo señala el punto de regreso o el punto de partida, y en ambas, no tengo la certeza de tu corazón cobarde. Estoy lejos de cualquier parte, estoy lejos de mí, estoy confundido en este estado inmisericorde de autocompasión detestable ¡Heme aquí rezagado entre el río de la Plata y un lodazal de poesía barata!

Creo que sólo me queda dormir, soñar y soñar como hace mucho no lo hago. Estoy cansado de caminar, estoy cansado de perder siempre, de no tener defensas contra esta maldita distancia, de verte distorsionada en mis oníricos pasajes, de ser el rey clochard de los poetas moribundos. Estoy defendiéndome de tu recuerdo.

No sé adónde voy aun.

Solo siento el deseo intermitente de encenderme y apagarme, ser hidrógeno comprimido y estallar para luego extinguirme, pero temo que en ese eterno retorno he de tenerte en mis brazos, he de besarte las lágrimas, de recorrer la fiebre de tu cuerpo con mi mirada, y he de perderte nuevamente, dejarte ir, verte como me dejas ir; ver esa mirada triste, ese beso con sabor a postre de natas en un portal sabiendo que tal vez sea el último.

Sos como un mar que conozco pero que navego a oscuras, eres aguas conocidas inmersas en las tinieblas, querida, y aunque me da miedo, pues nada, me armo de valor, me como un par de nudos y salgo a navegarte ¿Ves? Salgo a navegarte a riesgo de morir en la furia de tus olas o en la tempestad de tu olvido.

Estoy a las puertas de Montevideo… atrás queda el barro, una ciudad hecha bola, poetas guerreros, barquitos de papel, gatos desbordantes de razón, ciudadanos ahogados entre impuestos y tribunales, piratas con corbata. Atrás quedas y no sé si te veré nuevamente, sólo sé que tengo que hacer esto.

Después de que este hombre lobo, este hombre herido de frío, este ser de muchos ojos y tres bocas cruce, no miraré atrás a riesgo de no saber si estarás adelante.

Creo que nunca te había dicho que te amo. Te amo.

¿Estarás en el portal, esperando por mí, por mis cartas y un girasol de cartón?


Todas las columnas del autor en este enlace: César Augusto Betancourt Restrepo


César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.