Aristóteles y la agonía del entretenimiento televisivo y cinematográfico actual

“[…] se nos olvida que la responsabilidad de educar una sociedad crítica no es tarea exclusiva de la televisión o el internet, estos dos solo son canales comunicativos. Tampoco se trata de censurar todo aquello que incomode al público, porque eso es querer tapar el sol con un dedo: la educación es un asunto estructural que no va a mejorar a punta de censuras, pixeles, cortes bruscos de escenas o lenguaje que maquilla el problema.”


En días recientes, tuve la oportunidad de leer un artículo de opinión sobre el último capítulo de los Simpson lanzado por streaming. Lamentablemente, para los realizadores y la compañía productora, la crítica que recibió este capítulo se suma a la de muchas voces de expertos y fanáticos que piden darle un final digno a la serie; pues, en parte, la razón de esta solicitud se da porque todavía vive en el interior de muchos de nosotros la magia que el programa tuvo en sus primeras diez temporadas, las cuales, para muchos seguidores, tienen tantos elementos de valor que perfectamente se podrían hacer libros y artículos, como ya es el caso, que aborden contenidos de tipo humanístico.

La continua referencia a elementos de actualidad cultural, el contraste entre humor fino y directo e infinidad de referencias al cine de antaño que todavía sigo descubriendo, hicieron de Los Simpson mi compromiso con el único televisor disponible en la casa. La ya clásica familia amarilla era, al cabo de poco más de diez años, un referente cultural en Occidente. No obstante, algo sucedió y de esa historia llena de humor inocente y afilado pasamos a historias planas llenas de previsibilidad ¿Qué le sucedió a Los Simpson y a otras series de antaño que a pesar de estar en el mar del entretenimiento en realidad flotan sin rumbo más por un milagro que por el mérito de su propio nado? La solución a esta pregunta viene desde la Antigüedad, pues el éxito o fracaso de un relato cuando se presenta a un público es algo que ya el gran Aristóteles, intentó analizar en su Poética. En ella, el pensador macedonio destaca, entre varios puntos, la importancia de los sentimientos que la narración y la interpretación generan en los espectadores. Dentro de ese grupo de sentimientos hay un énfasis, por ejemplo, el terror y la compasión, pero en el que me quiero centrar por poderse ubicar en el caso de Los Simpson, con unas advertencias de ajuste al concepto tratado por Aristóteles, es el sentimiento de simpatía (sympatheia).

A grandes rasgos, la simpatía en Aristóteles se logra cuando el público se conecta con la dimensión humana del personaje. Cuando el protagonista u otra figura del relato, en determinado momento de la trama, logra la superación de una adversidad que parecía imposible, se produce así una conexión con el personaje capaz de dejar una huella e influir en nuestro propio carácter. Y aunque se trata de un sentimiento asociado al héroe trágico, los personajes de los ya llamados “Simpson de la época dorada”, lograban generar en muchos de nosotros simpatía al mostrarnos la nobleza del carácter humano aun cuando este era interpelado por las vicisitudes (término central en ética aristotélica) de la vida, y sin perder el componente de humor y absurdo fundamental de una comedia, gracias a la transición de la fortuna, llamada peripecia, los personajes de la serie lograban reflejarnos lo humano de una manera afín a nuestra propia actualidad.

En las figuras principales de la serie, Homero, a pesar de sus torpezas, era un hombre capaz de sacrificar su placer inmediato en nombre del bienestar de su familia; Marge, era el polo a tierra adulto de Homero, capaz de persuadir a su esposo para alcanzar acciones justas, además de ser un personaje que en algunos capítulos tuvo que enfrentarse a sus propios demonios como dejar atrás su pasión por el arte en nombre de la familia o la tensa relación con su padre; Bart, aunque inquieto tenía la capacidad de caer en cuenta de sus errores y buscar la mejor manera de corregirlo a veces apoyándose fuertemente en su familia; Lisa, que a pesar de ser una niña inteligente y disciplinada, no perdía su faceta infantil de querer jugar y tener amigos, sumado a su corazón entregado a ayudar a los demás y luchar por causas justas y, finalmente, Maggie, que sin haber hablado en la serie, representaba ese elemento de fragilidad que instalaba la serie en el formato de una familia clásica norteamericana. Sin embargo, todo eso se fue diluyendo y poco o nada queda de ese elemento simpático que ofrecía al televidente cada uno de los personajes, sin olvidar los personajes secundarios que también tenían historias de vida muy destacadas.

