Ataques de solidaridad

Por cualquier razón de la vida terminé viendo televisión, y no cualquier televisión, televisión colombiana.  Y no cualquier cosa, terminé viendo Séptimo Día, lo más amarillista, escandaloso y horrible en periodismo que puede haber. Aquel día estaban preguntando a la gente en las calles bogotanas sobre su solidaridad con los venezolanos migrantes, cuya mayoría respondían “le vienen a quitar el trabajo y las oportunidades a la gente de acá”. Ese tipo de respuestas no deberían sorprender en un país como este, que va a misa todos los domingos y compra kits para ayudar solidariamente a la iglesia, que necesita de todos para poder costear la visita del Papa. No nos desviemos, hablemos de la migración de venezolanos.

Como mis amables lectores saben o creo que saben, no estoy muy de acuerdo con la migración porque sí, del tipo “me aburrí de mi país y me voy a sufrir a otro lado”. Así como cuando vinieron a Urabá un montón de cubanos huyendo del régimen de la isla, que ni en las curvas podría compararse al régimen venezolano, como pretendería por ejemplo el ilustrísimo creador del término castrochavismo, o sea, Venezuela y Cuba vendría siendo lo mismo, según él. Y claro, según él Colombia iría inevitablemente a unirse a esos dos si no votan por el títere de turno del 2018.

Bueno, con ese tipo de migración sin una razón completamente justificada no estoy de acuerdo, sin embargo, en casos de crisis humanitaria sí creo que hay que manejar el asunto de forma diferente y hacer uso de la solidaridad que les enseñan en la iglesia todos los domingos. Los venezolanos, ya sean militantes de causa política o no, sufren de escasez de todo y de la más violenta represión, unos más que otros, en unos lugares más que otros. Todo el mundo sabe eso y aún así a mucha gente le enoja que haya venezolanos buscando cualquier empleo, recogiendo ayudas o incluso vendiendo sus bolívares en los buses como moneda de colección.

¿Que les van a quitar el trabajo a los de acá? Aquí hay pocas oportunidades laborales para cualquier persona, ya sabemos que en los sectores público y privado existe la corrupción, los puestos de trabajo muchas veces se otorgan a dedo y que un gran porcentaje de desempleados ya sean venezolanos o colombianos se dedican es al rebusque.

El problema es que el país no está preparado para manejar una migración masiva y como es obvio, no se pueden aplicar los procedimientos ordinarios para la migración y eventual deportación, dado que la situación si bien es interna del país vecino y no debería haber intervención extranjera, tiene crisis humanitaria incluida y hay que actuar ayudando a quienes más la sufren en lugar de preocuparse por hacer un cambio político de fondo que no corresponde desde afuera. Como latinoamericanos hay que darnos la mano y Colombia como país a través de su súper cancillería, debe diseñar un nuevo protocolo coyuntural para proceder en este caso.

A todos nos dan ataques de cualquier cosa, en Colombia da el ataque de solidaridad, con algunos desastres por ejemplo, todo el mundo es solidario con Mocoa o con el incendio en Moravia, pero se inunda un pueblo en Chocó y es una noticia más sin pena ni gloria. Llegan un montón de venezolanos y en lugar de decir “venga dediquémonos todos al rebusque”, que no, que se devuelvan; llega el Papa a Colombia y hay que ser solidarios con la iglesia porque el señor cuesta mucha plata y es como Dios en la tierra, hágase de cuenta.

A propósito, que el Papa venga o no me da exactamente igual, no creo que el dinero que se va a gastar en la logística del señor se invertiría mejor en rubros como la educación o la salud, como dice una imagen que circula en redes sociales, en Colombia no pasa eso así quisieran. Pero el hombre tiene carisma y a las masas que no piensan le gusta eso, puede ser que se den unos cuantos golpes de pecho después de las misas y se den cuenta de que la solidaridad debe ser de todos los días con todo el mundo, digo yo en un ataque de optimismo por supuesto. Amo a mi país y amo mi continente, pero la discapacidad empática que tiene requiere más allá de una rehabilitación espiritual.

Valeria Jiménez Hernández

Politóloga de profesión, amante de la cosa pública, el ejercicio político y la inclusión social. Voy por la vida rompiendo estereotipos y cuestionando estructuras.