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Hace diez años Briceño se presentaba ante el mundo como el mayor laboratorio de paz en Colombia. No solo porque fue un territorio priorizado en el plan piloto de desminado conjunto y el programa de sustitución de cultivos ilícitos, sino porque sus habitantes, convencidos de las oportunidades que llegarían con la firma del Acuerdo de Paz, vieron en la reforma rural integral una posibilidad para que la paz fuera una realidad sostenible en el tiempo.
Por eso duele que a diez años de pensar ese sueño colectivo, se registre, con imágenes que recuerdan los peores momentos del conflicto armado, el mayor desplazamiento masivo en su historia. Con más de de 2.000 personas que permanecen en la cabecera municipal producto de los enfrentamientos entre grupos armados ilegales que causaron que más de 1.000 familias salieran de 23 veredas producto de las amenazas.
Es una crisis humanitaria sin precedentes en la región que no podemos pasar por alto, o, acaso permitir que se termine normalizando como si estuviéramos condenados a resignarnos a la guerra. Que el que se llegó a considerar como el mayor laboratorio de paz del país se vea asediado por la violencia nos debe llevar a reflexionar. Nos debemos unir como sociedad para rechazar la violencia y exigirles a todos los actores armados que saquen a la población civil de su confrontación.
También se le debe exigir tanto al gobierno Nacional como al Departamental que encuentren espacios de articulación y coordinación para atender la crisis. Resulta inaceptable que en medio de una situación tan delicada el gobernador Andrés Julián Rendón solo se empeñe en recrimina al presidente Petro, aunque la política de Paz Total no ha sido del todo exitosa, eso no lo pongo en duda, ya que sus logros han sido sobre todo parciales, sí es un esfuerzo valioso en tanto sigue pensando en la paz como una consenso social y no solo como una imposición militar o violenta.
Ahora, el centro debe ser la atención de la crisis en Briceño y la generación de condiciones para que las cientos de familias, los niños, las niñas, puedan retornar con seguridad a sus veredas. Que puedan permanecer en sus territorios sin el temor o la preocupación de que en cualquier momento se tienen que volver a desplazar. Esa fue la promesa que se le hizo a Briceño hace una décadas y que no se ha cumplido. Para ello, se debe avanzar en la implementación integral del Acuerdo de Paz.
Mucho de lo que viene pasando en el país en términos de seguridad es el resultado de la política de “hacer trizas la paz” del Gobierno de Iván Duque.
Ni la paz se debe hacer trizas o los laboratorios de paz deben ser destruidos. Ese debe ser compromiso más social que político. Briceño nos necesita ahora más que nunca y no lo debemos dejar solo. Ni hoy, ni mañana. Que la mezquindad política no sea el criterio para atender su mayor crisis humanitaria en décadas.














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