En Colombia vivimos el declive del concepto “Seguridad” y el auge del concepto “Paz”, como producto de una narrativa perversa pero planificada.
Ludvik Jahn es un personaje ficticio de la obra “La Broma” de Milan Kundera, quien es exiliado y enviado a trabajar en las minas, después de haber ocupado un alto cargo en el partido comunista checoeslovaco; la razón de su castigo fue la de haberle escrito una carta a su novia, en la que bromeando, decía que Trotsky debería ser el verdadero líder la URRSS.
A lo largo de la obra, es bastante explícito como algunos conceptos como individualidad, libertad, optimismo e incluso intelectualismo, son tildadas (satanizadas) de ser vicios del capitalismo, y por eso los miembros del partido comunista rechazaban tales ideas y se encargaban de propagar entre la población la maldad que estos encarnaban.
“La Broma” fue prohibida en la Unión Soviética y Kundera tuvo que exiliarse en Francia a raíz de las persecuciones que sufrió en su tierra natal después de la invasión del Pacto de Varsovia (URRSS) a la antigua Checoeslovaquia.
“La Broma” relata el modus operandi ampliamente utilizado por la izquierda mundial (progresismo, comunismo, socialismo), el cual consiste en encontrar conceptos claves dentro de la narrativa nacional o global, y destruir su espíritu, es decir, tergiversar lo que en esencia significa. Cuando se logra la deformación del significado, es cuando se introduce uno nuevo que viene a reemplazar el concepto desplazado.
Este proceso, que parece “fácil”, no es espontáneo sino planificado, y requiere tiempo, esfuerzo y muchos recursos, y tiene como resultado una acción persuasiva en el subconsciente que consecuentemente lleva al trasbordo ideológico inadvertido, es decir, el cambio de ideología de un grupo poblacional.
La dialéctica-retórica-narrativa izquierdosa fue la de tergiversar la seguridad, asemejándola con la guerra, la violencia, la causa de todos los males; a su vez, atacaron a la persona que más enmarcó y protagonizó este concepto, Álvaro Uribe Vélez. Una vez destruida la conceptualización de la seguridad, empezó a imperar el concepto “Paz”, lo que nos llevó a un clima de opinión polarizado que favoreció una negociación con el grupo terrorista y narcotraficante FARC.
El problema aquí planteado no es el concepto “Paz” en sí, sino la narrativa imperante con la que llevan al país a creer que “se deben tragar sapos” en aras de conseguirla, tergiversándola a su vez. A Colombia le vendieron que paz era dejar que criminales de lesa humanidad participaran en política con plena impunidad, renunciar a la obligación de defender el territorio de amenazas, creer que cárcel o justicia es igual a venganza… y así llevaron a los colombianos a confundir paz con permisividad e incluso laxitud moral.
Pero ¿Por qué ocurre esto? El politólogo argentino Agustín Laje nos da la clave. Estando en Medellín, en un programa de televisión, el académico gaucho señaló que a la Derecha le gustan las cuentas, y a la Izquierda, los cuentos, pero a la larga, a la gente le gustan más los cuentos que las cuentas. El problema es evidentemente de narrativa.
La Derecha colombiana está en mora de reinventar su narrativa, de conectar con el pueblo, de llegar al corazón de los habitantes del territorio. Si la deuda persiste, no importa cuántos escándalos protagonicen Petro y su cohorte. Quien domina la narrativa, domina la verdad.
PS: Gustavo Petro estuvo recientemente en Brasilia, en la que participó en la Cumbre de Presidentes Latinoamericanos a la que solo asistieron los mandatarios de izquierda; allí Lula da Silva les señaló a sus invitados que debían renovar la narrativa para seguir anclados al poder. Quieren seguir izquierdiotizando a los pueblos de América Latina con la dictadura de los cuentos mientras las cuentas no les cuadran.
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