El problema con el desarrollo actual de la historia de Los Simpson y de muchas otras ideas destinadas al entretenimiento es que olvidan que un relato debe ser semejante a la vida; debe ser orgánico y representar el dinamismo vital que tiene nuestro trasegar por el mundo, hasta llevarnos de manera inevitable a un final. Así de sencillo: en materia de poética, es decir, de lo que se escribe para ser presentado a un público, las historias deberían acabar en el momento de mayor efervescencia emocional, cuando la gráfica de ímpetu está en la cúspide, si es que en efecto se quiere dejar una huella en el alma del público. No obstante, parece ser que los creadores de Los Simpson y otros programas dependen en exceso del deseo mercantil de las compañías de entretenimiento, cuyos líderes parece que nunca fueron espectadores y nacieron, por el contrario, con la corbata y el portafolio incluidos. Es enorme la urgencia de los creadores, realizadores, distribuidores y demás miembros de la industria del entretenimiento que lean la Poética de Aristóteles, pero como eso es casi imposible, lo ideal sería que al menos los realizadores de los programas de entretenimiento entiendan que el público actual les ha dado señales de la crisis presente en su industria al no comprar las boletas de sus últimas películas, sumado a la irregularidad de visualizaciones en plataformas. Además, parece que creadores y realizadores se han olvidado que lo inesperado y lo sorpresivo que surge en medio de lo verosímil de una historia, y que Aristóteles denomina agnición, es muy importante para darle estímulo emocional al público. Pero de eso y de la capacidad de leer con acierto las acciones del público hay muy poco en los últimos años.

Hacer remakes es la tendencia, pero eso es jugar al borde del abismo, pues no se trata solo de cambiar el formato. El inconveniente en muchos aspectos de la crisis actual de las series televisivas y otros formatos no es formal, principalmente es de contenido. Una versión realista con discurso renovado de los clásicos de Disney no es lo que todo el público pide; al respecto, he visto en mis clases a niños y adolescentes disfrutar las películas animadas clásicas como si se tratara de realidad virtual en alta definición. Tampoco se trata de darle un giro inesperado a la identidad del personaje y revelar aspectos ocultos esperando que esto encaje en el público como si fueran tallas de zapatos. Acomodarse a los tiempos políticamente correctos no siempre es la fórmula más rentable para todo el público que está en capacidad de adquirir productos de entretenimiento. Recordemos que Los Simpson lo hicieron con algunos personajes porque estos fomentan estereotipos, pero se nos olvida que la responsabilidad de educar una sociedad crítica no es tarea exclusiva de la televisión o el internet, estos dos solo son canales comunicativos. Tampoco se trata de censurar todo aquello que incomode al público, porque eso es querer tapar el sol con un dedo: la educación es un asunto estructural que no va a mejorar a punta de censuras, pixeles, cortes bruscos de escenas o lenguaje que maquilla el problema. Hay que abordar la actualidad por su lado brillante y cara oculta y verla como dos partes esenciales de un mismo objeto. Si se trata de poner en la palestra de la corrección política y traer un cambio de paradigmas pacatos, hay que crear nuevos personajes, no jugar a reparar con repuestos ajenos lo que se cree que es incorrecto.

Y la consecuencia es ya por muchos de nosotros conocida, las pérdidas para las compañías de entretenimiento han sido enormes. Lo que es interesante porque a pesar de tener fracasos de taquilla y consumo irregular en plataformas, todavía algunas empresas siguen apostándole a lo mismo. Ya no basta con haber triunfado en su momento con un personaje, ahora la fórmula es exprimirlo hasta dejarlo sin la más mínima gota de dignidad agotándole todos los recursos de su intimidad, así esta sea ficticia.

Ahora, hay secuelas, precuelas y cuanta historia quepa en la línea del tiempo del personaje central, inclusive llevando el relato a generaciones previas o posteriores que nada tienen del personaje original. Son los orígenes de los orígenes. A muchos creadores actuales les está costando más de la cuenta crear algo significativamente novedoso porque creen que generar impacto en la audiencia es reproducir el modelo informativo contemporáneo, cuya matriz consiste en ser tendencia, y al poco tiempo ser desechado. De este modo, a las pocas semanas de estar en boca del grueso de espectadores, el producto pasa a ser solo un archivo más en las plataformas streaming. No basta, por lo tanto, con excavar en el pasado del personaje famoso porque este tuvo un punto de anclaje exitoso, para que a partir de ahí se construya toda una trama, eso es construir gigantes con pies de vidrio. Lo que sucede es que desde la perspectiva de muchos realizadores actuales es más fácil girar al pasado y crear desde allí el futuro de la franquicia, porque así el presente de la historia que ya se conoce se muestra como ahora como el futuro, solo se tendrían que llenar los vacíos de un resultado que ya se conoce a nivel narrativo.

En una suerte de conveniente facilismo, muchas equipos creativos han optado por la fórmula de traer de su descanso eterno aquellas series y personajes que hicieron parte de la identidad de muchos de nosotros, y aunque reconozco que esa estrategia en un inicio puede ser seductora, los mismos realizadores ponen la vara muy alta creyendo que solo con eso se va a mantener a una buena parte del público más fiel. Recordemos que en su Poética Aristóteles es insistente en destacar el componente de conexión emocional entre la obra y el público, pero traer unas telenovelas de hace veinte o veinticinco años como hace poco hizo Caracol y RCN con Pedro el escamoso y Betty la fea desconoce enormemente los cambios que el público ha venido teniendo durante las dos últimas décadas, sin contar que la nueva obra debe ser tan especial a nivel emocional como su versión original. Así que la sola repetición de situaciones, frases de personajes y esporádicos nuevos acontecimientos no es una llave maestra. Esa conexión positiva con el público, creo que fue el aspecto central para que los Simpson de antaño, Betty la fea, en su ahora primera temporada, o hasta en el Chavo del ocho, cuando estaba el elenco original, lograran ser clásicos. Se trata pues de un asunto de equilibrio milimétrico en la trama que solo un equipo de trabajo comprometido a escribir buenos guiones y horas de ensayo error puede lograr, pero que ahora bajo el apuro de vender historias digeribles y políticamente correctas hace que cualquier relato inconsistente o tedioso pueda pasar a producción ignorando las pistas que un público sobresaturado de lo mismo puede dar. Un ejemplo claro de esto es el actual panorama de ventas de entradas para los estrenos de películas del UCM en la fase 4 respecto a las fases anteriores, donde por primera vez se habló en serio de fracasos comerciales.

