Hay cifras de Bogotá que me impresionan, como supongo que impresionan a todos, y que me suscitan unos comentarios que no agotarán el tema, pero que pueden ser interesantes para analizar y hasta para indicarles rumbos a las ciudades colombianas.
El producto por habitante de Bogotá, es decir, la cifra que resulta de dividir toda la riqueza que se crea en la ciudad en un año por el número de habitantes, es de 12.117 dólares, suma que puede sonar como suficiente pero que en realidad es bastante escasa si se compara con las ciudades del mundo desarrollado. Por ejemplo, San Francisco tiene 130.000 dólares y Munich, 81.000, entre 10,7 y 6,6 veces mayores que los de Bogotá, diferencias que provienen de los productos per cápita de los países, porque el de Colombia es de 6.100 dólares, en tanto los de Estados Unidos y Alemania son 11,5 y 8,3 veces superiores (2021).
No sobra advertir que las demás ciudades colombianas tienen productos por habitante inferiores al de Bogotá.
Y el gasto público de cada ciudad de Colombia y del mundo –gasto que respalda el avance en la creación de empleo y riqueza, movilidad, seguridad, educación, salud, servicios públicos, etc.– es proporcional a la riqueza que crea cada habitante al año y a los impuestos que se pagan.
Esta es la explicación aritmética –aunque hay otros aspectos importantes que también cuentan– que determina las grandes diferencias entre las ciudades de Colombia y las del mundo desarrollado, en especial si se comparan todas sus áreas y no solo las que concentran mayores inversiones privadas y públicas y superiores capacidades de compra de la ciudadanía. Pues esos países, a diferencia de Colombia, sí han desarrollado a plenitud su industria y su agro y la ciencia y la tecnología.
Porque para crear más empleo y más riqueza en las ciudades de cualquier país –las bases insustituibles de todo progreso–, lo determinante son las políticas nacionales, políticas que no pueden modificar unilateralmente las administraciones locales, aunque también cuentan, y mucho, las acertadas decisiones distritales y municipales.
Las anteriores verdades son las causas de otras cifras, estas más conocidas. En Bogotá hay 447 mil desempleados y 1,3 millones de informales, el 10,7 y el 33 por ciento, respectivamente, de sus habitantes, porcentajes que son iguales o peores en el resto del país. Por su Gini, además, Bogotá es la ciudad más desigual socialmente hablando de Colombia, factor que también genera sufrimiento social y reduce la capacidad de compra de las gentes y de venta de las empresas.
Puede demostrarse que las fallas nacionales no empezaron ayer sino que vienen de décadas atrás y se agravaron con la apertura y los TLC, que entre otros males redujeron la participación de la industria en el PIB de Bogotá del 14,1 a 8,2 por ciento entre 2006 y 2021. Y en las decisiones locales también se han cometido errores, como que la ciudad apenas esté construyendo el metro, que debió empezar a operar hace muchos años.
De acuerdo con lo anterior, Colombia necesita que el gobierno nacional promueva crear más trabajo y más riqueza –cosa que no está haciendo en serio Gustavo Petro– y, a la par, en Bogotá y en las demás ciudades, las administraciones locales deben respaldar de verdad el progreso de la industria y del resto de la economía, al igual que atienden las demás necesidades.
Y todas las ciudades deben gobernarse con una posición de cero tolerancia con la corrupción y con gastar de manera ineficiente los recursos públicos, siempre tan escasos frente a las necesidades ciudadanas.
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