Candidato a populista dictador

En las altas esferas del poder se libra una batalla, entre aquellos que saben lo que dicen porque pueden sustentar sus afirmaciones en la experiencia y la evidencia científica y los que creen saber que saben lo que dicen, aunque no sean capaces de sustentar sus afirmaciones”.


Los candidatos a populistas dictadores desprecian el conocimiento científico y el concepto de los técnicos en las decisiones de la gestión pública. Esta hipótesis ha sido demostrada en algunos países del mundo cuando se analiza gobiernos populistas de izquierda y de derecha. Lo retrata muy bien Moisés Naim en su libro “la revancha del poder”.  En el que señala a los populistas de utilizar como una de las herramientas del poder: desdeñar de los expertos.

No puede ser de otra forma, el propósito del candidato a populista dictador es apelar a la demagogia: decir solo aquello que la muchedumbre quiere escuchar para ganar fans y aplausos, así lo que diga no tenga sustento y sea contrario a la evidencia científica. No se trata de una terquedad inocente. El experto, el técnico y la ciencia son reprochados intencionalmente por no servir al interés del populismo.

Para no ir muy lejos, el mejor ejemplo está en Colombia. En las altas esferas del poder se libra una batalla, entre aquellos que saben lo que dicen porque pueden sustentar sus afirmaciones en la experiencia y la evidencia científica y los que creen saber que saben lo que dicen, aunque no sean capaces de sustentar sus afirmaciones.  El peor escenario en el que estamos, es que el candidato a populista dictador tiene la última palabra.

De esta manera vemos como en el gobierno nacional van desfilando hacia la puerta de salida, técnicos que saben lo que se debe hacer, pero que resultan incomodos. Para dejar que estos cargos sean ocupados por fanáticos, no tan rigurosos del método, un poco mas flexibles al momento de ajustar las normas y el sistema a las promesas populistas para hacerlas encajar.

Para justificar el desdén con la tecnocracia, los populistas, apelan a la igualdad de mérito como principio de la democracia, en la que cualquiera pueda llegar a ocupar cargos directivos de toma de decisiones en la administración de los asuntos públicos. Esto no estaría mal siempre que esa igualdad sea por lo alto. La dificultad resulta cuando se pretende que el zapatero del pueblo, que es el mejor en lo que hace,  termine nombrado en actividades que no sabe, como gerenciando el hospital del pueblo.

Sí, la democracia podrá ser el gobierno del pueblo, pero no el gobierno de los mejores.


Todas las columnas del autor en este enlace: John Fredy Arango

John Fredy Arango

Soy politólogo y abogado especialista en contratación estatal, desde los 18 años he sido colaborador en diferentes medios de comunicación escrita (caricaturista del Periódico el mundo 1998-2006; columnista y caricaturista en medios comunitarios de la ciudad). Apasionado por los asuntos políticos y la filosofía política. Reflexión crítica y debate responsable son mis principios.

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