La humanidad acepta por amo a todo aquel que se impone por el misterio, pero paga con el desprecio al que se deja comprender. Así se refería Fernando González a reyes y dioses; suele venerarse a deidades que jamás han sido vistas o a la hermética vida de la realeza. El cielo no puede tocar la tierra. No es digno.
El gran pecado de Maradona fue dejarse comprender; ponerse en evidencia. Y es que pareciera que al que las luces y el lente enfocan sin descanso, no puede vivir una vida normal. La luz es su aureola y su maldición. Diego estaba destinado a vivir la condena del ejemplo. Sin embargo, fue el Sísifo de Camus: cuando los dioses lo condenaron a un ir y venir inútil, triste y sin esperanza, Sísifo bajaba la cuesta por su roca con alegría; miraba al cielo y no permitía que lo vieran desdichado, juzgaba que todo estaba bien. Era un rebelde de su destino.
Tu rebeldía, Diego, cargó un peso abismal cuando se te comparó con dios. Y es que a una deidad se le exige una ética intachable que sobrepasa las canchas de fútbol. Muchos rezan al unísono: “yo me quedó con el Maradona jugador y no con la persona”, como si la primera no fuera una actividad humana. Tan desdibujada e injusta se torna la vida a través del lente. Muchos te queremos porque vimos que un dios podía también caer. Fuiste un dios falible, mucho más cercano nosotros, realmente a nuestra imagen y semejanza.
Tu condición de deidad –la que vos mismo rechazaste– te prohibió tropezar. Pero vos eras como nosotros, te quebrabas. Sufrías de los mismos problemas que sufrían los más vulnerables. Te caías y te superabas. Morías y resucitabas. Pero a vos no te era permitido sufrir. La condena del ejemplo la cargabas como a una cruz. Entre lágrimas y en una entrevista en vivo, te confesaste ante nosotros tus jueces:
-“No puedo parar”.
-“Hay que seguir peleando. Vos peleaste siempre y esta es una batalla más”, te animaban.
Y vos, destrozado y sintiendo que no podías ganar la batalla contra la adicción, terminaste tu confesión: “Estoy perdiendo por knock out”.
Te quiero y escribo porque arriesgaste el mito al reconocerte como humano y rechazarte como dios. Me quedo con todos los Diegos. Con el que Villa Fiorito vio nacer, con el que desde muy pequeño se hizo cargo de su familia, con el futbolista de Argentinos, Boca, Barcelona, Sevilla, Napoli y Argentina. Con el que no temía hablar de política. Con el campeón del mundo y el adicto. Con el de la cima y el abismo.
¡Dejo a Maradona al pie de la montaña! Él enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Diego feliz.
[Nota final: la construcción de este texto rescató diferentes alusiones a Diego Armando Maradona de periodistas, literatos, músicos, artistas y futbolistas. El Diego es de la gente].
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