“Decir, a continuación, que la solución a los problemas del país es “dar balín a todos” no solo es moralmente execrable, sino estratégicamente suicida.”
La política democrática no puede permitir que ideas grotescas se conviertan en propuestas electorales serias. Sin embargo, hoy Colombia presencia un nivel de descreimiento preocupante: una candidatura que, como si fuera un sinsentido de otro siglo, propone literalmente violentar al ciudadano común. Leer que Santiago Botero (no confundir con el ciclista) tendría como única propuesta presidencial el “dar balín a todo el mundo” resulta insólito, de un surrealismo grotesco, pero no menos peligroso.
Esto no es un chiste ni un delirio aislado: es algo profundamente irresponsable. Porque este país, lastrado por décadas de violencia política, apenas acaba de recibir un golpe desgarrador: el asesinato del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay. El senador murió tras casi dos meses en cuidados intensivos —falleció el 11 de agosto de 2025 por una hemorragia cerebral—, víctima de un atentado que hoy afianza nuestra vulnerabilidad democrática nacional.
Justo en este contexto tan ferozmente doloroso, pensar siquiera en una propuesta que sugiere disparar al otro —en este caso, “dar balín”— no es solo irresponsable: es criminal. Es venganza, no política. Es ruido y fuego, no reflexión ni soluciones. Además, revela una concepción de liderazgo basada en el miedo y el terror, como si solo pudiésemos gobernar desde el arma, no desde la palabra o la razón.
La democracia se ha construido precisamente para protegernos del abuso del poder, del caudillismo y de la violencia. La vida humana es irrenunciable y es la base de la política civilizada. La muerte de Uribe Turbay, con su historia marcada por la tragedia —hijo de Diana Turbay, periodista secuestrada y muerta por el cartel de Medellín—, simboliza ese dolor antiguo y casi ritual del país. Su asesinato no fue un simple hecho estadístico: fue una puñalada profunda en el presente. Decir, a continuación, que la solución a los problemas del país es “dar balín a todos” no solo es moralmente execrable e irresponsable, sino estratégicamente suicida.
Pensemos: Estamos frente a una población cansada, asustada, que llora una esperanza criminalmente extinguida. Esa herida, recién abierta, exige diálogo, particularmente sobre cómo curarnos y protegernos unos a otros, no cómo acribillar nuestras diferencias. Justo cuando las voces de pesos pesados, como la vicepresidenta Francia Márquez, exigen que “la democracia no se construye con balas ni con sangre, se construye con respeto, con diálogo”, aparece alguien como Botero con esta barbarie como bandera política.
¿Dónde está la inteligencia política? ¿Dónde está la sensibilidad humana? ¿Qué dice esto de quienes lo promueven? No es ya apenas estupidez, es mala fe y manipulación: el único poder que emergen con la bala es el del terror. Eso solo puede atraer o asustar a dos tipos de seguidores: los que ya desprecian la vida o los que sienten que su seguridad solo se gana con miedo.
En un país donde el magnicidio de candidatos ha sido una plaga: Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, Álvaro Gómez Hurtado, y ahora Miguel Uribe Turbay, poner balas como solución es rendirse antes siquiera de empezar. Es permitir que la sombra del pasado, el ruido de fusiles y los sicarios, vuelvan a gobernarnos.
Yo no soy crítico a Santiago Botero solo por lo descabellado de su propuesta; sino que lo hago por lo que representa: un regreso brutal a la política del caos. Una política que, si va en serio, exige una sanción moral y electoral sin contemplaciones. En lugar de “dar balín”, deberíamos estar debatiendo educación, equidad, reconciliación, reconstrucción democrática. Propuestas que empiecen por sanar, no por destruir.
Además, el cinismo es palpable: en un país que sufre una dolorosa pérdida y llora a un hombre víctima de violencia, presentar una plataforma que promueve más violencia es insultar no solo la memoria de Uribe Turbay, sino también la inteligencia de los ciudadanos. Es tráfico de dolor, es poder por pura intimidación.
Para quienes ven en esto una broma grosera, solo falta recordar que en el tablero político genuino no hay humor después que una bala segó una vida con familia, hijos e historia. No es discurso, es recuerdo vivo. Y ese recuerdo impone responsabilidad: la política no puede ser espectáculo violento, debe ser ejercicio de ciudadanía y humanidad. Nada de esto cabe en una propuesta que regala plomo.
Finalmente: hay que poner en perspectiva y advertir. Permitir la circulación de ideas como las de Botero sin reacción enérgica equivale a normalizar el horror. No podemos, noi debemos permitir esto. Cada propuesta cargada de violencia requiere una reacción proporcional: rechazo rotundo, argumentación firme, denuncia decidida. Nos jugamos el futuro democrático del país.
Solo hay una forma de responder: con elección consciente, voto informado, repudio confiado: ningún ciudadano debería dar crédito electoral a alguien que propone “dar balín a todo el mundo”. Es un llamado a cuidar la vida, a defender la democracia, a construir sin balas. Ese debe ser el norte.
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