Bienvenidos a la Colombia del pasado

“Colombia no retrocedió por error, sino por diseño. No fue la casualidad la que nos devolvió al abismo, fue la voluntad de quienes siempre vieron en el caos, su mejor estrategia de poder.


El tiempo no avanza en Colombia. Es un espejismo, una mentira repetida con desesperación por quienes viven de vender ilusiones. Nos dijeron que jamás volveríamos a la oscuridad, que habíamos aprendido la lección, que los errores del pasado quedarían sepultados bajo los escombros de la historia. Pero hoy, ese pasado no es una amenaza lejana ni un fantasma usado para atemorizar votantes incautos. Es una realidad palpitante, un eco siniestro que resuena en cada disparo que atraviesa la noche, en cada secuestro que se oculta bajo el eufemismo de una «retención humanitaria», en cada familia rota, en cada ciudad sometida al miedo.

Hemos vuelto. No porque el destino sea cruel, sino porque quienes prometieron redención y cambio solo trajeron ruina y pólvora. Nos gobierna la demagogia de un mesías de pacotilla, un charlatán de plaza pública que vendió sueños con la labia de un predicador de feria, mientras tejía con manos torpes el mismo manto de miseria que dijo combatir. Hoy, su «paz total» es la guerra desatada; su «justicia social» es el atraco impune en las calles; su «cambio» es el regreso a la pesadilla que creímos haber dejado atrás.

Estamos de vuelta en la Colombia que mató a Don Guillermo Cano porque la verdad era un peligro; en la que asesinó a Galán porque la esperanza le estorbaba; en la que se tomaron a sangre y fuego el Palacio de Justicia; en la que los coches bomba tronaban en los centros comerciales y los sicarios eran dioses con motocicleta. Hemos vuelto al país donde el terror dicta la rutina, donde la vida tiene precio y la muerte no tiene consecuencias.

Las cifras no mienten, aunque el gobierno se esfuerce en tergiversarlas. Los secuestros han aumentado en más del 81%, las masacres suman más de 270 víctimas por año, y el narcotráfico se fortalece con cada concesión disfrazada de diálogo. Las disidencias de las FARC regresaron con más poder, el Clan del Golfo extiende sus tentáculos como un cáncer sin control, y el ELN se reparte el territorio con el beneplácito de quienes hoy ocupan el poder. Colombia es hoy un campo de batalla, un país donde la violencia no solo es permitida, sino administrada desde el Estado.

Nos dijeron que el pasado era un riesgo, que la tragedia era evitable, que solo debíamos confiar en ellos. Pero el engaño quedó desnudo. No hay promesas de «cambio» que puedan ocultar la evidencia de un país que despierta a corregimientos masacrados, que carga ataúdes de líderes sociales mientras un gobierno envenena los oídos del pueblo con discursos que ya ni siquiera intenta hacer creíbles. Se acabaron las palabras dulces, los versos sobre «paz», las promesas de reconciliación. Todo lo que queda es el sonido seco de una bala, el susurro contenido de quien se esconde para no ser descubierto, el hedor de la pólvora y la sangre.

El retroceso es absoluto. Volvieron los magnicidios políticos, los periodistas silenciados, la compra de conciencias, la corrupción sin disimulo. Volvió la sensación de que la vida pende de un hilo, de que el crimen paga mejor que el esfuerzo honesto, de que el país ya no es nuestro, sino de quienes lo destruyen desde dentro. Y sin embargo, la tragedia no es solo la violencia, sino la indiferencia. El pueblo colombiano, anestesiado por la costumbre del horror, apenas pestañea ante la barbarie. Nos acostumbramos al miedo, nos resignamos al abandono, permitimos que el gobierno administre nuestra desesperanza como si fuera su botín más preciado.

Aquí estamos de nuevo. No es 1986, ni 1989, ni 1992, pero bien podría serlo. Solo que esta vez, el verdugo despacha desde el Palacio de Nariño, sonríe en cadena nacional y nos dice con voz de pastor de pueblo que todo esto es parte del camino, que todo es por nuestro bien.

Colombia no retrocedió por error, sino por diseño. No fue la casualidad la que nos devolvió al abismo, fue la voluntad de quienes siempre vieron en el caos, su mejor estrategia de poder.

Juan Diego Vélez Forero

¡Hola! Soy Juan Diego Vélez Forero; un joven que en medio de una Colombia que regresa a un pasado que nos dejó un futuro colmado de incertidumbres y en donde diariamente se normaliza la desgracia; no quiere ser de la generación que permitió que su país, se diera por perdido

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