Quisiera disponerme a escribir sobre otra cosa, pero básicamente, no puedo pensar en otra cosa. Me parece, además, que merecen leer un punto de vista distinto de lo que les llevan los medios tradicionales sobre lo que viene pasando en Brasil en estos últimos días, o una reflexión. A mí me gustaría poder leer posiciones así de gente de otros países de Latinoamérica también.
Empecemos por eso, lo que leo de lo que reproducen en Colombia de lo que pasa aquí me preocupa mucho, porque suelen reproducir las noticias que se generan en Brasil por el mayor monopolio de la información en Latinoamérica, la red Globo. Y ellos son una parte importante del problema, sino la más. “La Globo”, sus periódicos y cadenas de televisión, casi siempre los de mayor circulación, toman cada vez más descaradamente una posición en sus noticias, y no solo eso, sino que además son absolutamente manipuladoras de la opinión pública. Ya lo decían políticos de antaño por aquí, si la Globo lo dice, hay que ir en sentido contrario, hace 40 años, apoyaba la dictadura militar. Sin embargo, lo que se lee en Colombia va con ese sello, casi ineludiblemente.
Esta semana ha sido un torbellino de informaciones y emociones para los brasileños. Lo que era cierto el lunes pasado, ahora puede no serlo, y para serles sincera, cuando se publique la columna ya puede que sea otra cosa. Por la dificultad que eso supone, trataré de atenerme a lo que se ha vivido desde las calles, que además, como geógrafa, es a lo que le apunta mi mirada.
Les cuento que lo que viene pasando no empezó ahora, esto hace parte de un proceso que incluye las manifestaciones de la calle del 2013, lo que pasaba durante el mundial de 2014, el proceso de las elecciones y después de que asumió en segundo mandato Dilma, llegar a este momento ha sido cuestión de tiempo.
Y bueno, dentro de este proceso, el domingo pasado salen las marchas anti-dilma, o anti-corrupción, que vienen saliendo regularmente, gente vestida con los colores de la bandera de Brasil. Y en algunos sitios, su contramarcha, de los seguidores de Dilma, sobretodo del PT, partido de la presidente y de Lula. Hasta aquí, parte de la rutina de los últimos meses. El martes se confirma el rumor de que Lula, en las semanas pasadas llevado (con coerción innecesaria) a declarar por acusaciones, acepta un importante ministerio, cambiando las instancias de su proceso (ojo, no deteniéndolo) y sobretodo, acercándolo a un gobierno debilitado de Dilma, del que estaba al margen. Decisiones soberanas de un gobierno elegido dentro del juego democrático brasileño, con las zancadillas que pone una y otra vez el mencionado monopolio de información.
De ahí se vienen una secuencia de situaciones jurídicas, mediáticas y políticas que se vuelven muy complicadas de acompañar, y sobretodo dejan anímicamente al país en colapso político. Antes que asuma el ministerio, salen unas chuzadas ilegales en cuestión de horas. Asume como ministro y de forma extraña, minutos después, ya está lista (ahora se presume que pre firmada de manera ilícita) un fallo que le impide el cargo. Un sinfín de maniobras políticas que al país ya en alerta, acaba por desestabilizarlo. Y las cosas siguen… Todo, les repito, pasando por las fauces televisivas de la Globo, que las presenta según su antojo.
Aunque venga pareciendo, no defiendo al PT, ni a Lula ni a Dilma. Me aterra profundamente que en la política lleguen las almas más mezquinas capaces de corromperse por plata, sean los que sean. Y la verdad es que el PT solito ha metido todas las patas que ha podido, y Dilma ha gobernado, o tratado de gobernar, porque no es que haya podido mucho, con el programa de la oposición. Para mí, que a los que sean corruptos los investiguen, los cojan y nos cuenten. Pero la Globo no es precisamente la que lo hace, y aprovechándose e incitando la consigna contra-corrupción de la calle, incrimina solo y tan solo a un lado. Políticos corruptos en Brasil es lo que más hay, y eso no justifica nada, de acuerdo, pero tampoco justifica que cuando los están investigando nos volquemos justamente contra el primer gobierno que no silencia tales investigaciones, ni contra sí mismo. Ah, geográficamente importante decir que estas cosas ocurren en Brasilia, lejos de las grandes ciudades de Brasil, en unas cuasi cajas negras, rodeadas de la creme de la creme política del país.
