Una posible reforma a la ley de salud mental de Argentina, fue impulsada por la Dirección Nacional de Salud Mental y redactada a espaldas de las organizaciones que, en un principio, trabajaron para que en 2010 se aprobara la Ley Nacional de Salud Mental Nº 26.657, la iniciativa de reforma por decreto -que está a la firma del presidente Mauricio Macri- anula la posibilidad de discusión entre los diferentes sectores, ya que evita el Congreso de la Nación que es el ámbito donde discurren estos debates. Así es como la posible reforma desató fuertes cuestionamientos por parte de psicólogos, gremios y organizaciones sociales que la consideran como un retroceso en diferentes aspectos.
Uno de los aspectos más criticados es que la reforma modifica la concepción de la salud mental como un proceso multideterminado por componentes históricos, sociales, económicos, culturales, biológicos y psicológicos, y reinstala el modelo médico hegemónico de perspectiva biologicista. Esto habilitaría sólo a aplicar prácticas fundamentadas en evidencia científica y se excluyen los aportes de disciplinas como la terapia ocupacional, la musicoterapia, el arte, la enfermería, la psicología, los acompañamientos terapéuticos y el trabajo social, entre otras.
“Acá lo que se reinstala es el criterio cientificista de la salud mental: vuelve la figura de la persona con trastorno mental, mientras que antes se encontraba presente la del padecimiento mental, considerado como algo susceptible de ser modificado en tratamiento”, señala Alan Robinson, escritor, actor y dramaturgo, internado en dos oportunidades por diagnósticos relacionados a la locura.
“El decreto reglamentario que se busca imponer restituye al manicomio, bajo el nombre de hospitales especializados en psiquiatría y salud mental, como el centro del tratamiento para los padecimientos mentales, lo que va en contra del espíritu de la Ley Nacional Nº 26.657 sancionada en 2010, la misma constituyó un avance muy importante al reconocer a los pacientes como sujetos de derechos”, explicó la vicepresidente del Colegio de Psicólogos del distrito, María Soledad Colombo.
Esto implica que nuevamente las personas estén en comunidades cerradas y aisladas, lo cual no favorece la integración social, y se los vuelve a considerar como enfermos. Se reinstala el manicomio como sitio social de encierro y castigo, como lugar legalizado para segregar a las personas que no se adaptan al sistema imperante
Creo que es necesario una mirada retrospectiva para poder analizar el contexto en el que se establece esta posible reforma, considerando que la Ley Nº 26.657 fue sancionada por unanimidad en el Congreso, luego de un trabajo colectivo e intersectorial realizado desde el año 2004, por múltiples espacios y referentes en la materia, organizaciones de la sociedad civil, familiares y trabajadores de la Salud Mental. La misma plantea un cambio de paradigma desplazando la hegemonía psiquiátrica y médica, mientras que establece la existencia de tratamientos terapéuticos y la posibilidad de atención ambulatoria y comunitaria en hogares y residencias de medio término que presentan abordajes personalizados e interdisciplinarios.
A modo de resumen es posible decir que dicha Ley Nacional significó un avance significativo para el reconocimiento de las personas con padecimiento mental como sujetos de derecho y para la sustitución del manicomio por tratamientos dignos. El proyecto de decreto reglamentario implica un retroceso gravísimo en el respeto de los derechos humanos de este grupo de personas.
Frente a las diversas discusiones y cuestiones éticas que ha suscitado la posible reforma es lícito y necesario interrogar ¿Por qué aparece la necesidad de modificar la Ley Nacional de Salud Mental? ¿Quiénes se benefician con estos nuevos cambios?
Creo que en primer lugar afecta a la industria farmacéutica, que tiene una importante participación en el sector gracias al mercado de los psicofármacos. Por otro lado, esta Ley provoca muchas resistencias porque cuestiona el poder médico hegemónico, el hospital como la única institución donde es posible atender el padecimiento, y a la psiquiatría como a la única disciplina capaz de intervenir sobre estos temas y la medicación para acallar y silenciar los síntomas, como una forma de castigo.
Simplemente se trata de estructuras de poder y saber que están arraigadas desde hace muchísimos años en la sociedad y que resisten ser cuestionadas, desestabilizadas y destronadas de la posición de privilegio que se les ha otorgado. Tan es así, que nos encontramos con un cuerpo social que, progresivamente, es medicalizado y acallado no solo en sus síntomas sino también en su singularidad.
Por eso considero que es necesario repensar el lugar y la posición que la sociedad le asigna al padecimiento mental. Y en este sentido Foucault (2003) plantea:
“La psiquiatría clásica dice: de tu sufrimiento y tu singularidad sabemos cosas suficientes (que ni sospechas) para reconocer que son una enfermedad; pero conocemos esa enfermedad lo bastante para saber que no puedes ejercer sobre ella y con respecto a ella ningún derecho. Nuestra ciencia permite llamar enfermedad a tu locura, y por ello nosotros, los médicos, estamos calificados para intervenir y diagnosticar en ti una locura que te impide ser un enfermo como los demás: serás, por tanto, un enfermo mental.” (p.394)