“A ella, siempre se le concede permiso para quedarse. Por ser amante cruel, compañía que revela la propia estructura, amante que revela la luz, la escritura.”
No existe el matiz, no hay refugio para el gris.
Llega el extremo sin retorno:
Luz y oscuridad. Amor, odio. Vida, muerte.
Lo blanco, lo negro. El ángel y el demonio.
Se traza la línea.
Extremos que se tiran, se arrebatan, se ahogan, deliran, se enloquecen.
El caos y el orden, el Alfa y el Omega.
De la sonrisa al llanto, se destruyen y se construyen.
Corren sin rumbo de norte a sur, del cielo al infierno.
Ella viene con su gran manto a cubrir, lo envuelve todo sin pedir permiso,
reemplaza la luz, los colores del arcoíris, a blanco y negro.
Se cierne, y brotan mares de lava con agua, donde se ahoga y nada, y se hunde y busca, no encuentra, se hunde más…
No suplica; arrebata, imprudente, inoportuna.
Desnuda y quita máscaras, sin piedad.
Recuerda lo profundo, lo escondido, lleva al precipicio, al fango.
Demonio, insensible y triste; criatura fría y despiadada.
En un segundo, se encuentra con Luz, le quita su lugar, la despoja, la empuja con fuerza.
El Yin que reemplaza al Yang, en violenta contienda de opuestos.
Y a veces, gana.
El Yang se enciende y se oculta con temor,
no es momento de danzar.
Es momento de escribir, de poner la verdad en evidencia: escandalosa, hermosa, sensible, crítica, reflexiva, imprudente, egoísta, soberbia…
Ella, la que no teme nombrar el vacío.
Ella, que habita su silencio ruidoso.
A ella, siempre se le concede permiso para quedarse.
Por ser amante cruel, compañía que revela la propia estructura, amante que revela la luz, la escritura.
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