A modo de concienzuda introducción, el Washington Post tiene una larga pieza que intenta explicar cómo y por qué el ébola se nos ha ido, si no de las manos, sí de toda escala conocida hasta hoy.
También en el Post (o más específicamente en el muy recomendable blog The Monkey Cage, probablemente el mejor blog coral de politólogos del mundo), informaron y debatieron hace no mucho sobre cómo llegados a este punto una militarización parcial de la intervención contra la epidemia ha sido considerada como necesaria, tanto por parte de los Estados Unidos (AFRICOM) como de las Naciones Unidas (UNMEER).
Cuando durante el verano el crecimiento de la epidemia se hizo patente y ganó titulares en Occidente, el economista Chris Blattmann desarrolló un argumento que aún hoy he visto en varios sitios, sea de manera explícita o no: el ébola está acaparando atención (y recursos) relativamente desproporcionados con respecto al riesgo que implica. Esta respuesta de Kim Yi Dionne y Stéphane Helleringer me pareció muy apropiada, donde la idea clave para mí es que el impacto del ébola es obviamente asimétrico no solo entre África y el resto del mundo, sino dentro de África. Siguiendo el debate en otras dos notas, Blattmann vino a aceptar la crítica. Los artículos son viejos pero encuadran bien una serie de dilemas que, como digo, aún planean sobre una parte del debate (cuando éste es capaz de centrarse allá donde el ébola es un problema real, actual y futuro, de primer orden: los países de África occidental donde la epidemia se ha extendido hasta límites insospechados).
Un ángulo menos comentado es el que ofrece Kalev Leetaru en esta pieza deForeign Policy, en la que se pregunta por qué las muchas alertas que (se supone) existen ya para detectar tendencias epidémicas en nuestra actividad en la red no funcionaron con el ébola. Aventura una hipótesis: estos sistemas de alerta están sesgados hacia el inglés, mientras que el idioma en el que emergieron las primeras referencias fue en francés. Mucho más peligroso es el sesgo que parece existir en la investigación genética.
Por último, son varios los periodistas que han puesto el foco en quienes luchan contra la enfermedad en África para contarnos cómo lo hacen. Aparte de esta nota de Richard Preston en el New Yorker, me parece destacable el reportaje de Karen Weintraub (con fotografías de Samuel Aranda) en National Geographic, así como el trabajo de Alberto Rojas en El Mundo (I, II, III).
Y algo de esperanza de propina: como contó el New York Times, parece que en Nigeria han sido capaces de contener la expansión del brote. No es casualidad que el país cuente con una infraestructura sanitaria y de seguridad que nada tiene que ver con la de los países de África occidental donde el ébola está causando estragos. Sumado a la valoración de Yi Dionne y Helleringer, la lección es, creo, evidente.
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