Bienestar Social vs Seguridad Social

Trabaja duro y confía en Dios para los resultados. En todo caso, trabaja en un producto o servicio que aporte a una Sociedad del Bienestar.


En la vida cotidiana, hay ciertas reglas que, aunque puedan parecer triviales, tienen un fundamento importante. Por ejemplo, no poner aluminio dentro del microondas o no mezclar jabón con cloro al hacer aseo. Ignorar esto puede hacer explotar tu microondas o intoxicarte por inhalación. De manera similar, existen problemas sociales que sin ser necesariamente cotidianos, cuando quienes toman decisiones no tienen sentido común nos pueden llevar a resultados desastrosos, como el caso de la administración de la Seguridad Social.

Mi reflexión alrededor de este tema se ha impulsado por una discusión con una abogada, la valentía de una estudiante y la experiencia de un profesor. Sonia, la abogada, cree que el mejor fruto de la “lucha trabajadora” es la Seguridad Social administrada por el Estado, en especial porque esta responde al principio de solidaridad, e incluso es algo que avala la Biblia por “amor al prójimo”.  Jerome, la estudiante, popularizada gracias a un trino de Petro donde la acusaba de mentir en su oposición a la  propuesta y posterior aprobación de la reforma pensional, está liderando un movimiento nacional con una sencilla, pero contundente frase: “No con mi ahorro”. Enrique, el profesor, argumenta que la Seguridad Social fracasó desde el momento mismo en que se formuló con Otto Von Bismarck.

Permítame hilar alrededor de estos tres personajes. Sonia considera, que en teoría, en nuestro país la Seguridad Social debería garantizar el bienestar de todos los ciudadanos. Ella no justifica que el Estado se encargue de todo, aunque acepta que la existencia de la Seguridad Social fue influencia de socialistas europeos en el contexto de la revolución industrial, por lo que considera indispensable que se le exija a las empresas la protección de la Seguridad Social de los trabajadores. Como buena abogada, ella sabe que la Seguridad Social en nuestro país es un sistema complejo, y aunque aplica lo aprendido en términos constitucionales, no va a fondo en términos económicos.

Cuando en 1991 los constituyentes consagran la figura de “servicio público social”  en el artículo 48 establecen que este es un servicio fundamental y una obligación estatal.  Acogen la visión mercantilista en la que el Estado debe ser la cabeza de estas lides. Al poner constitucionalmente la responsabilidad de la administración de la Seguridad Social en el Estado, cerraron la posibilidad de toda discusión.

Hay dos propósitos en el sistema de seguridad social, la legitimidad y la financiación, en la primera el Estado se presenta como garante protector no solo de los derechos de propiedad individual y protección contra la agresión física, sino también de servicios esenciales, que separados de la lógica del mercado se someten a la lógica clientelar en donde los políticos proveen beneficios a cambio de votos.  En parte la profesión de la ciencia política se encarga de justificar técnicas de ayuda, previsión y asistencia a través de instituciones del Estado que dan rigurosidad a tal proceso. En la segunda, la seguridad social sirve como un mecanismo de financiación, pues necesita mantener estos servicios, soportado lo anterior en una fuerte política fiscal.

Con estas realidades mi escepticismo a las habilidades administrativas del Estado va en aumento. Mi herejía contra la sacralidad del Estado de Bienestar la comparto con el profesor Enrique Guersi, a quien conocí en un extraordinario encuentro promovido por El Cato Institute. Amablemente el profesor Enrique dirigió mi atención del problema de la Seguridad Social  a Otto Von Bismarck, a quien considera el destructor de los lazos familiares. Bismarck fue muy importante en la política de Alemania a fines del siglo XIX y comienzos del XX.  Impulsó una política social de bienestar desarrollada en tres líneas, la ley sobre el seguro de enfermedad, la ley de seguro de accidentes de trabajo (financiada por los empleadores) y la ley de seguro de vejez o invalidez total. Hasta ahí Bismarck de apariencia se interesaba en el bienestar de las familias. La crítica de Ghersi se da cuando el Estado reemplazó funciones que históricamente recayeron en familias, o en asociaciones voluntarias como la iglesia. Los seguros sociales que inspiraron la seguridad social actual minaron la confianza dentro de estas comunidades naturales y la colocaron sobre un Estado de Bienestar.

En el pasado, la enfermedad, los accidentes o la vejez, eran sostenidos por las familias, la iglesia, las asociaciones voluntarias y las agremiaciones, esto era posible por la aplicación del principio bíblico al que se refería Sonia, de amar al prójimo, en tanto el ser humano es digno de valor, por lo que de manera voluntaria es posible colaborar en estas circunstancias. Las comunidades naturales, o primarias, se desarrollaron como comunidades tribales cuando la familia ya era demasiado grande, ejemplo de esto la forma en que se constituyeron 12 tribus en la familia de Israel. No se constituyeron Estados ni repúblicas, lo hicieron tribus en tanto había una cercanía solidaria, el poder recae en Dios a través de su ley animando a dar en situaciones específicas.

