Bajo el vuelo del águila: el mundo compra en China, pero sueña con América

“Los productos dicen ‘Made in China’, pero los sueños siguen estampados con el sello del Águila Americana.”


Por más que el poder económico de China siga expandiéndose como una marea incontenible, el verdadero poder el que influye en las decisiones, en los sueños y en las migraciones sigue firmemente posicionado en manos de Estados Unidos. En este inicio de siglo, estamos presenciando una de las paradojas más reveladoras de la geopolítica contemporánea: mientras millones de productos llevan el sello “Made in China”, millones de personas en el mundo siguen anhelando lo que representa el pasaporte estadounidense, el símbolo del país de las libertades.

El contraste no puede ser más significativo. China ha demostrado una impresionante capacidad de desarrollo económico en tiempo récord. En cuatro décadas ha pasado de ser una economía rural y planificada a convertirse en la segunda potencia económica global. Ha consolidado su papel como el gran proveedor del planeta en sectores clave como tecnología, manufactura y energías renovables, y ha extendido su influencia a través de mega proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Sin embargo, todo ese crecimiento no se ha traducido en un poder simbólico equivalente. Su pasaporte sigue estando limitado, su modelo político despierta recelo y sus ciudadanos —incluso los más prósperos— sueñan con enviar a sus hijos a universidades americanas y obtener la residencia en Occidente.

Esto nos lleva a una reflexión esencial: el poder económico es una dimensión del poder, pero no lo es todo. Existen otros tipos de capital que influyen de forma mucho más sutil pero decisiva, como el capital simbólico, cultural y político. En ese terreno, Estados Unidos sigue teniendo una ventaja estratégica insuperable. Su narrativa democrática, su sistema judicial independiente, su cultura del emprendimiento y su capacidad de integrar diversidad siguen siendo faros que, con todos sus defectos, iluminan la ruta de millones de personas en busca de un futuro.

El pasaporte estadounidense no es solo un documento para cruzar fronteras: es un símbolo de acceso a un orden de libertades civiles, garantías institucionales y oportunidades individuales que el modelo autoritario chino aún no puede ofrecer. La diferencia es tan estructural como emocional: mientras China exporta bienes, Estados Unidos exporta esperanza, aspiración, identidad. El águila americana no solo representa fuerza militar o expansión económica; representa, para muchos, la posibilidad de reinventarse.

En el ámbito político, esta diferencia tiene implicaciones profundas. China y Estados Unidos no solo están en una competencia comercial: están en una batalla de legitimidades. La apuesta china es demostrar que el autoritarismo tecnocrático puede ser más eficaz que las democracias liberales. La apuesta estadounidense es seguir siendo el referente de una comunidad internacional basada en derechos, libertades y pluralismo. ¿Cuál prevalecerá? Hasta ahora, el veredicto popular parece inclinarse por la segunda: incluso aquellos que celebran los logros económicos de Pekín, no desean vivir bajo sus reglas.

Las restricciones a la libertad de expresión, el control de internet, la censura sistemática, la represión en regiones como Hong Kong, el Tíbet o Xinjiang, detención arbitraria en masa contra la comunidad Uigures son recordatorios constantes de por qué el modelo chino no es tan exportable como sus teléfonos o autos eléctricos. El poder blando (soft power), ese que se gana con admiración y no con imposición, sigue siendo el talón de Aquiles del gigante asiático.

Mientras tanto, Estados Unidos, con todas sus fracturas internas polarización política, racismo estructural, desigualdad continúa siendo el destino aspiracional de millones. El que todos quieran tener un pasaporte estadounidense, mientras consumen productos fabricados en China, no es casual: es la expresión más clara de dónde está el corazón simbólico del sistema global.

La historia nos enseña que las grandes potencias no solo se sostienen por el tamaño de su economía o su ejército, sino por su capacidad de construir un relato que inspire y un sistema que atraiga. China aún no ha logrado eso. Estados Unidos, por su parte, debe cuidar ese capital simbólico que lo ha mantenido como líder del orden mundial.

En el juego de las potencias, no basta con fabricar el futuro; también hay que representar el ideal del porvenir. Y por ahora, ese ideal sigue volando alto… bajo las alas del águila.

César Mosbah Taki Tudares

Activista político venezolano, columnista y defensor de los derechos humanos, con una sólida formación en Comunicación Política. Su labor ha sido reconocida con el prestigioso Napolitan Victory Award de la Washington Academy of Political Arts and Sciences®. Ha participado activamente en cumbres internacionales de la juventud, como las organizadas por Youth Human Rights en la ONU y Youth and Democracy en Washington, lo que subraya su compromiso con la justicia social y política a nivel global.

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