Cada ciclo fiscal correspondiente a cada Gobierno es completamente antagónico a la reducción del gasto. En realidad, por el mismo peso constitucional que implica el cumplimiento de servicios disfrazados de derechos fundamentales, la oposición férrea de los receptores de salarios del sector público y los receptores de prestaciones públicas hacen imposible bajar el gasto, la deuda y los impuestos.
Cualquier Gobierno que piense seriamente en bajar el gasto público se expone a ser derrocado, precisamente, por la extensa manipulación a la que la población es expuesta. Que los jóvenes respalden tal gigantesco despilfarro, que a futuro representará la deuda (el gran porcentaje de impuestos) que tendrán que pagar en detrimento del usufructo óptimo de lo que produzcan trabajando, es la prueba fehaciente de que existe un desconocimiento general de los intereses propios.
De hecho, Edmund Burke, en Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790) manifestaba que “el contrato social” de Jean-Jacques Rousseau no era el verdadero, sino que la sociedad es, en efecto, un contrato. El Estado es una asociación no solo entre quienes viven, sino entre quienes viven, quienes han muerto y quienes han de nacer, es decir, existe una responsabilidad actual con respecto a la transferencia fiscal intergeneracional.
El hecho de que el Banco de la República haya reportado que al cierre de 2022 la deuda externa de Colombia aumentó en 184.118 millones de dólares, lo cual constituye el 53,4 % del PIB del país, es la reflexión objetiva acerca de la monumental ruptura generacional de la deuda pública que se traduce en un déficit futuro de los que hoy se preparan para integrarse a la cadena productiva. Año tras año el gasto y la deuda aumentan sustancialmente mientras, paradójicamente, el derroche de los políticos es gigantesco y el sostén de ese frágil sistema despótico es apoyado por los que mañana pagarán la cuenta.
Las cuentas inquietantes, cuyos detalles se esconden tras la formalidad de información de estricta reserva del Estado y que quizá no resulten sorprendentes, pues, la mayoría de los actuales votantes respaldan políticas de desigualdad intergeneracional que, como mencioné afectan a futuro, también representan un percance contemporáneo. Los enormes pasivos que no se ocultan a la vista y el fraudulento “abismo fiscal” están en el horizonte político. La cantidad de organismos burocráticos costosos, inefectivos e innecesarios que subsisten sin justificación alguna y a la vista de todos sin ningún reclamo civil son simplemente espantosos: las mega-pensiones, los privilegios de la élite política, el uso del Estado para beneficiar grupos específicos, el fenómeno sindicalista, los lobbies burocráticos y toda institución extractivista que reduce la probabilidad de progreso generalizado y envía la población adulta presente a la mendicidad laboral y condena a la siguiente al atraso en comparación con países fiscalmente más responsables.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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