Lamentablemente esto se ha interpretado en un marco estatista, lo que ha degenerado en pensar que las funciones tribales, ahora son funciones estatales, pero lo cierto es que el fundamento de la ley mosaica era una comprensión en donde la solidaridad no podía ser impuesta. Esto se ve también en las palabras de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21). ¿Qué es del César y qué es de Dios? Un dilema que los fariseos y herodianos intentaron usar para deslegitimar las parábolas previas de Jesús. Cuando Él toma la moneda con la inscripción de César, devuelve el dilema con sabiduría: si bien para el Estado Romano los impuestos “pertenecen” al César, ¿acaso la imagen (humana) del César mismo no pertenece a Dios? Esto es crucial entenderlo, pues las comunidades primarias, en su deseo de dar a Dios, daban al prójimo, ¡pero esto no podía ser impuesto! ¡Esto era (y es) un asunto del corazón, de iniciativa voluntaria!

Lo anterior daría para una extensa exposición del porqué entre los hebreos y posteriormente entre los cristianos, el foco no estaba en tener un Estado de Bienestar, sino en una Sociedad del Bienestar, en la que cada persona asume su rol como relevante, trabajando y bendiciendo a otros con el fruto de sus manos.

En este contexto, es importante destacar la perspectiva de la joven estudiante Jerome Sanabria. Su llamado de atención, “No con mi ahorro”, resuena con el “No robarás” del decálogo. La sentencia es la misma, aunque se exprese en un formato juvenil y femenino.

Me influyó la enérgica denuncia de Jerome; la conocimos con mi esposa por la misma época que al profesor Enrique y hemos aprendido sobre nuestro sistema pensional con sencillez gracias a su movimiento. Paradójicamente, alguien joven como ella tiene mucho que decirnos sobre cómo prepararnos para la vejez.

Desde la teoría económica tradicional, se ha argumentado que el mercado (libre y voluntario) no puede proveer ciertos bienes y servicios de manera eficiente, lo que justifica la intervención del Estado. Sin embargo, la realidad muestra que esta intervención a menudo resulta en ineficiencias y corrupción. La Seguridad Social, diseñada para ser un servicio público social, se ha convertido en una herramienta política más, utilizada para ganar votos y mantener el poder, en lugar de realmente atender las necesidades de la población.

La falta de sentido común en la administración de la Seguridad Social se evidencia en varios aspectos en la dificultad de implantación de los derechos de propiedad y ausencia de legitimidad por parte del Estado. Dicha falta de claridad y respeto por los derechos de propiedad socava la confianza en el sistema y en la capacidad del Estado para gestionar eficientemente los recursos.

El Estado también es incapaz de ejercer el monopolio en el uso de la fuerza y la provisión de servicios sociales: El Estado no logra mantener un control efectivo y justo sobre la provisión de servicios, lo que resulta en una administración ineficiente y frecuentemente corrupta.

Estas deficiencias institucionales utilizan la seguridad social como un sistema lleno de piezas para transar en el juego político. En lugar de cumplir con su ilusión original de proteger y servir a la población, la Seguridad Social se ha convertido en un mecanismo para perpetuar el poder político.

Por esto hay que volver a una Sociedad del Bienestar sin necesidad de un Estado de Bienestar. El ejercicio pleno de la libertad exige de los ciudadanos la mayor observancia de sus principios y su responsabilidad. En este sentido, los empresarios y los trabajadores no deben seguir cargando con la carga impositiva que el Estado impone sobre sus hombros bajo el pretexto de protección. Tal vez sea del Estado de lo que haría falta que se protegieran; el resto dependerá solo de su capacidad productiva. Es hora de que los individuos sean tratados como mayores de edad y puedan asumir las consecuencias de sus actos, aunque en la mayoría de los casos, sus efectos lleguen a ser completamente diferentes.

Una sociedad del bienestar puede alcanzarse en la medida en que las personas puedan aprovechar su conocimiento y el de los demás de forma recíproca, desarrollar al máximo sus capacidades y destrezas, y fomentar su creatividad. Tal como lo propone el premio Nobel de economía Friedrich August von Hayek:

“En la sociedad libre es esencial que el valor del hombre y su remuneración no dependan de la capacidad en abstracto, sino del éxito obtenido al traducirse en servicios útiles a los otros y que a su vez estos otros puedan permutar. El principal objetivo de la libertad es ofrecer oportunidades e incitar al individuo para que se asegure el máximo uso de conocimientos que pueda adquirir.”

Trabaja duro y confía en Dios para los resultados. En todo caso, trabaja en un producto o servicio que aporte a una Sociedad del Bienestar.

Michael Leonardo Serrano Rincón

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