Sin embargo, el inconveniente no está en la cómoda apelación a la nostalgia en papel de un punto de un Arquímedes que permita mover todo el andamiaje de una historia y garantizar su éxito comercial. También se trata que las compañías de entretenimiento reflexionen sobre la novedad forzada a la que le están apostando, ya que los intentos de imprimirle una conciencia crítica a los espectadores para que vayan eliminando actitudes que son inadecuadas puede generar resistencia como la de los microorganismos al uso excesivo de antibióticos. Una creciente intensidad en la presencia de contenido que busca orientar los discursos en distintas instituciones como la iglesia o el Estado ha ido agotando la paciencia de los públicos más conservadores, además de generar ambigüedad en la relación de contenido y forma de lo real en el público que se percibe más vanguardista. En parte esto último se debe a la variopinta oferta de entretenimiento que no da tiempo de analizar y elegir de manera más concienzuda. De este modo, parece que estamos llevando las posibilidades a dimensiones que recaen en la pura disolución de lo concreto. Y si bien la tecnología de la mano de los discursos dignificantes ha permitido el cambio de muchos aspectos de la vida que brillan por su obsolescencia, este cambio no es bien recibido en la realidad psíquica de todo el público.

¿Por qué en vez de cambiarle el color de piel a un personaje de antaño en nombre de la inclusión, las compañías creativas le apuestan a crear algo completamente nuevo que sea más acorde a los tiempos y que vaya más allá de una crítica al racismo de los cuentos tradicionales? ¿Por qué las grandes compañías no intentan crear nuevos grandes relatos que se conviertan a futuro en los nuevos cuentos tradicionales? ¿Cuál es el deseo de problematizar la identidad sexual de los personajes cuando en muchos casos eso no era relevante ni para el creador ni para el público? ¿Por qué las empresas de entretenimiento no optan por crear personajes de cero en donde desde el inicio de la historia se aborde la identidad sexual, la raza, la clase social, el género, la nacionalidad, la religión y otros aspectos asociados a la identidad sin necesidad de jugar con algo que en clave comercial es tan delicado para sus propios intereses como lo es generar espectadores?

Con lo anterior no quiero decir que no haya resultados valiosos en renovar ciertos aspectos de personajes icónicos que han permitido corregir poco a poco actitudes retrogradas, eso no lo podemos dejar de destacar, pero la intensidad con la cual muchas grandes empresas dedicadas al espectáculo están tratando de enderezar el camino moral de la sociedad se está volviendo contraproducente. Nos encontramos en un punto en el que estas compañías están saturando al espectador de información y estímulos que coartan su capacidad de pensar acerca de lo que consume, replicando en el proceso el modelo opresivo que tanto criticaban y que se destacaba por usar siempre la misma estrategia de constitución de valores apasionada y poco argumentada.

Ya nos quedó chico este universo, ahora las historias son multiversales, ahora no basta que sea una temporada, si la serie fue exitosa los creadores optan por exprimir la historia hasta la última gota llevando el relato a su muerte por física desnutrición narrativa. Los Simpson son un ejemplo claro de todo lo anteriormente descrito y por supuesto, los más optimistas dirán que hay capítulos buenos, pero estoy seguro que si han visto la totalidad de la serie saben que no es lo mismo bueno que excelente o que no es lo mismo tener a una celebridad en calidad de invitado aportando a la historia que un famoso que se invitó simplemente para llenar un vacío argumental del tamaño de un continente. Ojalá suceda algo que haga que la cabeza y las manos que dirigen la actividad creativa en la industria cultural retome un rumbo más claro, y no terminemos pidiendo que todo lo nuevo del entretenimiento se acabé por un prolongado aburrimiento.

P.D.: es muy triste ver como otra serie de mi infancia, en este caso Dragon Ball, sigue sumando historias tras historias alejándose cada día más de su origen y aquella inocencia y humanidad de los personajes se pierde en medio de peleas multiversales sin un fin más allá que el placer que les genera la violencia a los protagonistas.

Andrés Camilo Atehortúa Sequeda

Soy filósofo, docente y músico. Soy magíster en filosofía egresado de la Pontificia Universidad Javeriana y licenciado de la Universidad Pedagógica Nacional. Dentro de mis intereses están la filosofía de la música, el arte en general y asuntos de tipo bioético.

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