Canadá: Educación que acoge la equidad sin renunciar a la excelencia

 “Una educación que abraza la diversidad, promueve la justicia y no renuncia a la calidad”


Hablar de educación es hablar de futuro, de justicia, de oportunidades y de humanidad. En un mundo donde los sistemas educativos tienden a reproducir desigualdades, el caso de Canadá se presenta como un referente esperanzador. Allí, la calidad y la equidad no son propósitos abstractos, sino principios concretos que se traducen en políticas públicas efectivas, prácticas escolares inclusivas y una formación docente rigurosa y permanente.

Uno de los aspectos más destacables del modelo educativo canadiense es su capacidad por garantizar estándares de aprendizaje de alta calidad sin perder su enfoque de equidad. Como analiza González (2019) en su artículo “Equidad y calidad en la educación: reflexiones a partir del caso de Canadá”, el éxito del sistema educativo canadiense radica en una visión integral que combina la autonomía escolar, la inclusión, el respeto por la diversidad y una evaluación constante orientada a la mejora. En Canadá, los resultados de los estudiantes no dependen del nivel socioeconómico ni del origen cultural, lo cual representa una conquista que muchos países latinoamericanos aún no logran alcanzar.

En este país, las provincias tienen autonomía para definir sus currículos y el Estado garantiza recursos equitativos bajo la justicia educativa. Esto ha permitido que las escuelas desarrollen propuestas pedagógicas acordes con sus contextos, respetando las diferencias culturales y lingüísticas. Un ejemplo a destacar es el programa “Educación para el Bienestar” desarrollado en lugares de Ontario y British Columbia. En este, las escuelas enfocan sus esfuerzos por enseñar a los niños y jóvenes a manejar sus emociones y a construir relaciones sanas a partir del reconocimiento el otro.

De igual manera, la figura del docente es altamente valorada, económica y socialmente. No es casualidad que los programas de formación inicial docente estén entre los más exigentes del país. La formación continua, se asume como un compromiso ético con la profesión y no como una carga burocrática. Como explica Schleicher (2018) en “World Class: How to Build a 21st-Century School System” el liderazgo educativo en Canadá promueve una responsabilidad compartida entre directivos y docentes, consolidando una cultura escolar enfocada en la mejora continua y el desarrollo profesional colaborativo.

Los docentes utilizan estrategias como el aprendizaje basado en proyectos, la enseñanza diferenciada y el acompañamiento en la evaluación. Además, integran la tecnología de forma creativa y promueven el bienestar emocional, lo que garantiza una formación integral y respetuosa de la diversidad (Gouvernement du Québec, 2020, Política de Educación Infantil y Escolar).

Este direccionamiento contrasta con la realidad de sistemas educativos en América Latina, donde las desigualdades sociales se amplifican dentro de las aulas. En nuestras escuelas, los estudiantes con escasos recursos suelen recibir una educación de menor calidad, los docentes trabajan en condiciones precarias y las políticas educativas cambian constantemente. En cambio, Canadá demuestra que es posible construir un sistema educativo igualitario cuando se asume como un proyecto de país.

Personalmente, he tenido la oportunidad de observar de cerca cómo las políticas educativas pueden transformar realidades. He visto cómo una estrategia bien planeada, acompañada de formación docente pertinente y con recursos adecuados, puede cambiar el destino de una escuela. Pero también he vivido la frustración de políticas impuestas sin diálogo, de planes improvisados que no consideran la voz de los maestros ni las particularidades de cada territorio. Por eso, al estudiar el modelo canadiense, no puedo evitar preguntarme ¿Qué nos impide transitar ese camino?

Canadá nos enseña que una educación de calidad no es un privilegio. Que la equidad no se opone a la excelencia. Que valorar al docente es apostar por el futuro. Y, sobre todo, que una política educativa debe construirse desde la confianza, la participación y el compromiso colectivo.

La verdadera innovación educativa consiste en situar al estudiante en el centro y al docente como líder pedagógico. Se trata de reconocer que los niños y los jóvenes tienen las mismas oportunidades. Esa es la gran lección que nos deja Canadá: una educación que abraza la diversidad, promueve la justicia y no renuncia a la calidad.

Hoy más que nunca necesitamos mirar el espejo canadiense para cuestionarnos y actuar. No basta con admirar desde lejos. Debemos atrevernos a transformar nuestras escuelas con valentía, sensibilidad y visión. Porque solo cuando la equidad se convierte en el eje de nuestra acción educativa, la calidad deja de ser una meta inalcanzable y se convierte en una realidad tangible para todos.

Juan Carlos López Flórez

Licenciado en Filosofía, historiador y docente. Escribo para invitar a la reflexión, inspirado en la historia y la literatura, impulsando el cambio educativo que necesitamos.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.