“En América Latina, la discriminación y la violencia hacia las mujeres no son fenómenos aislados, sino partes de un ciclo destructivo que perpetúa la desigualdad y la injusticia, exigiendo una ruptura urgente”
En nuestra bella América Latina, la discriminación y la violencia contra las mujeres son dos caras de la misma moneda, aunque existen personas que digan que no. Este vínculo profundo es realmente perturbador, ya que se encarga de conversar un ciclo de injusticia que afecta a millones de mujeres en la región. Comprender cómo estas formas de desigualdad se entrelazan como dos serpientes, ocasionado que se manifiesten en diversos contextos es esencial para abordar eficazmente estas problemáticas.
Para nadie es un secreto que la discriminación de género en América Latina no es un fenómeno aislado, sino un problema estructural que alimenta la violencia contra las mujeres, ya otra cosa, es que existan personas que prefieran tomar una posición de ignorar completamente este problema. Digo, sería muy difícil ignorar una problemática de este calibre, cuando claramente, día a día, segundo a segundo, se manifiesta en múltiples formas, desde desigualdades económicas hasta barreras para la participación política y social. Estas desigualdades no solo limitan las oportunidades para las mujeres, sino que también crean un entorno en el que la violencia se convierte en una consecuencia casi inevitable.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 30% de las mujeres en América Latina han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja. Esta estadística refleja una prevalencia alarmante de violencia en un contexto de profunda desigualdad de género. Asimismo, un informe de la CEPAL ha señalado que las mujeres ganan en promedio un 16% menos que los hombres en América Latina, lo que evidencia una disparidad económica que contribuye a la vulnerabilidad y desigualdad.
Los datos cuantitativos nos permiten profundizar aún más en esta situación. Pero no por eso significa que debemos dejar de lado los testimonios de miles de mujeres en la región que destacan la relación directa entre la discriminación y la violencia. Por ejemplo, María, una trabajadora de la salud en México, en su momento mencionó el tema y resaltó que: “A pesar de mi experiencia y habilidades, siempre fui pasada por alto para promociones. Cuando intenté alzar mi voz, me enfrenté a represalias y acoso. La discriminación que enfrenté en el trabajo también abrió la puerta a una violencia psicológica que me afectó profundamente.”
En Colombia, Laura, una política local, habló al respecto y dijo: “Mi participación en la política me ha expuesto a comentarios degradantes y ataques directos en los medios de comunicación. Estos ataques no solo se enfocan en mi capacidad política, sino en mi apariencia y mi vida personal. Esto crea un ambiente hostil que disuade a muchas mujeres de participar en la política.”
En toda America Latina se habla de una necesidad latente de otorgarle mayor visibilidad y el reconocimiento a la relación que existe entre la discriminación y la violencia, el ser conscientes de aquel hilo invisible permitiría trabajar aún más en aquella problemática y generaría verdaderos efectos transformadores. Al abordar estos problemas de manera integral, se pueden lograr importantes avances en la igualdad de género.
Existen una cantidad innumerables de las ventajas que nos traerían si tratáramos aquel vínculo con la importancia que como sociedad deberíamos otorgarle. Entre ellas podemos encontrar la concientización sobre cómo la discriminación alimenta la violencia, programas educativos que aborden tanto la discriminación como la violencia, la implementación de políticas públicas que aborden la discriminación de manera directa y promuevan la igualdad de género pueden reducir las tasas de violencia
Expertos en el tema como Ana Güezmes, exdirectora de la Unidad de Género de la CEPAL, han manifestado que: “la Violencia de género es una desigualdad completamente estructural”. Sucesivamente tenemos a Marcela Lagarde, socióloga y activista feminista, quien ha dicho que: “las políticas no solo deberían responder a la violencia, sino que también deberían prevenir la discriminación que la alimenta”
Esta autora resalta la importancia de romper el ciclo de discriminación y violencia que existe en América Latina, es vital un enfoque multidimensional que abarque tanto la reducción de la desigualdad como la prevención de la violencia. Actualmente, las políticas públicas ya deberían integrar medidas que aborden las desigualdades económicas y sociales, así como estrategias de prevención y respuesta ante la violencia.
Por eso mismo, enfrentar el ciclo de discriminación y violencia en América Latina requiere un esfuerzo colectivo, es decir, depende de todos y todas. Tristemente, este no es un desafío que pueda ser resuelto únicamente a través de leyes o políticas; Lo que verdaderamente se necesita, aparte de las leyes, es un cambio cultural profundo que cuestione y reforme las actitudes y prácticas que constantemente reafirman la desigualdad. Desde el ámbito comunitario hasta el gubernamental, cada sector, cada espacio, desde el más grande hasta el más pequeño debe comprometerse a erradicar la discriminación en todas sus formas y ofrecer apoyo a las mujeres afectadas por la violencia. Es imperativo que las voces de las mujeres sean escuchadas y que sus experiencias impulsen acciones concretas.
Solo a través de una combinación de conciencia pública, reformas estructurales y una firme voluntad de cambio, podremos romper el ciclo destructivo de discriminación y violencia y construir una América Latina donde todas las mujeres tengan la oportunidad de vivir libres y con dignidad. El momento para actuar es ahora y el futuro es la igualdad.
Comentar