Cali, la ciudad que baila al ritmo de la salsa y transpira bajo el sol de un trópico cálido con una brisa que no tiene punto de comparación a otras ciudades en el mundo. Hoy se mira esta ciudad en el espejo de las smart cities. Distintos gobiernos locales han hecho promesas de semáforos que piensan, basuras que se autogestionan y trámites que no requieren filas eternas. Suena a utopía digital, ¿no? Pero mientras el valle del Cauca y Cali sigue su curso indiferente, uno se pregunta: ¿estamos construyendo puentes hacia el futuro o solo instalando WiFi en las grietas de un sistema que aún usa papel carbón? Solo a modo de ejemplo, existe una política de papel cero en la administración pública, y si esos viejos dinosaurios, aun no aprenden a bailar al ritmo de los algoritmos y la era digital, se van a extinguir.
La gestión pública en Colombia se mira en el espejismo de la eficiencia, o cuando la tecnología choca con el “siempre se ha hecho así”, que no debe de cambiar, y si acaso existe algo que cambiar; es a un ciudadano por otro, que aguante las interminables filas, además, de esperar días para que le llegue la “oportuna” respuesta.
Las ciudades inteligentes se venden como la solución a todo: desde el caos vehicular en la Avenida Colombia hasta la falta de agua en Potrero Grande. Sin embargo, en Cali, como en gran parte de Latinoamérica, la tecnología tropieza con un muro invisible: la inercia burocrática. Imaginemos un sistema de gestión de residuos con sensores que alerten cuándo un contenedor está lleno. Suena impecable, hasta que recordamos que, en algunos barrios, ni siquiera hay rutas de recolección regulares. ¿De qué sirve el dato si no hay camiones —o voluntad— para actuar?
La ironía aquí es clara: podemos tener la herramienta más sofisticada, pero si el derecho administrativo, la gestión pública y la gobernanza sigue anclado en normas diseñadas para una ciudad preinternet, los procesos quedarán atrapados en un limbo. Por ejemplo, ¿cómo se aprueba una licencia para instalar paneles solares si el código de planeación urbana aún exige sellos físicos y firmas en triplicado? La eficiencia no es solo digitalizar el trámite, sino replantear las reglas del juego.
En la era del algoritmo: ¿Quién vigila al vigilante?
El meollo del asunto está en la gobernanza. Las cámaras con reconocimiento facial pueden ayudar a combatir la inseguridad en algunos barrios álgidos de la ciudad, pero ¿qué pasa con los datos recolectados? ¿Quién garantiza que no terminen en manos de un contratista inescrupuloso o de un algoritmo sesgado? La gestión pública, es un conjunto de protocolos y jerarquías, que, en vez de proteger al ciudadano de los excesos del poder, hoy parece un manual de instrucciones para funcionarios que francamente…
Mientras ciudades como Medellín avanzan en marcos normativos para la inteligencia artificial, en Cali aún debatimos si el POT permite edificios “inteligentes”. Urge una actualización legal que no solo regule la tecnología, sino que anticipe sus abusos. Seamos claros: un algoritmo sin supervisión humana es como un chófer de MIO cerrando los ojos en la Calle Quinta.
¿Teatro digital o empoderamiento real?
Las apps de participación ciudadana proliferan como pan caliente: reportar un bache, votar por un proyecto comunitario, opinar sobre el presupuesto. Suena democrático, pero ¿cuántas de estas consultas influyen realmente en las decisiones? En una ciudad donde las juntas de acción comunal llevan décadas siendo el termómetro social, la tecnología debería ser un puente, no un muro. Si queremos una Cali inteligente, primero hay que conectar la brecha digital: solo el 60% de los caleños tiene acceso estable a internet. Sin inclusión, la smart city será un club exclusivo… con invitados de piedra.
Al final, para no caer en el cuento del político: No me llame que yo lo llamo. Para que Cali no termine siendo un escenario de ciencia ficción mal actuado, exploremos algunas rutas, que nos conduzcan a construir unas normas ágiles, con cláusulas de revisión periódica, que permitan respirar a la innovación sin ahogar los derechos ciudadanos.
Es clave invertir en alfabetización digital (también para los funcionarios), No basta con comprar drones; hay que enseñar a usarlos sin replicar viejas corruptelas, es urgente permitirse un escenario de transparencia radical, los algoritmos que toman decisiones públicas deben ser auditables. Nada de cajas negras: si un sistema prioriza arreglar una calle en El Peñón antes que, en San Antonio, debemos saber por qué.
Una ciudad inteligente no es la que tiene más sensores, sino la que usa la tecnología para volverse más humana. El reto de Cali es no perderse en el brillo de las pantallas mientras el río sigue contaminado. Después de todo, como dice el viejo refrán: “No por mucho madrugar, amanece más temprano… ni por mucho digitalizar, se resuelven los problemas de raíz”.
¿Estaremos a tiempo de aprender la coreografía de tanto paso que se tira en Cali?.
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