“Los hijos y en mi caso Lorenzo, son un reflejo de lo que somos: tanto para bien como para mal. Es una gran oportunidad para trabajar en nuestra mejor versión”.
Antes de ser papá y seguramente por estar más joven no contemplaba tener hijos. Tenía una visión fría y pragmática. Veía a los hijos como una responsabilidad muy grande y una relación en la que los padres tienen poco que ganar. Empezando por el tiempo: con un hijo el tiempo no es exclusivo del padre y tomar decisiones individuales no es tan sencillo como cuando se está solo; desde lo económico, la torta hay que repartirla y como padres, muchas veces hay que dejar de comprar cosas para sí mismos porque la prioridad son los pequeños. Con el paso del tiempo, cuando alzan sus propias alas se irán de casa y las visitas con la familia serán esporádicas. Me preguntaba, ¿qué gana uno como padre?
Esa misma pregunta se la hizo mi hermana a nuestro papá. Él, con lágrimas en los ojos le respondió que todo lo que había construido no tendría sentido si no fuera por nosotros. Éramos -y seguimos siendo- su gran fuente de inspiración. Yo no dimensioné las palabras de mi papá hasta que lo experimenté por cuenta propia.
Tengo esa fortuna desde hace poco más de cuatro años. Debo decir que no estuve preparado para serlo -creo que nadie lo está hasta que empieza a aprender por experiencia propia y ayudado del instinto-.
Ser papá de Lorenzo me cambió la vida por completo. Me ha ayudado a ser una mejor persona, a sacar cada día mi mejor versión. A ser más disciplinado. Me obligó a salir permanentemente de mi zona de confort para educarlo con el ejemplo más que con palabras, prohibiciones o castigos.
Siento que ser papá no es sólo una responsabilidad con Lorenzo sino con la sociedad. Cada día me cuestiono qué clase de persona estoy formando para que contribuya a que el mundo sea un lugar mejor y que encuentre las condiciones para ser feliz. Me pregunto también si mis acciones diarias contribuyen a ese propósito. Por eso creo que ser papá es una responsabilidad que va más allá de brindar lo necesario desde lo económico. Es estar presente, al pie del cañón, para construir confianza y ser un buen referente. Y, eso exige, más que cualquier otra cosa, pero también tiene retribuciones indescriptibles.
En estos primeros años he descubierto lo que uno gana. Es un intangible: amor puro, incondicional e infinito. No hay nada que me llene más que escuchar las palabras de mi hijo diciéndome “te quiero, papi” o verlo corriendo desesperadamente hacia mí cuando estoy llegando a la casa para saludarme.
He descubierto que esa relación estrecha que he construido con Lorenzo se logra por la calidad de tiempo que compartimos juntos. Cuando hablaba de que ya mi tiempo no es exclusivo para mí, es porque ahora, la mayoría de lo que me queda libre lo dedico para él y mi esposa. Y eso me costó, desde el principio.
El primer año por no poder dormir derecho durante la noche; luego, por llegar cansado a la casa después de trabajar y a pesar de eso, jugar con él. Los únicos momentos que mi esposa y yo aprovechábamos para descansar y compartir juntos, que coincidieron con la pandemia, era cuando dormía en la tarde y en la noche. Siento que el tiempo dedicado para él, es la manera como podemos seguir fortaleciendo nuestra relación, que se sienta seguro con sus padres más que con cualquier otra persona.
Los hijos y en mi caso Lorenzo, son un reflejo de lo que somos: tanto para bien como para mal, porque la mayoría de sus comportamientos, la forma como hablan y se expresan, la aprenden de nosotros. Es una gran oportunidad para trabajar en nuestra mejor versión.
Mi hijo será probablemente una extensión mía cuando yo parta de este mundo. Me esmero por ser el mejor padre para él, para que siempre me recuerde con cariño, esté orgulloso de mí y que, si alguna vez se llega a preguntar, que, si hubiera tenido la oportunidad de elegir a un papá, me eligiera a mí nuevamente, así como yo volvería a elegir al mío.
Salud por todos los papás en su día, en especial para aquellos que hacen sentir orgullosos a sus hijos.
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