¡Bendito San Valentín!

Cuentan que en el siglo III, el Emperador Claudio II –también llamado “el Gótico”– decretó una ley que prohibía a los jóvenes guerreros contraer matrimonio, pues consideraba que al no tener esposa o hijos podrían servir mejor en batalla y estar dispuestos a morir por Roma. Pero el amor prevalecía en la oscuridad de las catacumbas; en ellas, un obispo de nombre Valentín se encargaba de casar a los amantes en secreto, sellando su amor para la eternidad. Y tal como era de esperarse, fue descubierto y ejecutado, convirtiéndose en un mártir de la iglesia y, por consiguiente, en parte de su santoral. Este relato da origen a la festividad de San Valentín, celebrada en muchos lugares del mundo el 14 de febrero. Cada año durante esta fecha el amor parece estar en el aire: cartas, flores, chocolates, cenas a la luz de las velas, pedidas de mano y tal vez las lágrimas de algunos decepcionados que sienten que el santo Valentín aún no se apiada de ellos.

Hoy el comercio se mueve gracias a pequeñas servilletas pintadas de rosa, ramos de flores y globos en forma de corazón: restaurantes, floristerías, pastelerías y hoteles están aprovechando al máximo esta temporada. ¿Y cómo no hacerlo? ¡Hay que celebrar el amor! Siendo honesta, jamás he vivido un San Valentín de película y no pretendo hacerlo. No es la crítica a la “fecha comercial” lo que quiero abordar en este artículo, no crean que soy aguafiestas o que me convertí en una especie de “Grinch de San Valentín”. A decir verdad, soy bastante romántica. Se trata más bien de exponer una preocupación emocional. Creo que nos encontramos con una concepción cada día más idealizada de lo que significa amar y la cuestión es que sobre-romantizar el amor es también una forma de infantilizarlo.

¿Quién puede contra Cupido?

La figura de Cupido también acompaña la celebración del día de los enamorados. Proveniente del Monte Olimpo, este dios representado como un querubín en pañales, trae consigo una flecha y un arco dispuesto a jugar con los mortales, casi burlándose de ellos al disparar porque en algunos casos el flechazo no será correspondido. En realidad, si nos remitimos al mito, Cupido es el hijo de Venus y Marte y recibe también el nombre de Eros. Es justamente el amor de Eros aquel que los griegos asociaban con la fertilidad, la atracción sexual y el deseo: lo que conocemos como erotismo. Ahora bien, el sexo es en sí mismo un rito de paso a la vida adulta, a la mayoría de edad: es la posibilidad de disfrutar pero también de procrear.

Pensar en el hecho de que Cupido sea representado como un niño fue lo que me llevó a pensar en la infantilización del amor de pareja. Ciertamente no elegimos de quién enamorarnos, y el romance y la pasión están presentes, casi incontrolables, al inicio de la relación. El reto por supuesto está en mantener vivo el deseo a lo largo de los años. Nos han enseñado que lo contrario al amor no es el odio sino el miedo. Yo creo que lo contrario al amor no es el miedo, sino el egoísmo desmedido.

La realidad es que nuestro ego también ama, pero amar desde el ego, desde nuestro niño herido, es lo peor que podemos hacer. En algunos casos, siendo ya adultos amamos a nuestros padres desde el ego, desde nuestro niño que se niega a crecer y amamos a nuestras parejas esperando reemplazar en ellos a nuestro padre o a nuestra madre. Les traemos nuestros dolores, nuestros asuntos no resueltos.

¿Y qué tienen que ver “Cupido “y el “día de San Valentín” con esta idea inmadura sobre el amor? En algunos casos la refuerza a través de la dinámica de la celebración, de los personajes que intervienen en ella, de los objetos que de forma simbólica representan aquello que entendemos como amor. La concepción infantil del amor y la idealización de una pareja, ineludiblemente nos llevarán al fracaso amoroso, convirtiéndose en una búsqueda insaciable por satisfacer nuestro ego. Como ya lo he dicho muchas veces, amar es una decisión que implica renuncias, negociación y, sobre todo, la aceptación plena del ser amado.

Este día, por irónico que suene, resulta ideal para reflexionar acerca de esta construcción del amor romántico y para examinar cuales son las expectativas que tenemos acerca de las relaciones y sobre nuestra pareja, si tenemos una. No se trata de no celebrar esta fecha, al contrario, ¡hay que celebrarla! así que regálale a tu pareja esa carta o ese cuadrito pintado a mano, y preparen la cena, hagan las reservaciones, salgan juntos de viaje, hagan el amor ¡por favor hagan el amor!

Deberíamos celebrar el amor todos los días de nuestra vida, eso sí, manteniendo los pies en la tierra y entendiendo que estar enamorados no es lo mismo que amar, y que cuando amamos debemos enamorar a nuestra pareja cada día, a través de lo simple y de lo verdaderamente importante: un compromiso real.

Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Frida Bienvivida

Alérgica a los malos polvos. Blogger en “Las Malcogidas”. Columnista en “Al Poniente” y “El Bastión”.

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