Dada la revolución en los costos de transporte y las comunicaciones en el último siglo, son tres los costos de producción que determinan la localización de las empresas en la actualidad: el costo de la materia prima, la mano de obra, y los costos ambientales.
Pero en la globalización que presenciamos debería sumarse un costo más, el costo de oportunidad de no pertenecer a un acuerdo comercial. Y entiéndase costo de oportunidad como aquel en el que se incurre por tomar una decisión y no otra.
Estos acuerdos son suscritos por gobiernos en pro de los intereses de las empresas de sus ciudadanos, lo que muestra que, irónicamente, la globalización representa unas ventajas de las que no pueden gozar todos los países que se suman a ella, pero que pueden ser adquiridas si se sabe manipular a favor los instrumentos de política comercial que se imponen unos países a otros.
Por esta razón es que toma importancia el TPP (Trans-Pacific Partnership), el acuerdo comercial que adelanta Estados Unidos con once países del pacífico, firmado el pasado 4 de febrero en Auckland, Nueva Zelanda. Los analistas no dudan en calificarlo como el más importante tratado comercial en la historia. ¡Y no es para menos! Está integrado por más de 800 millones de consumidores y controlará el 40% del PIB mundial (28 billones de dólares).
Sin embargo, la segunda economía del planeta, China, no se encuentra en él, ya que una de las motivaciones de la suscripción del acuerdo es la exclusión y aislamiento del Gigante Asiático.
Las formas en que los empresarios chinos tratan de mantener sus nichos en el pacífico no se han hecho esperar. Un ejemplo es la instalación de empresas chinas de textiles en territorio norteamericano, en estados sureños donde “el algodón algún día fue el rey”, como publicó The New York Times el 2 de agosto de 2015.
Si las empresas Chinas producen en el país del Tío Sam, podrán gozar de ciertos beneficios de sus tratados comerciales. Es una especie de caballo de Troya, pero esta vez las murallas que no se buscan derribar sino atravesar son las del país más rico del planeta, potencia económica que enfrenta un creciente déficit comercial con China.
No es de extrañar que China trate de superar este obstáculo para sus empresas, ya que el gran capital, como un animal, se asienta donde pueda reproducirse más rápido. Es su lógica, aunque cambie de forma constantemente para conseguir tal objetivo.
Qué mayor prueba de que la globalización existe que esta audaz apuesta de China! Aunque es cierto, existe más para las economías grandes y poderosas que para las pequeñas.
Por esto, la estrategia concuerda perfectamente con el afán de las autoridades locales de Estados Unidos por atraer inversión de nacionales y extranjeros luego de la fuga de firmas desde la década del 80.
No es benevolencia sino negocios. Es una guerra comercial declarada y ninguno quiere darse a la pérdida. Esta no sólo afecta los productos textiles. El año pasado China devaluó su moneda a un ritmo más veloz para exportar desempleo a otros países, entre ellos Estados Unidos. La volatilidad del mercado bursátil chino hace que The Economist lo catalogue como la principal amenaza global actualmente. Y tanto la compra de Syngenta por parte de ChemChina, como la idea de que General Motors importe desde su planta cerca a Beijing indigna a la opinión pública estadounidense.
Todo esto, en especial los caballos de Troya de IED, generan debate alrededor de la globalización y de lo que algunos califican como el “dañino libre comercio”. Los argumentos principales de este calificativo giran alrededor de la semejanza con la que deben competir los países que difieren en renta, en nivel de industria, en capital humano, entre otras características; además de las presiones que ejercen países desarrollados frente a los del tercer mundo para que abran sus economías, cuando los primeros siguieron sendas de proteccionismo.
Frente al libre comercio, las alternativas actualmente son tres: protegerse, suscribir acuerdos comerciales para beneficiarse de la globalización, o aprovecharse de los acuerdos de otros países, si se cuenta con el potencial económico para tal proyecto.
De la primera podríamos decir que el proteccionismo no es la salida, rezaga aún más las economías nacionales. Globalización es sinónimo de oportunidades e incentivos a la innovación. Los países que se ven perjudicados lo son más por las reglas de juego que son incapaces de proteger los sectores con futuro, y en vez de eso se desgastan aminorando las pérdidas de los sectores obsoletos que a menudo son los que controlan las instituciones y la toma de decisiones.
La segunda es una apuesta audaz de Estados Unidos para competir contra China, aunque los empresarios del país asiático traten de burlar las murallas al comercio libre y se instalen en su territorio para exportar desde allí. Las ganancias para el país del norte de suscribir este acuerdo van desde lo geopolítico, al no dejar que China dicte las reglas comerciales, por ahora, hasta lo económico, ya que el pacífico representa el nuevo epicentro de la economía global.
De la tercera alternativa, o mejor dicho: facultad, puede jactarse China, quien ha comenzado a disputarle la supremacía económica y política a Estados Unidos, con los obstáculos que son obvios en el proceso.
Como se puede ver, cada país adapta la globalización a sus intereses y capacidades. Los países del tercer mundo tendrán alternativas limitadas, pero no por siempre, si las reglas de juego rígido-mercantilistas cambian a las adaptativas.
El caballo de Troya en la industria de tejidos no será la única respuesta de China, aunque no deben sorprendernos más actividades intensivas en trabajo en Estados Unidos desarrolladas por capital chino. Sólo es el comienzo de nuevas formas en que las relaciones comerciales se darán y de cómo deben pensarse.