“Por supuesto que la bandera tricolor está rota. La corrupción en el congreso de la república, el palacio de justicia, la casa de Nariño, y los encuentros armados en las selvas tropicales del territorio Colombiano, la han descosido por completo…”
Sobre los colores, la pasión, la alegría y el redoble del tambor que precede el grito de la libertad; sobre la guitarra del ensombrerado anciano en el campo, junto con un trovador de pura sepa en las montañas de Antioquia; sobre el acordeón de los vallenatos en las tierras hermosas de Valledupar; y a todo esto, la suma del folclor y la danza de veredas y ciudades de Colombia, que exponen su talento en los escenarios naturales junto al caribe o los diferentes valles y colinas colombianas, para extraer sonrisas y alegrías de los rostros marcados por lágrimas y bofetadas de la vida. De esto y mucho más, nos podría contar un anciano de a pie, que tuvo el privilegio de disfrutar de una Colombia alegre y teñida por la libertad que Bolívar promovió antaño.
Pero, todo ello sufre con agresividad la mano dura de un gobierno progresista que se opone a la familia. El canto, el verso, la trova y el vallenato, ahora no tienen lugar en las calles de Colombia a causa de la intrínseca relación (trabajo en cantidad – precios de la canasta familiar en alza). Pero, claro, todo esto es fácil encontrarlo cuando el objetivo del mandatario es, hacer de Colombia, un estado con tintes socialistas y comunistas, formando así el híbrido que, a mi parecer, resulta de estas dos y suele ser llamado progresismo.
Y es que tal ideal, en la ecuación, es el igual a lo que fue el “caballo de Troya”. Todo un engaño lleno de militantes saturados por los ideales de Karl Marx, Friedrich Engels y/o revolucionarios como el Che Guevara. Bajo la misma dinámica de virus (caballo de Troya) introducido en Grecia, así también funciona el progresismo en la Colombia hollada actual. Y es que, el progresismo que promueve la izquierda del Mandatario, nos lleva al símil de la Venezuela de Maduro.
No obstante, encontramos que de su discurso en el municipio de Nuquí (Chocó), segregó palabras con respecto a una supuesta similitud de Colombia con los nazis de Alemania, procurando plasmar su postura, de que la igualdad es “indispensable para la humanidad”, pero que dicha igualdad, como palabra “suena a sacrilegio” o prohibida – palabra “imposible de pronunciar en Colombia”.
Es así como el mandatario supone: que bajo las mismas premisas de la Alemania nazi, “de imponer por la vía del miedo y de la mentira irracional, el que los seres humanos puedan seguir siendo sojuzgados, vejados, violentados en nuestra propia patria” Colombia actúa de igual manera bajo el control de “oligarcas dueños de esclavos”.
Pero, ¿en qué momento evidenciamos un tipo de oligarquía, o actuar nazi en nuestra Colombia? ¿A cuál grupo se refiere el mandatario con sus afirmaciones o supuestos? El presidente puede tener razón en que la los colombianos sufren violencia; que sufren a causa de oligarcas, que tal vez, tienen el mismo deseo, cual nazi de Alemania.
Por supuesto que la bandera tricolor está rota. La corrupción en el congreso de la república, el palacio de justicia, la casa de Nariño, y los encuentros armados en las selvas tropicales del territorio Colombiano, la han descosido por completo; están separando sus tres colores y haciendo del color rojo – cuyo significado es sangre derramada – mucho más grande en términos de proporción.
La bandera, ahora, está sucia y pisoteada. La pregunta sigue siendo: ¿quiénes son esos oligarcas? ¿Quiénes son esos que, con los instrumentos, y maquinarias del gobierno, quieren usurpar las libertades de los colombianos?
El juicio que debemos hacer los ciudadanos de a pie, ha de ser crítico y meticuloso, al respecto de los máximos poderes de nuestra república. Se nos demanda de manera implícita en las problemáticas actuales, como lo son las reformas pensionales, las de salud y de trabajo; problemas con el valor del diesel y el gremio camionero, entre otros inconvenientes que no mencionaré por evitar gastar tinta en lo que ya se conoce en términos generales, que se evalúe a quien damos el poder en las urnas; y corregir por supuesto, los ideales políticos que tenemos, si es que se encuentran incoherentes en virtud de la libertad.
Por ahora, corresponde pues, que nos postulemos a ser ciudadanos críticos de la demagogia en el discurso que los funcionarios públicos puedan arrojar en los diferentes canales de comunicación; que nos propongamos identificar las diferencia entre la cordura y la locura, para no terminar creyendo los sinsentidos pintorescos de un buen orador en el micrófono.
Por cerca de la precisión, Gustavo Petro se refiere al respecto de la figura del Quijote (de Cervantes) diciendo:
“Los colombianos nos hemos dividido entre Quijotes que aún cabalgamos y los que quieren matar a los Quijotes, silenciarlos. Un ejército de Quijotes me soñaba yo en Colombia, y creo que lo logré: 11 millones y medio de Quijotes buscando deshacer los entuertos que ha sido la historia de Colombia. Ganamos los Quijotes por primera vez y ojalá que esos Quijotes puedan volver realidad su misión como caballeros que es deshacer los entuertos de Colombia”.
Las palabras, bajo la sombra del poema y una prosa admirable, no pueden opacar la capacidad de razonar y discernir, que los colombianos tenemos en función de la crítica constructiva.
Así, pues, me pregunto: ¿estoy equivocado al decir que las aventuras y acontecimientos del Quijote, no fueron más que el resultado de la locura de un tal que se creyó caballero? Y, ¿qué quiere decir el presidente? ¿Qué los jóvenes militantes, de sus filas, persiguen el sueño de la libertad bajo el dominio de la locura que evidenció el Quijote? Creo que la respuesta de las preguntas aquí plasmadas, han de ser desarrolladas por el lector, con base en las coherencias o incoherencias (cual Quijote de la mancha) que ha realizado el actual gobierno al respecto de las libertades colombianas.
Tu artículo refleja una profunda y sentida crítica social y política de Colombia, entrelazando hábilmente la belleza de la cultura y el folclor del país con la amarga realidad de la corrupción y las injusticias actuales. La analogía con el Quijote añade un toque literario que enriquece el mensaje y muestra el contraste entre el idealismo y la cruda realidad política.
Felicitaciones por plasmar con tanta claridad la lucha entre la tradición cultural que debería ser motivo de orgullo, y la sensación de frustración que trae consigo el contexto sociopolítico actual. Es una reflexión valiente que invita a los lectores a pensar críticamente sobre el rumbo del país y la responsabilidad de cada uno de nosotros como ciudadanos.
Tu capacidad para capturar la esencia de la identidad colombiana y, al mismo tiempo, denunciar las estructuras que la oprimen es verdaderamente admirable. ¡Un excelente trabajo lleno de pasión y conciencia!