Volvamos a las calles. Vivo, en Porto Alegre, cerca de donde se reúne el grupo de gente que se dice anticorrupción, pero que parece más que eso un anti cualquier tipo de diversidad, un conservadurismo extremo, y sobretodo un odio exagerado, y miedoso, a la tripleta Dilma, Lula, PT. Odios que provienen de los 14 años que llevan en el poder, de forma totalmente legítima, y de los cambios en la sociedad que eso a supuesto, que no ha sido poca cosa. Si les digo, como mínimo ejemplo, que hoy estudio en la universidad pública al lado de los que hace 10 años ni soñaban en pisarla es tratando de ilustrar qué tipo de giros se han dado en la sociedad brasileña. Algunos quisiéramos más, pero eso es otro cuento. El odio a ellos pasa mucho más por el odio a esos cambios y a la pérdida de privilegios (que siendo muy francos, no ha sido tanta en el país más desigual de la región más desigual del mundo, tal vez perdiéndo con Colombia) que el odio a la corrupción, con decirles que endiosan a personajes tan o más oscuros que los que acusan.
El jueves pude ver este grupo en acción, volviendo a pie a mi casa, y llegué con ganas de poder resetear las 3 cuadras del camino, oyendo y viendo una profanación de palabras y símbolos en nombre del ridículo.
Esa sensación de desconsuelo más las ilegalidades que se vienen realizando para, por un lado no dejar posesionar a Lula como ministro y acabar lo más rápido posible con el mandato de Dilma, me llevaron, a pesar de no estar necesariamente de acuerdo con ellos, a ir el viernes a la marcha contraria, la de defensa de la democracia. Siento que ante todo no podemos aflojar en eso, y eso hoy en términos prácticos es apoyar al oficialismo, a que Dilma concluya su mandato, así ella tome las decisiones sin norte que viene tomando. Ojalá tener a Lula más cercano le dé la cordura que no ha tenido últimamente.
Al haber estado cerquita de las dos marchas y empaparme leyendo posiciones de lado y lado, les puedo asegurar que la sociedad democrática que deseo y vislumbro estaba mil veces más reflejada en el grupo de la defensa, no del ataque. Lula dijo el viernes en Sao Paulo: “los brasileños tienen que aprender a convivir con la diversidad” Una diversidad que en Brasil es gigante, y que los años de PT en el gobierno han ayudado a que ocupen los mismos espacios, cosa que antes no ocurría. Y que paradójicamente es, lo que por detrás de camisas de la selección de Brasil y gritos anticorrupción, el miedo que se refleja.
A mí, personalmente, me encanta la posibilidad de convivir con grandes diferencias: ver negros, negras, población LGTB, obreros, profesores universitarios, jóvenes y luchadores sociales de toda la vida pudiendo compartir espacios e ideales. Y sí, eso tiene que ver con política, eso tiene que ver con economía, eso tiene que ver con democracia, justicia (de la justa) y libertad y eso se tiene que defender. El otro grupo refleja una sociedad absolutamente normatizada, uniforme, discriminadora, violenta, intolerante. Acá me parece oportuno que la Colombia que discute la paz vislumbre esto, una sociedad democrática viene con conflictos intrínsecos, tan complejos como los que nos trae la guerra, aún más en contextos de desigualdad y diversidad.
Finalmente, que no se entienda que satanizo a unos y santifico a otros. No me gusta siquiera afirmar que tal grupo es tal cosa categóricamente. Eliminar el contrincante del debate, así sea muy difícil de aceptar lo que dice, es perder sin ganar un poco. Creo que dentro de la diversidad que anhelo caben todos los tipos de combinaciones políticas y de visiones de mundo, incluso la mía. Pero presiento que dentro de un mundo donde grupos humanos pueden lograr más y más autonomía y autodeterminación, es muy necesario hacer lo posible y lo imposible, por encontrar formas de ampliar la participación, la expresión, posibilitar que germinen sociedades donde se garantice la pluralidad y la posibilidad de la felicidad. En últimas, defender a toda costa y plenamente la democracia.
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