“28º Festival Internacional de Poesía de Medellín. Que cada año no se te pase de largo una que otra cita con el bello oficio del verso, el rimar, y tal vez, el sanar”
Que si sana la poesía, que si sana la música, que si sana la escritura, que si sana el arte.
Habría que preguntarle a Pessoa, Monteverdi, Kafka, Bach. Habría que preguntarle a Tolstói si cuando escribió sobre Iván Ilich no estaba escribiendo sobre sí mismo, sobre su devenir, sus angustias, sus inquietudes, habría que preguntarle si acaso no estaba escribiendo sobre el sufrimiento y la desesperanza que se imaginaba rodearían su propio caminar hacia la muerte. Habría que conversar con todos esos seres que con asiduidad dedican tiempos a crear arte, saber si sus vidas cambian con cada materialización de ideas, entender si lo que plasman es producto de su tranquilidad o de sus penas, de sus respuestas o de sus preguntas.
La pasada semana los amantes de las expresiones del alma asentadas en versos pudimos converger, como cada año, en la oportunidad de escuchar en múltiples encuentros pluriculturales, manifestaciones de las vivencias de otros seres que más allá de la distancia originaria y lingüística logran en muchas ocasiones conectarnos empáticamente con sus experiencias y saberes.
En este contexto, el del 28º Festival Internacional de Poesía de Medellín, apareció Alba Eiragi, una calma mujer guaraní, poniendo sobre la mesa con desprevenida tranquilidad sus creencias y las de su pueblo, aquello con el fin de sustentar la idea de que en la escritura poética emerge un espacio medicinal capaz de crear nuevas realidades y sanar malestares. En dicho espacio se presenta toda una tradición que da cuenta de una confianza casi ciega en la sabiduría construida con el tiempo, las vivencias y los sucesos de abuelos y abuelas que con cada inhalación parecieran retomar la vida para seguir legando en otros la experiencia de la presencia que convive amorosamente con distintos seres y distintas vidas.
Decía esta mujer en un dulce y pausado hablar que a los seres humanos nos alimentan las palabras, y que será sanador todo aquello que consideremos con dicho potencial, pues sin lugar a dudas somos nosotros mismos los que creemos y creamos, tanto la salud como la enfermedad, desde el sentir, el pensar y el actuar. Así podría entenderse entonces que hay un potencial sanador en cada una de las cosas que hacemos y nos suceden en la vida, y lo que discurre aquí como cuestión es cómo vivimos cada una de esas cosas que acaecen y desde qué lugares significamos constantemente los aconteceres alrededor de nuestra existencia.
Podrá entenderse que es este apenas un acercamiento a una de muchas confluencias que fueron bienllegadas a nuestra villa, presentándose anualmente servida la mesa para que nuestras ciudadanías abracen sin reparo una propuesta cultural que habita una gran cantidad de espacios dispuestos para el arte y el saber. Que cada año no se te pase de largo una que otra cita con el bello oficio del verso, el rimar, y tal vez, el sanar.